Lectura orante del Evangelio: Lucas 16,19-31
“Tómate tiempo para hacer caridad, es la
puerta del cielo” (Teresa de Calcuta).
Había un hombre rico… y un mendigo llamado
Lázaro. Hay ricos -aumentan en
medio de la crisis-, que ponen su confianza en la riqueza; tienen cerca al
pobre, en su misma puerta, y no lo ven; viven indiferentes ante el sufrimiento
de los demás, se ríen de Jesús. Hay pobres –se multiplican en la crisis-, que
son marginados y expulsados de la mesa. El contraste entre ricos y pobres es
trágico. ¿Siempre ha sido así? No. Dios no es así. Dios es ayuda, eso significa
el nombre de Lázaro. No se puede ser amigo de Él sin serlo de los pobres. Los
seres humanos, en su corazón, tampoco son así. ¿Dónde nos situamos nosotros? ¿Vemos
a los pobres? ¿Nos dejamos afectar por el sufrimiento de los próximos o nos
molesta acercarnos a ellos? La oración es verdadera cuando miramos como Jesús y
no ignoramos a los pobres. La oración conlleva pasar de la indiferencia a la
compasión, salir juntos del escándalo de la pobreza en el mundo. Solo
entonces nuestro corazón conecta con el de Dios y es posible el trato de
amistad con Él. Señor, abre los ojos de
nuestro corazón.
Se murió el mendigo… se murió también el
rico. La parábola de Jesús es
de choque y va dirigida a los que se ríen de su Reino, o sea, de los pobres; va
dirigida a cada uno de nosotros. Hay horas, las de la muerte, que son de más
verdad y enseñan lo que en la vida no hemos aprendido. Dios tiene la última
palabra sobre ricos y pobres. La tranquilidad de conciencia, quizás justificada
con cuatro rezos y limosnas, puede esconder nuestro corazón. ¿Y acaso se puede
vivir y orar sin corazón? Si no amamos a los pobres no tenemos nombre, no
sabemos quiénes somos, no podemos orar, Dios no nos conoce. Cuando miramos a los
pobres, comienza la vida verdadera, comienza la oración, hay cielo en la tierra.
Señor, que nuestra oración no sea injusta.
‘Hijo, recuerda que recibiste tus bienes
en vida y Lázaro a su vez males’. La propuesta de Jesús es que vivamos una verdadera
experiencia de Dios, que comencemos ya. Dios, ante la sorpresa de los ricos,
lleva a todos los lázaros a la mesa del Reino, comparte con ellos su alegría.
Dios derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes. Dios no oye
las peticiones del rico, porque sus manos están manchadas por la injusticia.
Hay maneras de vivir, que si no fuera por el dolor que ocasionan, darían risa.
La indiferencia crea abismos. En la oración o experimentamos una llamada fuerte
a estar cerca de los pobres y a compartir con ellos o esa oración no es
verdadera. La compasión de Dios nos empuja a la mirada compasiva. ‘Ignorar al
pobre es despreciar a Dios’ (Papa Francisco). Te alabamos, Señor, por tu
propuesta.
‘Tienen a Moisés y a los profetas: que los
escuchen’. ¿Cuándo haremos caso de este Evangelio: cuando resucite un muerto? No. Cuando
escuchemos la Palabra de vida se romperá la indiferencia; cuando sigamos de
verdad a Jesús nacerá un estilo de vida que sorprenderá por su creatividad y su
alegría, por su capacidad de comunión. Los orantes, siguiendo a María, nos
dejamos hacer por la Palabra. Señor, que se haga vida tu Palabra en
cada uno de nosotros.
¡Feliz
Domingo! Desde el CIPE – septiembre 2016