viernes, 1 de enero de 2016

Domingo Segundo de Navidad



Lectura orante del Evangelio: Juan 1,1-18
“Todo lo hago con Él” (Beata Isabel de la Trinidad).
En el principio ya existía la Palabra. Nuestra vida está llena de sentido, porque una Palabra de amor nos habita y no se cansa de amarnos. Al escucharla nos hacemos conscientes de la cercanía de Dios. El Espíritu nos capacita para acoger y agradecer este don. La Palabra, leída, escuchada, meditada, guardada en la interioridad,.., se convierte en suelo firme de nuestra fe, en agua viva que sacia nuestra sed. Casi imperceptiblemente va dejando su huella en el entendimiento y en el corazón; va tejiendo un espacio donde es posible el encuentro con Dios. Mirándonos en el espejo de la Palabra vamos descubriendo cómo se relaciona Dios con nosotros. El rostro de la Palabra es Jesús. Él nos espera dentro para darnos el abrazo de su misericordia. En lo más hondo de nuestro pozo está tu Palabra llamándonos a la vida.
Y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros. La iniciativa del encuentro es de la Palabra. Se hace humanidad, echa raíces en nuestra tierra, hace suyo todo lo nuestro, se hace pobre, nos ama desde abajo y desde dentro. A la Palabra no le ha quedado nada por hacer. Jesús, palabra hecha carne, camina a nuestro lado, entrelazando lo divino con lo humano, acariciando las heridas, haciéndose inteligible de los más perdidos. Nosotros cultivamos una interioridad sana para acogerle. Eso implica ser conscientes sinceramente de nosotros mismos, de lo que estamos sintiendo, deseando, pensando, sin miedo a lo que podamos descubrir. Vivimos confiadamente nuestra verdad, porque somos conocidas/os y amadas/os por Jesús. Él, don absoluto, está con nosotras/os amándonos. Nosotras/os aceptamos que escriba su compasión y su ternura en nuestra historia. ¡Gracias, Jesús, por hacerte carne en nosotros!
Hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre. Solo Jesús nos descubre el corazón del Padre y nos muestra su rostro. Necesitamos recuperar la humanidad de Jesús. Cuando lo miramos humano y nos dejamos mirar por Él, se hace luz en nuestro interior pues su mirada clarifica todo aquello que guarda el corazón y la mente. Cuando miramos a Jesús, descubrimos en Él a un amigo junto al que se va gestando nuestro ser más verdadero. Cuando nos acercamos a Jesús, nuestros horizontes estrechos se dilatan, nos crece la esperanza. Cuando seguimos a Jesús de cerca, día tras día, experimentamos el abrazo de su misericordia. Al mirarnos a nosotras/os, tan amadas/os, nos quedamos asombradas/os. Al poner en el centro a Jesús ponemos en el centro a todo ser humano, especialmente a los más pequeñitos. Ven, Espíritu Santo, danos capacidad para percibir el amor de Jesús.    
De su plenitud todos hemos recibido gracia tras gracia. Al poner los pies en el territorio de Jesús, descubrimos que Dios quiere para nosotras/os la plenitud; ésta es su alegría. Resuenan muy fuerte sus palabras invitándonos a recibir una gracia que nunca se acaba. Sus misericordias nunca se agotan. Así nos va naciendo el Reino por dentro. La oración es un momento privilegiado para recibir su gracia, para confiar en su entrega. Si no nos implicamos, nuestra relación con Jesús se debilita, se vuelve tibia y volvemos nosotras/os a ser el centro del mundo. Cada día es una oportunidad para recomenzar una y otra vez. Aquí descubrimos la infinita paciencia de Jesús y aprendemos a ser pacientes con nosotras/os y con las/os demás. Quienes más disfrutan de la vida son quienes dejan su seguridad en la orilla y se apasionan por el estilo de vivir de Jesús, quienes multiplican abrazos de bienaventuranza a las/os que viven perdidos en las periferias. Abrimos nuestro corazón y te recibimos, porque todo nuestro bien consiste en aprender a recibir de Ti.
Feliz Año Nuevo desde el CIPE – enero de 2016