sábado, 6 de febrero de 2016

Domingo quinto del tiempo ordinario



Lectura orante del Evangelio: Lucas 5,1-11
“Voy a perderme en Él” (Beata Isabel de la Trinidad)
‘Rema mar adentro y echad las redes para pescar’. Jesús nos invita a tener un encuentro con Él en la interioridad. Nos llama desde el mar a los que buscamos la seguridad en la orilla, para que entremos y gocemos de la belleza del abandono confiado y nos atrevamos a vivir la vida de forma creativa. No tiene en cuenta nuestra pequeñez ni nuestra vulnerabilidad; le agrada la audacia de la fe y de la entrega. Su palabra, desafío a ir más allá de lo que hacemos y vivimos, merece confianza. Entremos en la interioridad y vayamos sin miedo a su encuentro. Jesús, tú, nos invitas a crecer como personas, a volar como las águilas. Gracias por tu amor.   
‘Maestro, nos hemos pasado la noche bregando y no hemos cogido nada; pero, por tu palabra, echaré las redes’. Hemos trabajado y no hemos visto el fruto. Parece esto una legítima excusa para abandonar. ¿Qué sentido tiene ir al encuentro con Jesús desde el fracaso, con las manos vacías? Al ver la desproporción entre la propuesta de Jesús y nuestra nada, preferiríamos quedarnos en la orilla. ¡Tantas veces hemos probado lo que dan de sí nuestras fuerzas! Pero cuando todo parecía terminar, comienza el camino de la fe, que nos invita a salir de nuestros límites. La palabra de Jesús es más fuerte que todas nuestras razones. Su luz rompe nuestra noche, su valentía aleja nuestros miedos. Si Tú lo dices, echaremos las redes.    
Hicieron una redada de peces tan grande, que reventaba la red. La generosidad de Jesús es desbordante. ¡Quién más amigo de dar que Él! Su palabra nunca defrauda. Solo aguarda nuestra fe en Él para mostrar su derroche de amor. Su plenitud revienta nuestros esquemas. Su grandeza no avasalla nuestra libertad. Nos lleva al asombro. Salimos a buscarte en la noche y Tú vienes al encuentro con tu amor. Gracias, Señor.
Al ver esto, Simón Pedro se arrojó a los pies de Jesús, diciendo: ‘Apártate de mí, Señor, que soy un pecador’. La presencia salvadora de Jesús deja al descubierto nuestro pecado. ¡Somos tan vulnerables! ¿Qué hacer? Es comprensible la actitud de Pedro. Nos dan ganas de huir y de escapar de la presencia de Jesús. No somos dignos. Pero Jesús no ha venido a alejar sino a acercar y llamar a los perdidos. La santidad del Padre, que Él anuncia, es el colmo de la bondad y la ternura, de la misericordia. Gratuitamente, nos abre su corazón y nos abraza. Dios es así. ¿Cómo puede el Bien hacernos mal? Jesús, puestos a tus pies, reconocemos nuestro pecado.  
Jesús dijo a Simón: ‘No temas: desde ahora, serás pescador de hombres’. Al asombro le sigue la llamada de Jesús a colaborar en su Reino. ‘No temas’. El estar con Él nos ha hecho nuevos, hermanos. Su poder nos da la fuerza para ser misioneros de su libertad, perdonadores de los pecados que destrozan la vida y ahuyentan la alegría. Jesús nos envía, como cirios de luz en la vida cotidiana, a crear una nueva humanidad a base de misericordia. Nosotros, ponemos sus pies en sus pisadas, vamos con Él. Te damos gracias, Jesús; sin ti, nuestra vida no sería lo que es. ¡Qué gran amigo eres!     
CIPE – Febrero 2016