Lectura orante del Evangelio: Mateo 23,1-12
“¡Jesús es nuestro verdadero y único Maestro!” (Benedicto
XVI).
En la cátedra
de Moisés se han sentado los letrados y fariseos. Jesús
desenmascara la mentira, planta cara a los defensores del orden que llevan una
vida desordenada, denuncia a los reformadores incapaces de reformar su propia
vida, le duele que se condene con dureza desde las cátedras el pecado de los
pequeños y débiles y se pase de largo ante las injusticias de los poderosos.
¡Cómo le gusta la verdad a Jesús! Solo en la verdad es posible orar. Si en vez
de aplicar estas palabras a las/os demás nos las aplicamos a nosotras/os,
podremos orar de verdad, porque la oración siempre florece en el terreno de la
verdad. La palabra de Jesús ilumina, discierne, crea. La incoherencia entre lo
que decimos y hacemos, la dureza y rigidez hacia las/os otros, la búsqueda de
gloria que nos pone en el pedestal, el quedar bien ante las/os demás… pueden
dejar a Dios y a las/os hermanos sin espacio en el corazón. Espíritu Santo, enséñanos a orar en verdad.
Uno solo es su
maestro y todos ustedes son hermanos. La forma más
bonita de llamarnos, la que más le gusta a Jesús, es la de hermanas/os. En la
comunidad de Jesús todas/os tenemos sitio, tarea, palabra, dignidad. No tiene
sentido evangélico ensalzar a unas/os con supuestas dignidades dejando en la
sombra a las/os pequeñas/os. El Espíritu de Jesús es el maestro interior que
nos enseña el arte de pensar, sentir, vivir como hermanas/os. La oración
florece con hermanos y hermanas al lado, caminando tras las huellas de Jesús,
con un estilo de vida convincente, ayudándose unas/os a otras/os a vivir la
experiencia de Dios, a crear una atmósfera más sencilla y fraterna, a compartir
los gozos y dolores de la humanidad, a cuidar de la tierra como casa de todas/os.
¡Cuánto necesita nuestra Iglesia de hermanos y hermanas que irradien la belleza
del Evangelio de Jesús! Espíritu Santo,
enséñanos a vivir como hermanas/os.
Uno solo es su
padre, el del cielo. Para Jesús el título de ‘Padre’ es tan único que no
ha de ser utilizado por nadie en la comunidad. Jesús, en sus obras y palabras,
fue desvelando el rostro del Abbá (Padre), el que crea y recrea la vida, el que
reviste nuestros días de novedad y de alegría, el que regala libertad y no se
desdice de habérnosla dado, el que quiere a todas/os por igual, el que nos
espera para darnos su abrazo. En esa experiencia de amor único, que el Padre
nos tiene, entramos cuando oramos y decimos, como hijos e hijas: ‘Padre nuestro’.
Espíritu Santo, enséñanos a decir, desde
el corazón de la comunidad: Abbá, Padre nuestro.
Uno solo es su
Señor, Cristo. Solo Jesús sabe ser Señor porque solo él saber ser
pequeño: ofrece alivio a las/os cansadas/os y agobiadas/os, su yugo es
llevadero y su carga ligera, va delante llevando el peso de todas/os. ‘No se
dejen poner títulos, no llamen a nadie así’, nos dice Jesús con emoción y cariño,
sabedor del orgullo que se puede apoderar de nosotras/os. ¡Iglesia: Todos
hermanas/os, con Jesús sentado en medio, con las/os pequeñas/os cerca,
acariciadas/os todas/os por la ternura de María, con los dones puestos encima
de la mesa para compartir! Espíritu
Santo, enséñanos a orar estrenando cada día el señorío de Jesús.
CIPE
– noviembre 2017