sábado, 14 de marzo de 2015

Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único




Domingo cuarto de Cuaresma 

Lectura orante del Evangelio en clave teresiana: Juan 3,14-21
“Llegó a leer en un crucifijo que allí estaba el título que se pone sobre la cruz, y súbitamente, en leyéndole, la mudó toda el Señor… Le pareció había venido una luz a su alma para entender la verdad, como si en una pieza oscura entrara el sol; y con esta luz puso los ojos en el Señor” (Fundaciones 22,5.6).  

Tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que crea en él tenga vida eterna. Nuestra oración interior es una mirada a Jesús con la música y belleza de la fe resonando en los adentros. Tantas veces cabizbajos, con el lamento tan a flor de labios, levantamos hacia Él nuestra mirada, para mirarlo, elevado, como un manantial inagotable de vida. El Espíritu nos abre los ojos a la experiencia de gracia que tenemos delante, nos abre el corazón para acoger la salvación que Jesús ofrece. Jesús crucificado manda señales de amor, en Él se abre camino la vida vencedora de la muerte, se asoma una alegría que ahuyenta toda tristeza. “Con tan buen amigo presente, con tan buen capitán que se puso en lo primero en el padecer, todo se puede sufrir; él ayuda y da esfuerzo; nunca falta, es amigo verdadero” (V 22,6).   

Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único. Dios no tiene más. No se guarda nada. Nos entrega a Jesús. Lo pone en manos extrañas. Ya podemos decir de verdad: “Cristo es mío y todo para mí” (Juan de la Cruz). Y Jesús “¡tiene en tanto que le volvamos a mirar!” (C 26,3). No se cansa de estar a nuestro lado a pesar de ser como somos, nos habla como a amigos. “Mirad las palabras que dice aquella boca divina, que en la primera entenderéis luego el amor que os tiene, que no es pequeño bien y regalo del discípulo ver que su maestro le ama” (C 26,10). En la oración interior procuramos soledad “para que entendamos con quién estamos” (C 24,5), sentimos dentro “esta divina compañía” (7M 1,7), nos alegramos de “tener tal huésped dentro” (C 28,10). Mirando la cruz leemos el amor que nos tiene y nos despertamos a amar. “Quiero concluir con esto: que siempre que se piense de Cristo, nos acordemos del amor con que nos hizo tantas mercedes y cuán grande nos le mostró Dios en darnos tal prenda del que nos tiene; que amor saca  amor” (V 22,14).

El que cree en él, no será condenado. Con interrogantes a cuestas, buscadores inquietos de lo que salva y hace felices, nos sorprendemos al ser buscados y encontrados por Jesús, el que viene a salvar y no a condenar. La fe es la alegría de este encuentro sorprendente, es la respuesta vital al amor entregado de Jesús. Nos fortalecemos creyendo; del encuentro con Jesús nos nace una vida nueva marcada por el amor. “Oh grandeza de Dios, y cuál sale una alma de aquí!, de haber estado metida un poquito en la grandeza de Dios y tan junta con Él” (5M 2,7).  

El que realiza la verdad se acerca a la luz. Respondemos al amor de Jesús con la determinación de afrontar nuestro vivir diario con una actitud de honestidad y verdad. Así nos ilumina su luz. “Ya era tiempo de que sus cosas (las de Jesús, del Reino) tomase ella por suyas, y Él tendría cuidado de las suyas” (7M 2,1).  

            En la Cuaresma caminamos con Jesús hacia la Pascua – CIPE – marzo 2015