sábado, 16 de julio de 2016

DÉCIMO SEXTO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO



Lectura orante del Evangelio: Lucas 10,38-42

“Cuando no rezamos, lo que hacemos es cerrar la puerta al Señor. Y no rezar es esto: cerrar la puerta al Señor, para que no pueda hacer nada. En cambio, la oración, ante un problema, una situación difícil, una calamidad, es abrir la puerta al Señor para que venga. Porque Él hace nuevas las cosas, sabe arreglar las cosas, ponerlas en su sitio. Pensemos en esta María que eligió la mejor parte y nos hace ver el camino, cómo abrir la puerta al Señor” (Papa Francisco).
Entró Jesús en una aldea y una mujer llamada Marta lo recibió en su casa. Orar es acoger a Jesús en la propia casa. Al acoger a Jesús, él nos acoge en su corazón. Cuando recibimos a Jesús, todo lo vemos de otra manera, porque Él nos regala su mirada. Como fruto de nuestra hospitalidad, Jesús nos comparte su proyecto del Reino. ¡Qué alegría celebrar hoy esta acogida de Marta!, continuada por tantas mujeres, protagonistas de historias de hospitalidad, de compasión y ternura, hacia aquellos con los que Jesús se identifica. Quien abre la puerta a un pobre, se la abre a Jesús. Ignorar el sufrimiento de los hombres, es ignorar a Jesús. Las palabras subversivas de Jesús valen para hoy. Jesús, cuando nos visitas, se llena de alegría nuestro corazón.    
Tenía una hermana llamada María, que, sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra. El Reino de Jesús es para gente atrevida, exploradora de caminos nuevos. Una mujer, María, se expone mucho al querer ser discípula de Jesús. Pero, ante la posibilidad de disfrutar de la mirada de Jesús, todo se le hace poco. Su pretensión: dejarse enamorar por los delicados acentos de la palabra, siempre nueva, del Amado. Escucha sin nada, en total transparencia, en la pobreza del callado amor, fascinada por Jesús, y Jesús la libera mostrándose como la única riqueza necesaria. Hay en ella disfrute, profundidad, dulzura, dignidad, fascinación. Ha encontrado al Amor de su alma y no está dispuesta a soltarlo. ‘Gocémonos, Amado, y vámonos a ver en tu hermosura… do mana el agua pura. Entremos más adentro en la espesura’. Nos ponemos a escucharte a la vez que te miramos. Enamóranos.    
‘Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola con el servicio? Dile que me eche una mano’. La libertad de la mujer que se ha atrevido con novedades insólitas (ser discípula, ejercer ministerios en las comunidades, ser testigo…)  molesta. Molesta a otra mujer, que se queja a Jesús porque su hermana no está en el sitio que le corresponde. A los ojos  de la hermana era perder el tiempo. Pero Jesús es mal interlocutor en esta causa; es Él mismo quien dibuja una dignidad en las entrañas de la mujer, que nadie deberá arrebatar. El servicio es importante, pero no lo es todo. El amor sí lo es todo. La oración enamorada hace milagros. Espíritu Santo, ensáñanos a escuchar la palabra de Jesús para estar más concretamente pendientes de las necesidades de los hermanos.
‘Marta, Marta: andas inquieta y nerviosa con tantas cosas: solo una es necesaria. María ha escogido la parte mejor, y no se la quitarán’. Escuchar a Jesús es la actitud más importante para los discípulos y discípulas. Solo quien escucha, puede después anunciar la Palabra en la misión. Los testigos se forjan en la escucha prolongada. La agitación distorsiona todo. La contemplación es el corazón del compromiso. En el Reino no tiene cabida ninguna marginación. Es hora de armonizar sin miedo la novedad de Jesús: buscador de la Palabra en las madrugadas y servidor hasta darlo todo al caer la tarde. Gracias, Jesús. Te alabo y te bendigo con todo mí ser.
¡FELIZ DOMINGO CON LOS ECOS DE LA FIESTA DEL CARMEN! – julio 2016