Lectura orante del Evangelio: Marcos 13,33-37
“Todo lo que tiene fin, aunque dure, se acaba…Abrid por amor de
Dios los ojos” (Santa Teresa de Jesús, Fundaciones 10,9.11).
Vigilad: pues no sabéis cuándo es el momento. Jesús, que siempre cuida de
nosotras/os y nos acompaña, nos dice que tengamos cuidado, que miremos con
atención amorosa, que estemos prevenidas/os. La invitación de Jesús a velar
está preñada de alegría, henchida de esperanza. No nos llama a la angustia ni
al miedo, nos invita a esperar. No es hora de dormir: Dios
nos espera. Tiene tiempo y promesas para nosotras/os. Su amor es más fuerte que
nuestros agobios y preocupaciones, su presencia se muestra fiel en nuestras
ausencias y olvidos. Esta es la experiencia esperanzada que canta Teresa de
Jesús: “Sea bendito por siempre, que tanto me esperó” (V pról 2). Saber que
Dios nos espera, nos alienta a una espera vigilante. Saber que Dios viene a
nosotras/os, reaviva nuestro deseo de ir a su encuentro. El Espíritu nos enseña
a vivir en esperanza de Dios dando sentido a nuestro momento con la promesa de
Dios. Alma mía, espera en el Señor. Queremos
esperarte, Señor., Marana tha: Ven, Señor, Jesús.
Es igual que un hombre que se fue de viaje, y
dejó su casa y dio a cada uno de sus criados su tarea. ¿Cómo orar en la ausencia del
Señor que se va de viaje? ¿Cómo seguir amándole en la noche? ¿Cómo seguir
cuidando la casa del Señor que nos ha confiado? ¿Cómo asumir la autoridad que
él nos regala para trabajar con los dones que nos ha dado para bien de todas/os?
Porque esperar es también trabajar, no instalarse en la pasividad, compartir
como pobres con las/os pobres. Velar es cuidar la casa y nada la cuida mejor
que la oración interior y la fraternidad. En la casa del Señor nadie se apropia
de los bienes, porque todo es del Señor y lo del Señor es para todas/os. La
casa común es el espacio de la espera. “¿Adónde
te escondiste, Amado, y me dejaste con gemido? Como el ciervo huiste,
habiéndome herido, salí tras ti clamando, y eras ido” (San Juan de la Cruz,
Cántico Espiritual),
Velad, pues no sabéis cuándo vendrá el dueño de
la casa. A Jesús le preocupa que la comunidad de sus seguidoras/es se duerma. En
medio de la vida hay una oferta de amor inédita; la sorpresa del Señor no debe
pasar desapercibida. Siempre hay que mantener la tensión espiritual de la
espera, también en medio de las vigilias de la noche, cuando se hacen más
oscuros los significados y valores de la vida. En la hora menos pensada, en los
acontecimientos más pequeños e insignificantes, hay que velar. Al velar se vive
con mayor intensidad la espera. ¿Nos está llamando Jesús a no dormir nunca? El
amor no duerme. “Yo dormía, pero mi corazón velaba” (Cantares 5,2). La
vigilancia no tiene que ver con el encogimiento, sino con la libertad para
amar. “Tan alta vida
espero” (Santa Teresa de Jesús).
Lo digo a todos: ¡Velad! La
indicación de Jesús no es para unas/os pocas/os, es para todas/os. Velar es
cultivar el amor y el temor. ”Procurad caminar con amor y temor… El amor nos
hará apresurar los pasos; el temor nos hará ir mirando adónde ponemos los pies
para no caer por camino adonde hay tanto que tropezar” (Santa Teresa de Jesús).
C 40,1). ¿Cómo esperamos la llegada del Señor? ¿Vivimos conscientes de que
nuestra meta es el encuentro con Cristo? Tomamos conciencia de que somos amadas/os,
atraídas/os por Jesús. Su amor nos provoca para que lo busquemos como él nos
busca. Nos quedamos en el abandono confiado del ‘solo Dios basta’. Acogemos la
invitación de san Juan de la Cruz como propuesta para el Adviento: “Estarse
amando al Amado”. “Pensar la gloria que
esperamos, muévenos a gozo” (Santa Teresa de Jesús).
Maranatha, Ven,
Señor, Jesús CIPE – diciembre
2017