domingo, 5 de noviembre de 2017

Domingo XXXI del Tiempo Ordinario




Lectura orante del Evangelio: Mateo 23,1-12
¡Jesús es nuestro verdadero y único Maestro!” (Benedicto XVI).  
En la cátedra de Moisés se han sentado los letrados y fariseos. Jesús desenmascara la mentira, planta cara a los defensores del orden que llevan una vida desordenada, denuncia a los reformadores incapaces de reformar su propia vida, le duele que se condene con dureza desde las cátedras el pecado de los pequeños y débiles y se pase de largo ante las injusticias de los poderosos. ¡Cómo le gusta la verdad a Jesús! Solo en la verdad es posible orar. Si en vez de aplicar estas palabras a las/os demás nos las aplicamos a nosotras/os, podremos orar de verdad, porque la oración siempre florece en el terreno de la verdad. La palabra de Jesús ilumina, discierne, crea. La incoherencia entre lo que decimos y hacemos, la dureza y rigidez hacia las/os otros, la búsqueda de gloria que nos pone en el pedestal, el quedar bien ante las/os demás… pueden dejar a Dios y a las/os hermanos sin espacio en el corazón. Espíritu Santo, enséñanos a orar en verdad.
Uno solo es su maestro y todos ustedes son hermanos. La forma más bonita de llamarnos, la que más le gusta a Jesús, es la de hermanas/os. En la comunidad de Jesús todas/os tenemos sitio, tarea, palabra, dignidad. No tiene sentido evangélico ensalzar a unas/os con supuestas dignidades dejando en la sombra a las/os pequeñas/os. El Espíritu de Jesús es el maestro interior que nos enseña el arte de pensar, sentir, vivir como hermanas/os. La oración florece con hermanos y hermanas al lado, caminando tras las huellas de Jesús, con un estilo de vida convincente, ayudándose unas/os a otras/os a vivir la experiencia de Dios, a crear una atmósfera más sencilla y fraterna, a compartir los gozos y dolores de la humanidad, a cuidar de la tierra como casa de todas/os. ¡Cuánto necesita nuestra Iglesia de hermanos y hermanas que irradien la belleza del Evangelio de Jesús! Espíritu Santo, enséñanos a vivir como hermanas/os.
Uno solo es su padre, el del cielo. Para Jesús el título de ‘Padre’ es tan único que no ha de ser utilizado por nadie en la comunidad. Jesús, en sus obras y palabras, fue desvelando el rostro del Abbá (Padre), el que crea y recrea la vida, el que reviste nuestros días de novedad y de alegría, el que regala libertad y no se desdice de habérnosla dado, el que quiere a todas/os por igual, el que nos espera para darnos su abrazo. En esa experiencia de amor único, que el Padre nos tiene, entramos cuando oramos y decimos, como hijos e hijas: ‘Padre nuestro’. Espíritu Santo, enséñanos a decir, desde el corazón de la comunidad: Abbá, Padre nuestro.
Uno solo es su Señor, Cristo. Solo Jesús sabe ser Señor porque solo él saber ser pequeño: ofrece alivio a las/os cansadas/os y agobiadas/os, su yugo es llevadero y su carga ligera, va delante llevando el peso de todas/os. ‘No se dejen poner títulos, no llamen a nadie así’, nos dice Jesús con emoción y cariño, sabedor del orgullo que se puede apoderar de nosotras/os. ¡Iglesia: Todos hermanas/os, con Jesús sentado en medio, con las/os pequeñas/os cerca, acariciadas/os todas/os por la ternura de María, con los dones puestos encima de la mesa para compartir! Espíritu Santo, enséñanos a orar estrenando cada día el señorío de Jesús.     
CIPE – noviembre 2017