sábado, 19 de septiembre de 2015

Domingo vigésimo quinto del tiempo ordinario



Lectura orante del Evangelio en clave teresiana: Marcos 9,30-37
“Porque vida es vivir de manera que no se tema la muerte ni todos los sucesos de la vida, y estar con esta ordinaria alegría que ahora todas traéis” (Fundaciones 27,12).
Iba instruyendo a sus discípulos. La oración necesita verdad. De ahí la urgencia de una formación, que nos despoje de mentalidades falsas. La instrucción es vital para que la vida crezca y no se estanque. Si queremos orar y amar, hemos de alimentarnos con las grandes verdades de la fe, hemos de acoger la manera de pensar y de vivir de Jesús. El mejor maestro es Él; de su fuente salen las fuerzas para los cambios que piden los nuevos tiempos. Enséñanos, ahora, Señor; enséñanos. “Ha tenido tanto amor el Señor conmigo para enseñarme de muchas maneras… Su Majestad ha sido el libro verdadero adonde he visto las verdades” (V 26,5).
El Hijo del hombre va a ser entregado. Jesús no tiene miedo a entregar la vida, no tiene miedo a la muerte, confía en el Padre. Orar es asomarse y entrar en el mundo interior y profético de Jesús. Andando junto a Él, todo, también la cruz, se ve de modo diferente. Unidos/as a Él, la vida entregada muestra una fecundidad y alegría que no encontramos en ningún otro sitio. Enséñanos, Señor, la ciencia de la cruz. Quítanos los miedos a vivir como Tú. Poned los ojos en el Crucificado y haráseos todo poco. Si Su Majestad nos mostró el amor con tan espantables obras y tormentos, ¿cómo queréis contentarle con sólo palabras?” (7M 4,8).       
¿De qué discutíais por el camino? ¿Nos movemos, también nosotros/as, al igual que los/as discípulos/as, por criterios de poder y dominio: Quién es el/la primero/a, el/la más grande, el/la más perfecto/a? ¿Utilizamos la oración para creernos mejores y con más derechos que los/as demás? El amor queda fuera de este juego. Si queremos orar en verdad, tenemos que dejar fuera este juego de intereses. Ponemos ante ti, Jesús, nuestros diálogos interiores. Tú puedes cambiarnos el corazón. “Todas han de ser iguales” (C 27,6).  
Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos. ¿Cómo nacerá ese mundo nuevo que deseamos en los adentros? ¿Cómo surgirán unas relaciones más solidarias entre los pueblos? ¿Cómo abriremos las puertas para acoger a los/as refugiados/as y compartir con ellos/as el pan? Miramos a Jesús, para encontrar en Él intuiciones nuevas. Jesús nos regala una perla preciosa: perderse a sí mismo/a para que ganen otros/as, servir para que otros/as recuperen la dignidad, agacharse para levantar a los/as que están caídos/as. Esta es la lógica de Jesús, la lógica del amor. “La que le pareciere es tenida entre todas en menos, se tenga por más bienaventurada” (C 13,3).  
El que acoge a un niño como éste en mi nombre me acoge a mí. Jesús ensancha nuestro corazón para acoger a los/as pequeños/as. Quien les acoge, acoge a Jesús. ¿Probamos a vivir, como María, para que la humanidad se vuelva del revés? ¿Nos atrevemos a pensar de esta manera y a actuar como pensamos? Hoy podemos comenzar este modo de orar y de vivir al que nos invita Jesús. “Plega a Él haya muchas que así respondan a su llamamiento” (F 11,11).              
CIPE – septiembre 2015