sábado, 10 de septiembre de 2016

Vigésimo cuarto Domingo del Tiempo Ordinario.



Lectura orante del Evangelio: Lucas 15,1-32

No nos purificaremos mirando a nuestra miseria, sino mirando a Cristo que es todo él pureza y santidad” (Isabel de la Trinidad).
‘Ese acoge a los pecadores y come con ellos’. La actuación de Jesús está siempre inspirada, motivada e impulsada por la misericordia. Ofrece el perdón de manera gratuita. Realiza gestos inverosímiles: acoger y sentarse a la mesa con las/os pecadoras/es. Rompe la discriminación y abre espacios nuevos de fraternidad donde todas/os son acogidas/os. La misericordia es para todas/os. De este modo anuncia la Buena Noticia. Los fariseos murmuran al ver cómo se comporta Jesús, pero las/os pecadoras/es se acercan a Él sin miedo y comparten la mesa con Él. ¿Dónde nos situamos nosotras/os ante esta manera que tiene Jesús de tratar a las/os pecadoras/es? Inspíranos, Señor, el gesto y la palabra oportuna frente a las/os hermanas/os.  
‘Habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta, que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse’. La alegría de Dios es perdonar. Dios no nos olvida, no sabe estar sin nosotras/os, nos lleva en el corazón, nos espera siempre. Respeta nuestra libertad, pero permanece siempre fiel. Cuando vamos a Él, nos acoge en su casa como hijas/os, porque no deja jamás de esperarnos con amor. El corazón de Dios está de fiesta por cada hija/o que vuelve. Jesús nos llama a todas/os a seguir este camino de alegría. Cuando vamos a Dios alegramos su corazón, cuando sentimos en nuestro corazón la alegría de perdonar estamos en comunión con Dios. Ejerce, Señor, tu misericordia en nuestra fragilidad y pecado.  
‘Me pondré en camino adonde está mi padre’. Sabiendo que Dios nos ama, nos ponemos en camino hacia ese lugar donde está el Padre: nuestro corazón. El Padre, el Hijo, el Espíritu están dibujados en nuestra entraña más honda. Al atravesar ese umbral nos sumergimos en el amor misericordioso del Padre, con plena confianza y sin ningún temor. Madre de Misericordia no nos dejes nunca solas/os en el camino de nuestra vida, sobre todo en los momentos de incertidumbre y dolor.
Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió, y echando a correr, se le echó al cuello, y se puso a besarlo. El Padre nos ve llegar, echa a correr a nuestro encuentro, nos abraza, se pone a besarnos, hace una fiesta. No nos deja ni hablar, ¡tanta es su alegría! Así nos muestra su misericordia. “A veces pienso que Él obra conmigo como si no tuviese a nadie más a quien amar” (Isabel de la Trinidad). Esa experiencia de amor perdonador es la que nos ayuda a creer y a perdonar con alegría. Cantaremos eternamente tus misericordias, Señor.  
Deberías alegrarte, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido, estaba perdido, y lo hemos encontrado’. Dios no quiere ser servido, quiere ser amado. Quien no sabe perdonar todavía no ha conocido la plenitud del amor. La experiencia de Dios se manifiesta en el amor a las/os hermanas/os, en el gozo por su alegría.
         ¡Feliz Domingo! ¡PAZ para Venezuela! Desde el CIPE – septiembre 2016