sábado, 22 de julio de 2017

Domingo XVI del tiempo ordinario



Lectura orante del Evangelio: Mateo 13,24-43
La semilla de la mostaza es pequeñísima, pero Jesús dice que basta tener una fe así, pequeña, pero verdadera, sincera, para hacer cosas humanamente imposibles, impensables. ¡Y es verdad!” (Papa Francisco).
El reino de los cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo. Dios confía su palabra a nuestro campo. La oración es un atrevimiento, una oportunidad para nuestra vida. Es algo tan sencillo como sembrar la bondad de Dios en el corazón. Puede comenzar ahora mismo. Basta dejar entrar a Jesús en nuestro campo. Basta mirarle, hablar con él. Jesús llega contagiando vida y alegría. Jesús. ¡Qué alegría encontrarnos contigo!             
¿De dónde sale la cizaña? La oración nos enfrenta al desconcierto de vernos habitadas/os por sentimientos y vivencias, contrarios al evangelio de Jesús. ¿Qué hacer cuando no vemos pureza y verdad en nuestra vida? ¿Cómo dar cabida a tanta hermosura en tanta guerra? La cizaña de ver el mal en todas partes puede llevarnos a una huida pesimista, pero puede también invitarnos a confiar en nuestro Padre y a acogerlo como fuente de toda santidad. En la era de tantos símbolos rotos, el Espíritu sigue abrazando a la humanidad con la vida y la alegría. Trinidad, a quien adoramos, tú mantienes nuestra fe,  alientas nuestra esperanza, sigues dándonos razones para amar. 
El reino de los cielos se parece a un grano de mostaza que uno siembra en su huerta. ¡Un pequeño grano de mostaza! Dios da valor a lo pequeño, ama nuestra nada, esa que a nosotras/os nos molesta. En la oración ofrecemos nuestra pequeñez: ‘Aquí está mi vida’. Más allá de lo grandioso, del prestigio, del poder que avasalla, Jesús nos invita a vivir la fe de una manera humilde y confiada. El reino está presente en las pequeñas cosas de cada día. Cuando hacemos eso poquito que está en nosotras/os, sembramos esperanza en el mundo. Nuestra fuerza está en sembrar semillas de evangelio y confiar. Bendito seas, Señor, que nos permites soñar tus sueños.
El reino de los cielos se parece a la levadura: una mujer la amasa y basta para que todo fermente. La oración es un milagro de confianza. Con muy poquito por nuestra parte, Dios hace mucho. Sin saber cómo, en el silencio, su perfume llena de buen olor toda la casa, su levadura fermenta la masa de harina. Su proyecto humanizador transforma calladamente nuestra historia. En lo humilde y pequeño de cada día Dios trabaja nuestro corazón. Este puede ser un buen momento para encontrarnos con Dios; de forma inesperada y sorprendente puede fermentar nuestra vida. Con tu reino, Señor, la alegría va ganando espacio en nuestra interioridad.   
Feliz domingo. Con el perfume de la fiesta del Carmen. CIPE – Julio 2017

domingo, 16 de julio de 2017

Domingo XV del tiempo ordinario



Lectura orante del Evangelio: Mateo 13,1-23
“¿Qué tipo de semilla sale de nuestro corazón y de nuestra boca? (Papa Francisco).    
Salió el sembrador a sembrar. Prestamos atención al sembrador y a su modo de sembrar. Lo hace a manos llenas y con una confianza sorprendente. Lo hace cada mañana. Pase lo que pase con la semilla, nunca se cansa de sembrar. Es, y no puede dejar de ser, sembrador de esperanza. Da sin medida. Si él es amigo de dar, a nosotros nos toca aprender a recibir. Si somos amigos del sembrador, a nosotros nos toca sembrar sin desaliento el Evangelio. Cada día es una oportunidad para sembrar con humildad y verdad. La oración, como historia de siembras y cosechas, siempre la comienza Él. Virgen del Carmen, ponnos junto a tu corazón. Cada vez que te miramos, volvemos a creer en lo revolucionario de la ternura y del cariño.    
Lo sembrado al borde del camino. Tantas noches sin faro que nos oriente y dé esperanza; la navecilla de nuestra fe perdida entre los mares, a la deriva; semillas perdidas por falta de interioridad. Solo una débil esperanza nos mantiene, una esperanza y una mirada hacia la Madre del Carmen. “Que tú me salvarás, oh Marinera, cuando la escollera parta la nave en dos de mi navío” (Rafael Alberti). No queremos quedar al borde de Jesús, camino siempre abierto. La oración es lucha por dar profundidad a nuestra vida. Santa Madre de Dios, gloria del monte Carmelo, bajo noches oscuras navega el alma, enciende tú los rayos de la esperanza y sé el lucero que lleve nuestra nave segura al puerto.   
Lo sembrado en terreno pedregoso. Los ejercicios de supervivencia no bastan. Si no arropamos con gozo la semilla, no ahondará el misterio de Dios en nuestra carne. ¿De qué sirven nuestros ojos si no ven, nuestros oídos si no oyen, nuestro corazón si no está enamorado? La oración es perseverancia, hasta que el don de la gracia toque nuestra entraña. Flor del Carmelo, enséñanos a dejar entrar la gracia en nuestro corazón.  
Lo sembrado entre zarzas. Nuestras incoherencias y contradicciones hacen que nuestra vivencia y anuncio del evangelio pierdan fuerza. Los miedos nos enredan y paralizan, nos vuelven incapaces de volar al aire del Espíritu. Sin novedad y pasión, ¿dónde queda la creatividad para seguir proponiendo la fuerza salvadora de Jesús? Cuando esto sucede, la oración es una búsqueda de alguien que nos ayude a liberarnos Atráenos, Virgen María, caminaremos en pos de ti.
Lo sembrado en tierra buena. La Virgen María, tierra buena que siempre se dejó guiar por el Espíritu hacia un destino de servicio y fecundidad, va delante de nosotros atrayéndonos con su perfume. La semilla del sembrador no se ha perdido del todo. La interioridad, sembrada de palabra de vida, produce frutos abundantes de alegría y libertad para seguir sembrando de bienaventuranzas los caminos. La tierra ha dado su fruto. La semilla ha roto los silencios con su canto. Todo aclama y canta la gloria del Sembrador. Entonces, la oración es ya un milagro de vida. Blanca flor del Carmelo, vid en racimo, celeste claridad, puro prodigio; al ser, a una, Madre de Dios y Virgen: ¡Virgen fecunda! 
FELIZ FIESTA DEL CARMEN desde el CIPE – julio de 2017

sábado, 8 de julio de 2017

Domingo XIV del Tiempo Ordinario



Lectura orante del Evangelio: Mt 11,25-30
“Pequeños pero fuertes en el amor de Dios, todos los cristianos estamos llamados a cuidar la fragilidad del pueblo y del mundo en que vivimos” (Papa Francisco).
Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, por­que has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, así te ha parecido mejor. Tenemos delante uno de los textos más hermosos del Evangelio, ¡una gran noticia! Nos presenta la gratuidad desbordante de Dios. No importa que seamos pequeñas/os. Al revés, el hecho de serlo es garantía para que el Padre nos revele las cosas del Reino. La pequeñez atrae la mirada de Dios, por eso, ser pequeñas/os es una ocasión para confiar. Miramos a María, la humilde sierva, y, en ella, a las/os pequeñas/os de la tierra, para descubrir el rostro del Padre y, así, aprender a vivir y a orar. Entramos en la alabanza y en la acción de gracias de Jesús. Nos llena de alegría que Dios sea así. ¡Qué hermosa palabra, la de ‘gracias’, para orar y para vivir la relación con las/os demás y con la creación! Quien experimenta el cuidado amoroso del Padre, puede tomar la vida agradecidamente. Quien mira a las/os pequeñas/os, puede descubrir el Evangelio de Jesús y maravillarse ante el Padre. María, Madre del Evangelio viviente, manantial de alegría para los pequeños, ruega por nosotras/os. Amén. Aleluya.
Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. ¡Qué forma tan bella de hablar de Dios! ¡Qué diferente a como a veces lo imaginamos! ¡Qué palabras tan audaces las de Jesús! El Padre es el que entrega, el que nunca se cansa de dar. Todo viene de Él. ¿Quién más amigo de dar que Él? Es como una fuente de toda santidad y belleza, de toda dignidad y de todo don. Cuando nos ponemos en sintonía con Jesús, cuando lo miramos y acogemos su amistad, nos revela al Padre, nos hace conocer la Bondad. Entonces, nos unimos al Magnificat de María para engrandecer a Dios. María, haz que nuestra memoria rebose de las maravillas de Dios.   
Vengan a mí todos los que están cansados y agobiados, y yo les aliviaré. Hay muchas/os cristianas/os que viven su fe con cansancio, con agotamiento. No saben adónde llamar para encontrar alivio. Quizás nos pase también a nosotras/os. No conocemos la liberación y alegría que nos regala Dios, no nos dejamos perdonar. Jesús sale al paso para comunicar el misterio del Padre a las/os cansadas/os y agobiadas/os. Y lo hace mostrándose humano, compasivo, cercano, entrañable. Nos mete en su alegría, nos regala el Espíritu. El verdadero descanso es cosa de Dios, que mira al corazón. ¿Tendrán estas palabras de Jesús cabida en nosotras/os, tan hechas/os a vivir la vida de prisa, con el agobio siempre encima?  ¿Nos moverán a ser también alivio para las personas cansadas y agobiadas que encontramos en el camino? María, atenta a nuestros cansancios, acércanos a Jesús para que aprendamos su apasionante modo de vivir.  
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