Lectura orante del Evangelio: Lucas 14,25-33
“Ayúdame a olvidarme totalmente de mí,
para establecerme en Ti, inmóvil y tranquila, como si mi alma estuviera ya en
la eternidad” (Beata Isabel de la Trinidad).
Mucha gente acompañaba a Jesús; él se
volvió y les dijo. Muchos seguimos a Jesús. Pero, ¿cómo lo seguimos? ¿Con un seguimiento
indeciso, precario, del ‘sí, pero no’? Jesús se vuelve, propone un camino de seguimiento,
hace una oferta ambiciosa de vida, de alegría y plenitud. Nos desafía a
plantear nuestra vida desde el ámbito del amor de Dios. No nos es fácil
entenderle, porque su propuesta desborda nuestros esquemas mentales. Con la
confianza que da el Espíritu aceptamos el cara a cara con Jesús, nos quedamos a
solas con sus palabras. Puede ser la hora del despertar, de escuchar su llamada
a entrar en la fascinante aventura del Reino. Puede ser éste el momento de seguirle
con fidelidad evangélica. Jesús, orienta nuestro corazón.
‘Si alguno se viene conmigo y no pospone a
sí mismo, no puede ser discípulo mío’. Es mejor callar de momento, es mejor que las palabras
de Jesús horaden nuestra piedra y desenmascaren nuestra vieja mentalidad. Es
mejor estar ante quien se ha jugado la vida y nos comparte, como un testigo
apasionado, la verdad del Reino. Es mejor estar así, en silencio, hasta que
entendamos mejor a Jesús y nos brote una realidad nueva. Es mejor sentirnos
acompañados por el amor de Jesús, que es fiel. Cuando los valores del yo se
colocan en un segundo plano, es que estamos ante un valor excepcional, vital para
toda persona. Lo que dice Jesús no es antihumano, al revés. Más allá de nuestro
modo de vivir, por muy correcto que parezca, hay más vida. Jesús invita a
plantear la vida de una manera nueva, plena. Al descubrir el gozo de caminar al
aire de Jesús, todo lo demás, incluso uno/a mismo/a, adquiere su justo
valor. Gracias, Jesús, por invitarnos a caminar contigo.
‘Quien no lleve su cruz detrás de mí, no
puede ser discípulo mío’. Caminar al lado de Jesús no es un salto en el vacío, aunque sí pide elegir,
por amor, la cruz de cada día, que forma parte de la vida. Seguir a Jesús,
confiar en Él, poner en Él los ojos, es una sabia elección de lo que es mejor
para nosotras/os y para las/os demás. Al descubrir la perla preciosa de Jesús, notamos
que nada humano es absurdo. Quien vive en Jesús comprueba que la cruz y la
alegría no son algo contradictorio. En la cruz aprendemos a romper con el
egoísmo, a olvidar el ego y a zambullirnos en el amor de Jesús. Nuestra cruz,
junto a Jesús, es luminosa, siempre liberadora. Jesús nos ofrece la
capacidad de vivir felices, pase lo que pase. La cruz no nos separa de la
comunión con Jesús, ni nos impide amar a las/os demás y servirles con alegría. Jesús,
caminaremos contigo.
‘El que no renuncia a todos sus bienes, no
puede ser discípulo mío’. Jesús nos ofrece ser señoras/es de todo, como lo es Él -‘todo es para mí’-.
Siguiendo a Jesús, renunciamos a poner los bienes en el corazón porque hemos
descubierto un bien mejor. Más que en la renuncia, el acento está en la plenitud
y en la alegría. El Espíritu nos ayuda, hoy, a ser discípulas/os de Jesús. Jesús,
tú eres nuestra plenitud.
¡Feliz
Domingo! Desde el CIPE – septiembre 2016