jueves, 21 de julio de 2016

Décimo séptimo Domingo del tiempo ordinario.



Lectura orante del Evangelio: Lucas 11,1-13
“Para rezar el Padrenuestro necesitamos que nuestro corazón esté en paz con nuestras/os hermanas/os” (Papa Francisco).
‘Señor, enséñanos a orar’. El Espíritu nos acerca a Jesús y nosotras/os, como las/os discípulas/os, le pedimos que nos enseñe a orar. Le pedimos que nos muestre cuál es el secreto que lleva guardado en el corazón y que le permite vivir con tanta compasión y ternura, incluso en los momentos fuertes de su vida. Orar no es una técnica que se aprende en una escuela. Orar es una experiencia en la que nuestro corazón late al ritmo del corazón de Jesús. Sin ruido, sin prisas, nos ponemos junto a ti, Jesús. Enséñanos a orar. Danos lo que te hace vivir de esa manera única que nos ha fascinado.
Cuando oren digan: ‘Padre’. Jesús nos da a su Abbá, nos invita a decir ‘Padre’, nos ayuda a confiar en el abrazo del Padre y a confiarle lo que nos preocupa. Para orar no hacen falta muchas palabras, solo necesitamos decir: ‘Padre’, llamar al que nos engendró y nos dio la vida, estar con quien sabemos nos ama. Jesús nos revela que el Padre es nuestra verdad más bella y entrañable, nuestra inspiración más creativa. Nos invita a orar al Padre con Él. El Abbá es gozo hondo, es toda nuestra oración, es nuestra identidad. Al orar como Jesús y con Jesús, se rompen los esquemas, entramos en un océano de amor donde todos caben. Decimos ‘Padre nuestro’ y nos quedamos asombradas/os ante tanto amor. Jesús, ¡cuánto nos das! Espíritu Santo, Ruáh, enséñanos a decir ‘Padre’.
‘Santificado sea tu nombre. Venga tu reino’. Con el Abbá en el corazón,  todo se ve de otra manera, la vida tiene otro sentido. Ya no es posible apartar la mirada de las/os pobres y pequeñas/os e ir de puntillas por la vida. Nos nacen por dentro otros deseos. Ya no son nuestras cosas las que importan. Ni el poder ni el dinero son la meta. Que el proyecto del Abbá vaya adelante, el que apasionó a Jesús, eso es lo que nos importa. Que todas/os conozcan al Abbá y lo que les ama. Que en la morada interior todas/os vivan el abrazo del Abbá y que el mundo sea un lugar de bendición y de paz. Padre, nuestra plenitud está en santificar tu nombre, desear que venga tu reino, hacer tu voluntad.    
‘Danos cada día nuestro pan. Perdónanos nuestros pecados, porque también nosotras/os perdonamos’. El Abbá no puede ser mejor de lo que es; es pan que se hace encuentro, perdón que se hace comunión, fortaleza en las horas difíciles para luchar contra el mal, cimiento sólido de nueva humanidad. Pedimos ese pan y ese perdón para seguir a Jesús por el camino con libertad y alegría, Nuestro pan compartido y nuestro perdón ofrecido a quienes nos han ofendido, son la respuesta. Tú nos amas, Padre, porque eres el amor. Te amamos, Padre, porque eres el amor.   
‘Y no nos dejes caer en la tentación’. Cuando todo se va, el Abbá se queda. Cuando todo se oscurece en la prueba, el Abbá sigue llevándonos en su palma. El Abbá es nuestra confianza; Él nos prepara, en medio del dolor, para el parto de una vida nueva, para un abrazo que no tendrá fin. Gracias, Abbá, por estar siempre. Amén.   
‘Pidan y se les dará, busquen y hallarán, llamen y se les abrirá’. Orar es atrevernos a ser lo que somos por gracia, a pedir como creyentes, a buscar el Reino como gentes de esperanza, a llamar a las puertas del Amor. El Abbá nos da el Espíritu, que recrea en nosotras/os la memoria de Jesús y nos lanza a una fiesta de encuentro profundo con todo. Nada está perdido, ningún pequeña/o. Gracias, Espíritu de amor.
¡FELIZ DOMINGO! Desde el CIPE – julio 2013

sábado, 16 de julio de 2016

DÉCIMO SEXTO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO



Lectura orante del Evangelio: Lucas 10,38-42

“Cuando no rezamos, lo que hacemos es cerrar la puerta al Señor. Y no rezar es esto: cerrar la puerta al Señor, para que no pueda hacer nada. En cambio, la oración, ante un problema, una situación difícil, una calamidad, es abrir la puerta al Señor para que venga. Porque Él hace nuevas las cosas, sabe arreglar las cosas, ponerlas en su sitio. Pensemos en esta María que eligió la mejor parte y nos hace ver el camino, cómo abrir la puerta al Señor” (Papa Francisco).
Entró Jesús en una aldea y una mujer llamada Marta lo recibió en su casa. Orar es acoger a Jesús en la propia casa. Al acoger a Jesús, él nos acoge en su corazón. Cuando recibimos a Jesús, todo lo vemos de otra manera, porque Él nos regala su mirada. Como fruto de nuestra hospitalidad, Jesús nos comparte su proyecto del Reino. ¡Qué alegría celebrar hoy esta acogida de Marta!, continuada por tantas mujeres, protagonistas de historias de hospitalidad, de compasión y ternura, hacia aquellos con los que Jesús se identifica. Quien abre la puerta a un pobre, se la abre a Jesús. Ignorar el sufrimiento de los hombres, es ignorar a Jesús. Las palabras subversivas de Jesús valen para hoy. Jesús, cuando nos visitas, se llena de alegría nuestro corazón.    
Tenía una hermana llamada María, que, sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra. El Reino de Jesús es para gente atrevida, exploradora de caminos nuevos. Una mujer, María, se expone mucho al querer ser discípula de Jesús. Pero, ante la posibilidad de disfrutar de la mirada de Jesús, todo se le hace poco. Su pretensión: dejarse enamorar por los delicados acentos de la palabra, siempre nueva, del Amado. Escucha sin nada, en total transparencia, en la pobreza del callado amor, fascinada por Jesús, y Jesús la libera mostrándose como la única riqueza necesaria. Hay en ella disfrute, profundidad, dulzura, dignidad, fascinación. Ha encontrado al Amor de su alma y no está dispuesta a soltarlo. ‘Gocémonos, Amado, y vámonos a ver en tu hermosura… do mana el agua pura. Entremos más adentro en la espesura’. Nos ponemos a escucharte a la vez que te miramos. Enamóranos.    
‘Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola con el servicio? Dile que me eche una mano’. La libertad de la mujer que se ha atrevido con novedades insólitas (ser discípula, ejercer ministerios en las comunidades, ser testigo…)  molesta. Molesta a otra mujer, que se queja a Jesús porque su hermana no está en el sitio que le corresponde. A los ojos  de la hermana era perder el tiempo. Pero Jesús es mal interlocutor en esta causa; es Él mismo quien dibuja una dignidad en las entrañas de la mujer, que nadie deberá arrebatar. El servicio es importante, pero no lo es todo. El amor sí lo es todo. La oración enamorada hace milagros. Espíritu Santo, ensáñanos a escuchar la palabra de Jesús para estar más concretamente pendientes de las necesidades de los hermanos.
‘Marta, Marta: andas inquieta y nerviosa con tantas cosas: solo una es necesaria. María ha escogido la parte mejor, y no se la quitarán’. Escuchar a Jesús es la actitud más importante para los discípulos y discípulas. Solo quien escucha, puede después anunciar la Palabra en la misión. Los testigos se forjan en la escucha prolongada. La agitación distorsiona todo. La contemplación es el corazón del compromiso. En el Reino no tiene cabida ninguna marginación. Es hora de armonizar sin miedo la novedad de Jesús: buscador de la Palabra en las madrugadas y servidor hasta darlo todo al caer la tarde. Gracias, Jesús. Te alabo y te bendigo con todo mí ser.
¡FELIZ DOMINGO CON LOS ECOS DE LA FIESTA DEL CARMEN! – julio 2016

lunes, 11 de julio de 2016

Décimo quinto Domingo del tiempo ordinario.


Lectura orante del Evangelio: Lucas 10,25-37

“Ignorar el sufrimiento del hombre significa ignorar a Dios” (Papa Francisco).
‘¿Qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?’ Nos ponemos al aire del Espíritu; Él nos enseña a personalizar la Palabra que da vida en abundancia. Hacemos nuestras las preguntas del escriba: ‘¿Qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?’ y ‘¿cuál es mi prójimo?’ Nos abrimos a Jesús sin miedos paralizantes, dispuestas/os a escuchar su respuesta aunque nos descoloque. Entramos en relación con todo. Oramos. María, vuelve a nosotras/os tus ojos misericordiosos para que en ellos veamos a Jesús.  
‘Amarás al Señor con todo tu corazón y al prójimo como a ti mismo’. La respuesta de Jesús a nuestras preguntas viene al momento. La vida plena está, no solo en conocer el amor, sino, sobre todo, en saber amar. Solo el amor es digno de fe. El amor es la verdad más honda, la que Dios, al mirarnos, ha dejado dibujada en nuestro corazón. Amar es lo más nuestro, nuestra verdad más verdadera, el examen que nos harán a la tarde de la vida. Y lo que Dios ha unido: amar a Dios en el corazón del prójimo y amar al prójimo con el corazón de Dios, que no lo separe nuestro yo egoísta. María, recrea en nuestro corazón la fuente del amor: a Dios y a los prójimos.
‘Un hombre… cayó en manos de unos bandidos… dejándolo medio muerto’. Jesús va más allá de las teorías que conducen a discusiones inútiles; nos saca a la calle, donde están las víctimas: hombres y mujeres ninguneados/as. Descentra la mirada del yo y nos invita a mirar a las/os heridas/os del camino. Detener nuestra mirada en ellas/os es mirar a Jesús. Mirar compasivamente a quienes sufren, eso es creer, eso es orar. Siempre habrá cerca algún/a apaleado/a, que nos descubrirá la verdad o mentira de nuestra fe; no hay mejor crisol para probarnos. María, enséñanos a mirar a quienes sufren.   
‘Un sacerdote bajaba por aquel camino, dio un rodeo y pasó de largo’. Nunca es verdadera una vida si se vive en paralelo con una oración que no toca las heridas ni cura las dolencias. Pasar de largo ante un/a herido/a es pasar de largo ante Dios y ante la propia dignidad. No existe un verdadero culto si ello no se traduce en servicio al prójimo. Sin prójimo, no hay Dios que valga. María, despierta nuestra compasión  hacia quienes sufren.  
‘Pero un samaritano al verlo se le acercó y lo cuidó’. Se mueven las entrañas ante el sufrimiento del otro. El amor cristiano es un amor comprometido que se hace concreto en la vida. En los gestos concretos de misericordia del buen samaritano reconocemos el modo de actuar de Jesús, que se ha revelado en la historia por medio de acciones marcadas por la compasión. Él no ignora nuestros dolores y sabe cuánto necesitamos de su ayuda y de su consuelo, se hace cercano y no nos abandona nunca. Jesús nos provoca: el rostro misericordioso de Dios lo manifiesta el que es peor visto; el corazón ve mejor que la doctrina; la misericordia está por encima del culto; los/as samaritanos/as compasivos/as son la esperanza de la humanidad. María, Madre de misericordia, cúranos para poder curar.     
‘Anda y haz tú lo mismo’. O ‘hagan lo que Él les diga’, que es la propuesta de María, la Madre del Carmelo. No pasar de largo en este día, ir por la vida con el corazón abierto. Seremos prójimos de los que sufren si en nuestro corazón hay compasión, capacidad de sufrir con el/la otro/a. Sin compasión, el amor no existe. "Nunca dejemos que alguien se acerque a nosotras/os y no se vaya mejor y más feliz” (Teresa de Calcuta). María, sintoniza nuestro corazón con el tuyo, para ir por la vida haciendo lo mismo que Jesús, el buen samaritano.  
¡FELIZ DOMINGO Y FELIZ DÍA DEL CARMEN! Desde el CIPE – julio 2016