lunes, 25 de mayo de 2015

Domingo de Pentecostés




 Lectura orante del Evangelio: Juan 20,19-23
“El Espíritu Santo te ama” (Relaciones 13).
Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. Acogemos con docilidad estas palabras de Jesús, las guardamos en el corazón como un tesoro. ¡Qué hermoso es entrar a formar parte de la historia de amor que el Padre quiere contar a la humanidad! ¡Qué sorpresa que Jesús cuente con nosotros! ¡Qué alegría! No hay tiempo que perder. Hoy mismo podemos ponernos en camino. Donde está el Espíritu hay envío, movimiento, misión. “¡Vayamos a las periferias!”, nos dice el papa Francisco. “La Iglesia está llamada a salir de sí misma e ir hacia las periferias, no solo las geográficas, sino también las periferias existenciales: las del misterio del pecado, las del dolor, las de la injusticia”. No vamos por propia iniciativa, es Jesús quien nos envía, Él está siempre con nosotros. El Espíritu, en la oración, prepara este viaje misionero, hace brotar en nuestros corazones la alegría. Orar es amar y el amor nunca está ocioso. Los que viven en las periferias están a la espera de los amigos de Jesús. “Que el Espíritu Santo enamore vuestra voluntad” (Camino 27,7).
Exhaló su aliento sobre ellos. Jesús no se guarda nada para sí, todo nos lo da. Jesús sopla su Espíritu; nosotros abrimos los pulmones para respirar a su aire. Esto es orar. Al roce del amor del Espíritu, nuestra arcilla queda llena de vida, nuestros huesos secos se levantan para la alabanza y el servicio. Al aire del Espíritu, la humanidad, tan herida por la injusticia a los más pobres, se levanta engalanada como una novia. Frente a la corrupción y la mentira el Espíritu estrena caminos de transparencia y de verdad. “Sea Dios bendito por siempre, que en un punto me dio la libertad que yo, con todas cuantas diligencias había hecho muchos años había, no pude alcanzar conmigo” (V 24,8).
Recibid el Espíritu Santo. Hemos sido creados para recibir esta visita del Espíritu. Nuestra interioridad anhela esta presencia amorosa y creativa. Orar es aprender a recibir al Espíritu, para caminar y vivir empujados por sus inspiraciones; orar es gustar sus amores y escuchar sus sonidos nuevos para una danza interminable de alabanza y de servicio misionero. Este divino Amor todo lo trae consigo. El vacío interior lo llena de alegría, su voz consuela en las cañadas oscuras, su fuerza anima en las horas difíciles, su viento empuja las velas de nuestra barquilla, sus dones enamoran, su manantial es rumor inagotable de gracia, su presencia sonora a vida eterna sabe. “Por la bondad de Dios, no dejaba el Espíritu de estar conmigo” (V 38,9).
A quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados. El pecado malogró el proyecto del Padre, ahora surge la reconciliación como el más hermoso don del Espíritu. El perdón y la paz son la presencia del Espíritu en la historia. En la fiesta del Espíritu todo se llena de alegría y libertad. Sus dones engalanan la nueva humanidad. A los cansados les nacen pies para correr, alas para volar. ¡Qué extraordinaria riqueza, con sus dones de verdad y de amor, la del Espíritu! ¡Qué apasionante su presencia en nosotros y en la historia! Caminemos “al calor del Espíritu” (5M 2,3).
 
¡FELIZ FIESTA DE PENTECOSTÉS! Desde el CIPE – mayo 2015