sábado, 26 de noviembre de 2016

Domingo primero de Adviento



Lectura orante del Evangelio: Mateo 24,37-44
“Estoy sobre la palma de tu mano,
jugando como un niño;
no la quites, Señor, fuera de ella
ha tendido la nada sus abismos” (Pablo Fernández).
Cuando venga el Hijo del hombre, pasará como en tiempo de Noé. Ninguna crisis puede detener el empuje del Espíritu que invita a los pueblos de la tierra a caminar al encuentro con Dios. El adviento es camino hacia un encuentro: ‘Quiero ver a Dios’ (Beato María Eugenio). La fidelidad del Señor recrea el horizonte de la esperanza, colma de alegría nuestro vacío profundo. En este viaje nos acompaña la Virgen María, una sencilla muchacha del pueblo, que lleva en su corazón toda la esperanza de Dios. ‘Ahora es el momento de dejar paso a la fantasía de la misericordia para dar vida a tantas iniciativas nuevas, fruto de la gracia’ (Papa Francisco).  
Cuando menos lo esperaban llegó el diluvio. Es verdad que, en un instante, nuestras seguridades pueden resquebrajarse dejándonos en el vacío. Pero es más verdad que somos infinitamente amadas/os por Dios; más allá de todo lo que pasa y se muda, estamos en sus manos amorosas. El Señor es fiel, nunca decepciona. Pensemos y sintamos esta belleza. En el adviento abramos el corazón a la confianza de ser amadas/os por Dios. Su amor nos precede siempre, nos acompaña y permanece junto a nosotros a pesar de nuestro pecado’ (Papa Francisco).
‘Estén en vela, porque no saben qué día vendrá su Señor’. El Señor, camino y meta de nuestra peregrinación, es la belleza de nuestra esperanza, siempre nos espera. Si sentimos la mano amorosa del Padre que acoge y abraza, el adviento será un tiempo nuevo que nos permitirá alcanzar nuestro ser más verdadero. El Espíritu, con su cercanía de amigo, nos empuja a ir más allá de nuestras incertidumbres. Jesús, que viene como aurora, ahuyenta nuestra noche y nos da el sentido de la vida. La oración nos permite estar en vela mirando que este mundo, tan lleno de contradicciones, sigue siendo el mundo que Dios ama. Es hora de despertar, de ir más allá de nuestros intereses y abrir bien los ojos para consolar a quienes sufren. ‘Volvamos los ojos a Jesús, rostro radiante de la misericordia de Dios” (Papa Francisco).
‘Estén preparados’. El Espíritu es experto en suscitar esperanzas en el aquí y ahora. El momento presente es digno recipiente de gracia gratuita y solidaria. La oración nos ayuda a desentrañar la presencia de Jesús que se acerca y trae la alegría. Un pequeño deseo de Dios que crece en el corazón, una pequeña llama de amor viva al Señor, un pan compartido con las/os pobres, mirar, escuchar, acompañar y curar las heridas de quienes sufren: todo eso y mucho más es oración. Dejémonos guiar por María en este tiempo de espera y vigilancia activa. ‘Querer acercarse a Jesús implica hacerse prójimo de las/os hermanas/os, porque nada es más agradable al Padre que un signo concreto de misericordia’ (Papa Francisco).                                                                                         
¡Feliz Adviento! Desde el CIPE – noviembre 2016