sábado, 24 de junio de 2017

Domingo XII del tiempo ordinario



Lectura orante del Evangelio: Mt 10, 26-33
“No tengáis miedo de soñar cosas grandes. ¡Adelante, sed valientes e id contracorriente! ¡Y estad orgullosos de hacerlo! (Papa Francisco).  
No tengan miedo. "Es cosa dañosa ir con miedo por este camino de oración", dice santa Teresa de Jesús, y por el camino de la vida, añadimos nosotros. El miedo amedrenta el deseo de la verdad de salir a la luz, debilita la valentía de gritar desde las azoteas lo que Jesús nos dice al oído. Jesús nos invita a vivir con libertad y confianza, con coraje y fe. Si queremos dar la cara por el Evangelio, tenemos que dar la espalda a los miedos. Por eso, no estaría nada mal, ayudados por el Espíritu que "sondea lo íntimo del corazón", comenzar nuestro encuentro de oración con Jesús desenmascarando nuestros miedos: a la entrega, a la cruz, al amor, a la alegría, a tomar decisiones, a perder las/os amigas/os, al qué dirán, a la oposición que puedan hacernos. ¿Por qué tenemos miedo? Si nada es imposible para ti, Señor. ¿Por qué tenemos miedo?
No tengan miedo. De nuevo nos lo repite Jesús; sabe que, si nos decidimos a ser sus amigas/os y vivir el Evangelio, vamos a correr su misma suerte y a tener conflictos en el mundo. Jesús desea que, sin dejar de afrontar nuestras responsabilidades, cantemos un himno a la fe confiada en el Padre, vivamos con la libertad de las/os hijas/os de Dios, sintamos que nuestro corazón está habitado por una fe firme y un amor fuerte. No puede haber cambio en el mundo si no hay cambio en nosotras/os y nos liberamos de miedos y temores. El riesgo es grande, pero Jesús nos acompaña y alienta. Jesús, que es la fuente del consuelo, nunca nos abandona en las dificultades. Con Jesús, es posible ser ‘mártires de la cotidianidad’ (Papa Francisco). Que la palabra de Jesús se meta en nuestro respirar para que caminemos al aire del Espíritu, sin miedo a amar. ¿Quién nos separará de tu amor, Señor? En todo vencemos gracias a ti.
No tengan miedo. Por tercera vez lo pide Jesús. El miedo a hacer el ridículo, a ir contracorriente, lo vencemos si estamos con Jesús, si cultivamos el trato de amistad con Él, si su palabra se nos mete en el corazón. Con la presencia del Amigo, y de tantas/os amigas/os conocidas/os o no, nos sentimos sostenidas/os en la dificultad, los miedos a dar testimonio de nuestra fe se debilitan y huyen. Jesús, corazón de nuestro corazón, nos desafía a superar los miedos a vivir el reino de Dios y su justicia. Esta presencia del Señor es la que han vivido, y viven, tantas/os testigos a lo largo de la historia; han conocido el amor y se han atrevido a amar, han experimentado la libertad y han liberado; nos sorprende, sobrecoge, conmueve su actitud. La fe no crea gentes cobardes, sino personas resueltas y audaces. No encierra a las/os creyentes en sí mismas/os, sino que les abre más a nuevos horizontes. No les envuelve en la pereza y la comodidad, sino que les anima al compromiso. Quien ha visto cómo la presencia del Señor expulsa el miedo de su corazón, quien ha sido mirado por el amor de Jesús, puede curar a las/os demás con la ternura, el afecto, la alegría, el saludo, el abrazo; puede decir a las/os demás: ‘No tengan miedo’. Gracias, Señor Jesús, por tu palabra.
Feliz Domingo – CIPE, junio de 2017

sábado, 17 de junio de 2017

Domingo del Corpus



Lectura orante del Evangelio: Juan 6,51-58 
“El Pan de Vida: una maravilla que alimenta siempre la contemplación, la adoración, la memoria” (Papa Francisco).  
Yo soy el pan vivo. Cruzamos sin prisa este paisaje tan bello, entramos despacio en esta sorprendente experiencia del don de Jesús y confesamos nuestra fe en el sacramento del amor. “En la Eucaristía, la mirada del corazón reconoce a Jesús” (San Juan Pablo II). El pan partido y repartido de Jesús nos muestra su amor hasta el extremo, porque los dones son expresión del corazón que ama, y nos provoca a darnos y partirnos para los demás. El pan vivo es un misterio de vida, de fe, de luz, de entrega para nuestro camino. ¿Cómo de vivas tendrán que ser nuestras eucaristías para que no se debilite la fe débil y vacilante de tantos hermanos? Jesús, en torno a ti siempre hay vida. Danos tu vida para que demos vida.
El que coma de este pan vivirá para siempre. ¿Cómo viviremos la vida nueva si no comemos el pan de Jesús? ¿Cómo asimilaremos el pan de la vida si no prolongamos la celebración con la adoración y la acción de gracias? La Eucaristía, vivida como celebración gozosa, alimenta nuestra fe, nos hace crecer en fraternidad, reaviva nuestra esperanza en Jesucristo resucitado, vence nuestros miedos, dudas, falta de audacia. La Eucaristía es el sacramento del encuentro con Jesús. “Estando tan dentro de mí, si tenemos fe, nos dará lo que le pidiéremos, pues está en nuestra casa. Y no suele Su Majestad pagar mal la posada, si le hacen buen hospedaje” (Santa Teresa, Camino 34,8). Jesús, vida nuestra. Te adoramos. Te damos gracias.   
¿Cómo puede éste darnos a comer su carne? Las preguntas escépticas resecan nuestro corazón y dejan las orillas del mundo llenas de hambrientos de vida, de consuelo, de esperanza. La entrega de Jesús es el corazón de la vida. ¿Cuándo aprenderemos a recibir y a mirar confiadamente al que nos mira con tanto amor? ¿Cuándo aprenderemos a dar y a darnos como Jesús? Ven Espíritu Santo, acércanos con fe al misterio del amor entregado de Jesús. Abre nuestros ojos para que lo reconozcamos.   
Si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre no tenéis vida en vosotros. La Eucaristía nos introduce en el misterio del amor, es la fiesta del encuentro y de la caridad, es el centro y cumbre de la vida cristiana. Jesús se hace presente en medio de la comunidad cuando parte el pan. Jesús sigue vivo cuando en medio del mundo la Iglesia parte el pan con los necesitados. Siempre estás disponible para el encuentro. Te alabamos y te bendecimos, Señor Jesús.  
El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. El amor de Jesús toca las raíces de nuestro ser y provoca, como respuesta, la entrega incondicional de la vida. Aquí radica la experiencia más bella de nuestra fe. Para conocer y amar a Jesús hay que estar con Él. La adoración es el ungüento precioso derramado, como signo de una sobreabundancia de gratuidad. La Eucaristía es la fuente de la caridad de toda la Iglesia. La solidaridad es la más bella expresión en nuestras calles del amor entregado de Jesús. Gracias por amarnos tanto.    
Feliz fiesta del Corpus – CIPE, junio de 2017

sábado, 10 de junio de 2017

Domingo de la Santísima Trinidad



Lectura orante del Evangelio: Juan 3,16-18

La Trinidad es el rostro con el que Dios se ha revelado a sí mismo, no desde lo alto de un trono, sino caminando con la humanidad” (Papa Francisco).

Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único. El amor es la intimidad de Dios y allí donde hay amor allí está Dios. El Padre no ha encontrado otra manera mejor de decirnos que nos quiere que enviándonos a su Hijo. Solo merece la pena creer en el amor. Ante una entrega como esta, nos quedamos sin palabras, nos brota el asombro adorador. Siendo omnipotente, nos ama con omnipotencia; siendo sabio, nos ama con sabiduría; siendo infinitamente bueno, nos ama con bondad. En el colmo de la entrega nos dice: “Soy tuyo y para ti, y gusto de ser tal cual soy por ser tuyo y para darme a ti” (San Juan de la Cruz). ¿Cómo se puede dar tanto? ¡Bendito seas, Padre, por siempre jamás! ¡Qué cosa es el amor que nos tienes! Confiamos en ti.  
Para que no perezca ninguno de quienes creen en él. Jesús nos muestra el amor dándonos al Padre. Es tan amigo de amar que no se le pone cosa por delante para hacernos el bien: se hace pequeño, se junta con nosotras/os, se hace nuestro amigo, se viste de nuestra tierra; y todo, para amarnos con locura y hacernos descubrir que somos hijos/as de tal Padre. Por perdida que esté nuestra vida, Jesús nos dice que el Padre nos quiere y abraza con ternura entrañable, nos consuela en los caminos y nos da la vida que no tiene fin, nos ama. ¿Cómo no creer? ¿Cómo no abrir de par en par el corazón a la Trinidad, que busca su morada en nuestra interioridad? ¡Bendito seas por siempre, Jesús, Señor nuestro! ¡Quién puede hacer las maravillas que Tú haces!
Sino que tengan vida eterna. El Espíritu Santo nos muestra el amor, encendiendo en nuestro corazón una llama de amor viva. Él hace posible que podamos comunicarnos con el Padre y con el Hijo, que solo saben amarnos. Así nos enamora de la Trinidad y de la vida siempre nueva que se nos regala. No se le ve, pero se percibe su perfume, se escucha su rumor en el hondón del alma. Cuando descubrimos su presencia amorosa y dejamos que actúe y guíe nuestra vida, quedan fuera el miedo y el interés, aparece el amor confiado. ¡Bendito seas por siempre, Espíritu Santo! Todo lo tuyo sabe a vida verdadera. Tu presencia es alegría.

Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo. Dios envió a su hijo para amar. Sin merecerlo, nos inunda con su amor. Nunca hubiéramos podido imaginar esta historia de amor loco tocando nuestra tierra. Estremecidos ante el amor excesivo de la Trinidad, nos brota el canto, la alabanza, la adoración, el callado amor, el servicio gratuito; aprendemos a ser con la Iglesia misterio de comunión y de acogida, donde toda persona, especialmente pobre y marginada pueda encontrar acogida y sentirse hija de Dios, querida y amada. Con toda la creación, con María y todos los santos, con la humanidad entera vibramos al son de la gracia. La Santa Trinidad nos alienta a vivir el amor recíproco y la belleza del Evangelio. Gracias a la Trinidad somos en los acontecimientos cotidianos levadura de comunión, consuelo y misericordia. ¡Gloria a ti, Padre, gloria a ti, Hijo, gloria a ti, Espíritu Santo! Amén.

Feliz fiesta de la Trinidad – CIPE, junio de 2017