lunes, 9 de febrero de 2015

“¿Qué más queremos de un tan buen amigo al lado, que no nos dejará en los trabajos y tribulaciones como hacen los del mundo?” (V 22,7).



Lectura orante del Evangelio en clave teresiana: Marcos 1,29-39

Al anochecer, cuando se puso el sol, le llevaron todos los enfermos y poseídos. Para los enfermos la noche es más noche, su llanto se hace más intenso. “Qué cosa es la enfermedad, que con salud todo es fácil de sufrir” (F 24,8). ¿Quién consolará? Jesús. A Él se los llevan. Jesús está cerca, toca las heridas, sana los corazones afligidos. La noche, gracias a Jesús, es tiempo de sanación y de alegría. En la casa, donde se reúnen los discípulos de Jesús para vivir el Evangelio, se curan heridas, se quitan sufrimientos. “Es muy buen amigo Cristo, porque le miramos Hombre y vémosle con flaquezas y trabajos y es compañía” (V 22,10).  

Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó muchos demonios. Dios está a favor del hombre, lo creó para que fuera libre y pudiera comunicarse con Él. Jesús se pone al servicio de este proyecto de salvación. Quiere quitar el mal del mundo. Su fuerza liberadora es irresistible, alcanza la profundidad del ser humano. “Él ayuda y da esfuerzo; nunca falta: es amigo verdadero” (V 22,6). Es imposible querer ser amigos de Jesús sin entrar en esta corriente sanadora. “Obras quiere el Señor, y que si ves una enferma a quien puedes dar algún alivio… te compadezcas de ella; y si tiene algún dolor, te duela a ti” (5M 3,11).

Se levantó de madrugada, se marchó al descampado y allí se puso a orar. La compasión y la oración siempre van unidas, una cosa lleva a la otra. La noche de sanación se prolonga en una madrugada orante. El Evangelio es a la vez experiencia mística y compromiso social y misionero. “Sin momentos detenidos de diálogo sincero con el Señor, las tareas fácilmente se vacían de sentido” (Papa Francisco). La soledad habitada por la presencia de Jesús y el silencio estremecido por su Palabra nos hacen profundos, humanos, capaces de ternura. “¿Cómo pensáis que pudiera sufrir San Pablo tan grandísimos trabajos? Por él podemos ver qué efectos hacen las verdaderas visiones y contemplación” (7M 4,5).

Simón y sus compañeros le dijeron: ‘Todo el mundo te busca’. “Estáse ardiendo el mundo”, grita Teresa de Jesús, “no es tiempo de tratar con Dios negocios de poca importancia” (C 1,5). Nada más contrario a la oración que el inmovilismo y la instalación cómoda. En la oración germina la creatividad más apasionante, se prepara la nueva evangelización. “Yo quedé tan lastimada de la perdición de tantas almas, que no cabía en mí. Fuime a una ermita con hartas lágrimas. Clamaba a nuestro Señor, suplicándole diese medio cómo yo pudiese algo para ganar algún alma para su servicio” (F 1,7).

Él les respondió: ‘Vámonos a otra parte’. ¡Es tiempo de caminar! ¡Es tiempo de un caminar misionero! ¡Hay tantas partes donde no se conoce la alegría de Jesús! “Vuestra soy, para Vos nací, ¿qué mandáis hacer de mí?” (P 2). Con estas palabras de Teresa de Jesús terminamos nuestra oración y comenzamos nuestro viaje misionero. “Juntos andemos, Señor”. Hoy, como en tiempos de Santa Teresa “son menester amigos fuertes de Dios”. 

                                               ¡Feliz Domingo! Desde el CIPE – Febrero 2015