sábado, 30 de mayo de 2015

Domingo de la Santísima Trinidad



Lectura orante del Evangelio: Marcos 2,1-12

“En lo interior de su alma, en lo muy muy interior, en una cosa muy honda, que no sabe decir cómo es, porque no tiene letras, siente en sí esta divina compañía” (7M 1,7). 
Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra. Invitados por Jesús, alentados por su pleno poder, entramos en el día del gran misterio de la Trinidad. Al descubrir que somos tan amados, al ver cómo el amor desciende a nuestra nada y la engrandece, al comprobar que la Trinidad se comunica con nosotros, quedamos asombrados y nos brota la adoración callada y el amor agradecido. “¡Oh gran Dios!, parece que tiembla una criatura tan miserable como yo de tratar en cosa tan ajena de lo que merezco entender” (7M 1,2).    
Id y haced discípulos de todos los pueblos. Tanta generosidad gratuita de la Trinidad, grabada en nuestras entrañas por el bautismo, se asoma en el envío misionero al que nos empuja Jesús. ¿Cómo puede estar oculto tanto amor? Urge comunicarlo a todos. Los pueblos tienen derecho a oír esta historia de amor. Adoración y servicio van de la mano. “Pareceros ha que, según esto, no andará en sí, sino tan embebida que no pueda entender en nada. Mucho más que antes, en todo lo que es servicio de Dios, y en faltando las ocupaciones, se queda con aquella agradable compañía” (7M 1,8).
En el nombre del Padre. El núcleo de nuestra fe es un Dios amor. Dios es nuestro Padre. Nos mira a todos con amor. Nos abraza. Es un terreno firme que nunca nos engaña. Necesitamos recuperar esta audaz confianza para aprender a vivir con alegría. “¡Oh Señor mío, cómo parecéis Padre de tal Hijo y cómo parece vuestro Hijo hijo de tal Padre! ¡Bendito seáis por siempre jamás!” (C 27,1).
Y del Hijo. ¡Qué gran regalo del Padre! En Él podemos sentir a Dios humano, cercano, amigo. Nacido pobre entre los pobres, es el humilde Dios que abre caminos de comunión. Cercano a los pecadores, atento a los que sufren, profeta del misterio que hace vivir. Es el rostro humano a la Trinidad; lleva su fragancia por los caminos. “¡Oh buen Jesús! ¡Qué cosa es el amor que nos tenéis!” (C 27,4).  
Y del Espíritu Santo. El Espíritu es nuestro mejor amigo, es lo mejor que llevamos dentro. Con su gracia embellece el universo. Con sus inspiraciones ilumina el camino de la nueva humanidad. Desde lo escondido nos hace intuir el amor y nos invita a ponerlo por obra. “Entre tal Hijo y tal Padre, forzado ha de estar el Espíritu Santo, que enamore vuestra voluntad y os la ate con tan grandísimo amor” (C 27,7).    
Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. La Trinidad es presencia inalterable y definitiva en el corazón. Se comunica con nosotros y deja pistas para crear un mundo nuevo. Está con nosotros, llora con nosotros, danza con nosotros. ¡Es nuestro Dios! No sabe más que amar. Aquí se le comunican todas tres Personas, y la hablan” (7M 1,6).  
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                                   ¡Feliz fiesta del Santo más grande del cielo! CIPE – mayo 2015

lunes, 25 de mayo de 2015

Domingo de Pentecostés




 Lectura orante del Evangelio: Juan 20,19-23
“El Espíritu Santo te ama” (Relaciones 13).
Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. Acogemos con docilidad estas palabras de Jesús, las guardamos en el corazón como un tesoro. ¡Qué hermoso es entrar a formar parte de la historia de amor que el Padre quiere contar a la humanidad! ¡Qué sorpresa que Jesús cuente con nosotros! ¡Qué alegría! No hay tiempo que perder. Hoy mismo podemos ponernos en camino. Donde está el Espíritu hay envío, movimiento, misión. “¡Vayamos a las periferias!”, nos dice el papa Francisco. “La Iglesia está llamada a salir de sí misma e ir hacia las periferias, no solo las geográficas, sino también las periferias existenciales: las del misterio del pecado, las del dolor, las de la injusticia”. No vamos por propia iniciativa, es Jesús quien nos envía, Él está siempre con nosotros. El Espíritu, en la oración, prepara este viaje misionero, hace brotar en nuestros corazones la alegría. Orar es amar y el amor nunca está ocioso. Los que viven en las periferias están a la espera de los amigos de Jesús. “Que el Espíritu Santo enamore vuestra voluntad” (Camino 27,7).
Exhaló su aliento sobre ellos. Jesús no se guarda nada para sí, todo nos lo da. Jesús sopla su Espíritu; nosotros abrimos los pulmones para respirar a su aire. Esto es orar. Al roce del amor del Espíritu, nuestra arcilla queda llena de vida, nuestros huesos secos se levantan para la alabanza y el servicio. Al aire del Espíritu, la humanidad, tan herida por la injusticia a los más pobres, se levanta engalanada como una novia. Frente a la corrupción y la mentira el Espíritu estrena caminos de transparencia y de verdad. “Sea Dios bendito por siempre, que en un punto me dio la libertad que yo, con todas cuantas diligencias había hecho muchos años había, no pude alcanzar conmigo” (V 24,8).
Recibid el Espíritu Santo. Hemos sido creados para recibir esta visita del Espíritu. Nuestra interioridad anhela esta presencia amorosa y creativa. Orar es aprender a recibir al Espíritu, para caminar y vivir empujados por sus inspiraciones; orar es gustar sus amores y escuchar sus sonidos nuevos para una danza interminable de alabanza y de servicio misionero. Este divino Amor todo lo trae consigo. El vacío interior lo llena de alegría, su voz consuela en las cañadas oscuras, su fuerza anima en las horas difíciles, su viento empuja las velas de nuestra barquilla, sus dones enamoran, su manantial es rumor inagotable de gracia, su presencia sonora a vida eterna sabe. “Por la bondad de Dios, no dejaba el Espíritu de estar conmigo” (V 38,9).
A quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados. El pecado malogró el proyecto del Padre, ahora surge la reconciliación como el más hermoso don del Espíritu. El perdón y la paz son la presencia del Espíritu en la historia. En la fiesta del Espíritu todo se llena de alegría y libertad. Sus dones engalanan la nueva humanidad. A los cansados les nacen pies para correr, alas para volar. ¡Qué extraordinaria riqueza, con sus dones de verdad y de amor, la del Espíritu! ¡Qué apasionante su presencia en nosotros y en la historia! Caminemos “al calor del Espíritu” (5M 2,3).
 
¡FELIZ FIESTA DE PENTECOSTÉS! Desde el CIPE – mayo 2015

sábado, 23 de mayo de 2015

Romero de América, Pastor y Mártir nuestro



La Iglesia de Sucumbíos, Ecuador, se une y comparte la alegría de este día por la Beatificación de nuestro Obispo Mártir de San Salvador, Monseñor Oscar Arnulfo Romero.

“La sangre de las/os mártires  cristianas/os es semilla de nuevas/os cristianas/os”. Tertuliano



El ángel del Señor anunció en la víspera...

El corazón de El Salvador marcaba
24 de marzo y de agonía.
Tú ofrecías el Pan,
el Cuerpo Vivo
-el triturado cuerpo de tu Pueblo;
Su derramada Sangre victoriosa
-¡la sangre campesina de tu Pueblo en masacre
que ha de teñir en vinos de alegría la aurora conjurada!

El ángel del Señor anunció en la víspera,
y el Verbo se hizo muerte, otra vez, en tu muerte;
como se hace muerte, cada día, en la carne desnuda de tu Pueblo.

¡Y se hizo vida nueva
en nuestra vieja Iglesia!

Estamos otra vez en pie de testimonio,
¡San Romero de América, pastor y mártir nuestro!
Romero de la paz casi imposible en esta tierra en guerra.
Romero en flor morada de la esperanza incólume de todo el Continente.
Romero de la Pascua latinoamericana.
Pobre pastor glorioso, asesinado a sueldo, a dólar, a divisa.

Como Jesús, por orden del Imperio.
¡Pobre pastor glorioso,
abandonado
por tus propios hermanos de báculo y de Mesa...!
(Las curias no podían entenderte:
ninguna sinagoga bien montada puede entender a Cristo).

Tu pobrería sí te acompañaba,
en desespero fiel,
pasto y rebaño, a un tiempo, de tu misión profética.
El Pueblo te hizo santo.
La hora de tu Pueblo te consagró en el kairós.
Los pobres te enseñaron a leer el Evangelio.

Como un hermano herido por tanta muerte hermana,
tú sabías llorar, solo, en el Huerto.
Sabías tener miedo, como un hombre en combate.
¡Pero sabías dar a tu palabra, libre, su timbre de campana!

Y supiste beber el doble cáliz del Altar y del Pueblo,
con una sola mano consagrada al servicio.
América Latina ya te ha puesto en su gloria de Bernini
en la espuma-aureola de sus mares,
en el retablo antiguo de los Andes alertos,
en el dosel airado de todas sus florestas,
en la canción de todos sus caminos,
en el calvario nuevo de todas sus prisiones,
de todas sus trincheras,
de todos sus altares...
¡En el ara segura del corazón insomne de sus hijos!

San Romero de América, pastor y mártir nuestro:
¡nadie hará callar tu última homilía!

Pedro Casaldáliga