sábado, 13 de mayo de 2017

Domingo quinto de Pascua



Lectura orante del Evangelio: Juan 14,1-12
“Pidamos al Espíritu Santo que nos enseñe a caminar bien, siempre” (Papa Francisco)
No perdáis la calma, creed en Dios y creed también en mí. Frente a la oscuridad y el desconcierto que a veces nos amenaza, está la serenidad de saber que vivimos acompañados. Frente a la mirada perdida y sin horizonte, tenemos los ojos puestos en Jesús. Frente a la desconfianza que reseca la vida, aparece la belleza de una audaz confianza en el Padre. Frente al sinsentido de la vida, se nos regala el sentido novedoso y lleno de frescura del Espíritu. Frente a los caminos solitarios, surge la cultura del encuentro para caminar juntos con la Iglesia. Orar es iniciar un camino hacia el amor, porque solo el amor es digno de fe. Con la música del ‘Nada te turbe’.  En el Espíritu, creemos en ti, Jesús. Creemos, en ti, Padre. Amén.  
Cuando vaya y os prepare sitio volveré y os llevaré conmigo. Vivir el Evangelio sin un encuentro con Jesús, no tiene sentido y, además, es imposible. ¿Qué sería de nosotros sin Jesús? Seríamos como una oscuridad sin salida. Pero Jesús no nos abandona; no queremos olvidar esto. Jesús se encamina hacia el misterio de amor del Padre, pero no nos deja solos. Nos prepara sitio en el regazo del Padre, pero sigue en nuestro corazón. En la interioridad nos descubre las verdades más profundas, nos regala el sentido de la vida. La oración es una fiesta de confianza en quien sabemos que nos ama. Jesús, nos fiamos de ti. Juntos andemos.   
Yo soy el camino y la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí. Cuando andamos desorientados o extraviados, cuando incluso pensamos que no hay camino; cuando no sabemos cómo vivir ni cómo ir a Dios…; sí hay camino y se hace camino al andar. El camino es Jesús, la verdad es Jesús, la vida es Jesús. Jesús dice esta promesa a quien va con él. En la identidad de Jesús se desvela la nuestra. En él percibimos la respuesta a nuestro misterio, descubrimos la grandeza de nuestra vocación. El Misterio último es silencio y atracción respetuosa. Jesús es el camino que nos lleva a confiar en la bondad del Padre. Orar es entrar asombrados en el Camino, en la Verdad y en la Vida. Jesús, todo lo queremos vivir contigo. ¡Qué alegría estar contigo!
Quien me ha visto a mí ha visto al Padre. Mirar a Jesús con la mirada del corazón, celebrar con alegría su presencia en medio de los hermanos, vivir como él vivió… son las tres puertas para entrar en su misterio. Jesús es camino para andar, verdad para dar sentido, vida plena que colma todo deseo. Jesús es otro modo de caminar por la vida. Otro modo de ver y sentir la existencia. Otra dimensión más honda. Otra lucidez y otra generosidad. Otro horizonte y otra comprensión. Otra luz. Otra energía. Otro modo de ser. Otra libertad. Otra esperanza. Otro vivir y otro morir. Y en el caminar de cada día nos acompaña la imaginación del Espíritu que nunca se agota. Y en el horizonte nos espera el Padre: fuente de ternura inagotable. Y junto a nosotros siempre está la Madre de todo desamparo. Gloria al Padre, gloria al Hijo, gloria al Espíritu Santo. Gloria a ti, Virgen María. Amén.  
El que cree en mí, también él hará las obras que yo hago, y aún mayores. Jesús transforma nuestra vida. Su semilla no queda escondida en la tierra, se asoma y embellece el paisaje con los frutos abundantes de las bienaventuranzas. Su presencia viva en nuestra interioridad se asoma en obras de amor hacia los más pequeños. Cuando oramos, el Espíritu ya está preparando en nosotros formas de amar y de dar esperanza a los que nos rodean. Gracias a ello, muchos pueden descubrir la alegría de Dios. Jesús, haz en nosotros las obras que tú quieras, para bien de los pequeños, para bien de los que sufren y están solos. Amén. 
Feliz Pascua para vosotros – CIPE, mayo de 2017