sábado, 14 de febrero de 2015

“Mientras mayor mal, más resplandece el gran bien de vuestras misericordias. ¡Y con cuánta razón las puedo yo para siempre cantar!” (V 14,10).




Lectura orante del Evangelio en clave teresiana: Marcos 1,40-45
Se acercó a Jesús un leproso, suplicándole de rodillas: ‘Si quieres, puedes limpiarme’. Jesús se abaja, entra en los terrenos solitarios de la muerte; se hace el encontradizo, espera. Un leproso, acostumbrado al desprecio y rechazo permanentes, percibe en Jesús señales de amor y se acerca confiado. La confianza en Jesús es la clave. La oración es “conocer lo que somos con llaneza, y con simpleza representarnos delante de Dios” (V 14,8). “Si quieres, puedes limpiarme”, ¡qué oración más hermosa! El Espíritu es el artífice de este milagro. “¿Qué más queremos de un tan buen amigo al lado, que no nos dejará en los trabajos y tribulaciones? Bienaventurado quien de verdad le amare y siempre le trajere cabe sí” (V 22,7).

Sintiendo lástima, extendió la mano y lo tocó diciendo: ‘Quiero, queda limpio’. Jesús se conmueve al ver, a sus pies, a aquel hombre desfigurado. Se acerca, extiende la mano, toca la lepra y la limpia, levanta del polvo al desvalido, alza de la basura al pobre. Jesús nos crea de nuevo. Ama sin tener que amar, engrandece nuestra nada. La oración es un grito de fe, es un tiempo de gracia que nos permite experimentar la ternura sin medida de Jesús. “Este Señor nuestro es por quien nos vienen todos los bienes” (V 22,7). ¡Qué bueno es estar con Jesús!  “¡Oh Señor de mi alma, y quién tuviera palabras para dar a entender qué dais a los que se fían de Vos, y qué pierden los que se quedan consigo mismos!” (V 22,17).   

(El leproso), cuando se fue, empezó a divulgar el hecho con grandes ponderaciones. El encuentro con Jesús nos cambia la vida, devuelve la vida a nuestro corazón, nos convierte en testigos de sus maravillas, nos hace mensajeros del evangelio. ¡Cómo no hablar de quien tanto nos ama! “Crece la caridad con ser comunicada” (V 7,22). “¡Oh caridad de los que verdaderamente aman este Señor y conocen su condición! ¡Qué poco descanso podrán tener si ven que son un poquito de parte para que una alma sola se aproveche y ame más a Dios!” (F 5,5). Las ponderaciones son la respuesta al amor sin medida que Jesús nos tiene. “En estos está ya crecido el amor, y él es el que obra” (V 15,12). Es una suerte encontrar y tratar a personas así, que gozan de los dones del Espíritu: justicia, verdad, libertad y alegría. “A los que veo más aprovechados y con estas determinaciones, y desasidos y animosos, los amo mucho, y con tales querría yo tratar, y parece que me ayudan” (R 1,14).

Jesús se quedaba fuera, en descampado; y aun así acudían a él de todas partes. Quienes hemos experimentado la fuerza sanadora de Jesús, no podemos ni queremos hacer otra cosa que buscarlo y estar con Él. Llevamos sus ojos grabados en el alma. Nuestras músicas lo glorifican. Cualquier descampado se convierte en un jardín; la oración es una fiesta de vida. “Jesús hace demasiado, según somos, en allegarnos cerca de Sí” (V 12,4). Y donde está Jesús, allí están los marginados, los despreciados, los ninguneados. La mejor oración es la que “deja mejores dejos” (Carta a Gracián, 23 octubre 1576). La oración se verifica y se demuestra en la cercanía y la compasión hacia los últimos. “Aquí se ha de ver el amor, que no a los rincones, sino en mitad de las ocasiones” (F 5,15).  

                                               ¡Feliz Domingo! Desde el CIPE – Febrero 2015