Lectura orante del Evangelio: Lucas 15,1-32
“No nos purificaremos mirando a nuestra
miseria, sino mirando a Cristo que es todo él pureza y santidad” (Isabel de la Trinidad).
‘Ese acoge a los pecadores y come con
ellos’. La actuación de Jesús está siempre inspirada, motivada e impulsada por la
misericordia. Ofrece el perdón de manera gratuita. Realiza gestos
inverosímiles: acoger y sentarse a la mesa con las/os pecadoras/es. Rompe la
discriminación y abre espacios nuevos de fraternidad donde todas/os son acogidas/os.
La misericordia es para todas/os. De este modo anuncia la Buena Noticia. Los
fariseos murmuran al ver cómo se comporta Jesús, pero las/os pecadoras/es se
acercan a Él sin miedo y comparten la mesa con Él. ¿Dónde nos situamos nosotras/os
ante esta manera que tiene Jesús de tratar a las/os pecadoras/es? Inspíranos, Señor, el gesto y la palabra
oportuna frente a las/os hermanas/os.
‘Habrá más alegría en el cielo por un solo
pecador que se convierta, que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse’. La alegría de Dios es perdonar. Dios no nos olvida, no sabe estar sin
nosotras/os, nos lleva en el corazón, nos espera siempre. Respeta nuestra
libertad, pero permanece siempre fiel. Cuando vamos a Él, nos acoge en su casa como
hijas/os, porque no deja jamás de esperarnos con amor. El corazón de Dios está
de fiesta por cada hija/o que vuelve. Jesús nos llama a todas/os a seguir este
camino de alegría. Cuando vamos a Dios alegramos su corazón, cuando sentimos en
nuestro corazón la alegría de perdonar estamos en comunión con Dios. Ejerce, Señor, tu misericordia en nuestra
fragilidad y pecado.
‘Me pondré en camino adonde está mi
padre’. Sabiendo que Dios nos ama, nos ponemos en camino hacia ese lugar donde
está el Padre: nuestro corazón. El Padre, el Hijo, el Espíritu están dibujados
en nuestra entraña más honda. Al atravesar ese umbral nos sumergimos en el amor
misericordioso del Padre, con plena confianza y sin ningún temor. Madre de Misericordia no nos dejes nunca solas/os
en el camino de nuestra vida, sobre todo en los momentos de incertidumbre y
dolor.
Cuando todavía estaba lejos, su padre lo
vio y se conmovió, y echando a correr, se le echó al cuello, y se puso a
besarlo. El Padre nos ve llegar, echa a correr a nuestro encuentro, nos abraza, se
pone a besarnos, hace una fiesta. No nos deja ni hablar, ¡tanta es su alegría!
Así nos muestra su misericordia. “A veces pienso que Él obra conmigo como si no
tuviese a nadie más a quien amar” (Isabel de la Trinidad). Esa experiencia de
amor perdonador es la que nos ayuda a creer y a perdonar con alegría. Cantaremos eternamente tus misericordias,
Señor.
Deberías alegrarte, porque este hermano
tuyo estaba muerto y ha revivido, estaba perdido, y lo hemos encontrado’. Dios no quiere ser servido, quiere ser
amado. Quien no sabe perdonar todavía no ha conocido la plenitud del amor. La
experiencia de Dios se manifiesta en el amor a las/os hermanas/os, en el gozo
por su alegría.
¡Feliz
Domingo! ¡PAZ para Venezuela! Desde el CIPE – septiembre 2016