sábado, 12 de diciembre de 2015

Domingo tercero de Adviento



Lectura orante del Evangelio: Lucas 3,10-18
“Llevas en tu interior un pequeño cielo donde ha puesto su morada el Dios del amor” (Beata Isabel de la Trinidad).    
Entonces, ¿qué hacemos? En estos nuevos tiempos que nos toca vivir nos preguntamos qué es lo que tenemos que hacer o cómo tenemos que ser, qué nos tiene preparado el Espíritu, a qué nos empuja. Buscamos luz. Buscamos a aquellos, en cuyas vidas percibimos el perfume del Espíritu. Los profetas, con su vida y palabra, son como la antesala de la oración. Ellos pasan, pero dejan fuego y preguntas en el corazón que apuntan al compromiso. Con su palabra apasionada dan un vuelco a estilos de vida acomodados; incomodan pero señalan la Verdad; invitan a caminar. ¿En dónde están esos profetas? ¿En dónde están esos hombres y mujeres que despiertan del letargo y encienden motivaciones hondas para vivir? Nos detenemos un momento para descubrirlos. ¿Qué nos dicen? “El alma más débil es la que más motivos tiene para esperar” (Beata Isabel de la Trinidad).  
‘El que tenga dos túnicas, que se las reparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo’. Estemos como estemos, nos ponemos en camino. Abrimos el corazón para acoger las propuestas de los profetas de hoy. Dios nos da posibilidades a todas/os. Nunca es tarde para volver a empezar cuando el camino emprendido era un atajo equivocado que no llevaba a ningún lugar. Los profetas nos señalan cosas concretas: que compartamos con los/as pobres; siempre hay algo en nuestros armarios que podemos compartir con las/os necesitadas/os, siempre hay algo en nuestros frigoríficos repletos para aliviar a quienes tienen muy poco. Que no robemos ni usemos la violencia. Que tomemos en serio las propias responsabilidades. Lo más decisivo y realista es abrir nuestro corazón a Dios mirando atentamente a las necesidades de quienes sufren.  Hacemos una pausa para ver qué podemos compartir ahora mismo. ¿A qué nos empuja, hoy, el Espíritu Santo? El amor no es una palabra abstracta, es vida concreta. Seamos un oasis de misericordia para abrazar a las/os necesitadas/os. “No dejemos nunca de amar” (Beata Isabel de la Trinidad).  
Él tomó la palabra y dijo a todos: ‘Yo les he bautizado con agua; pero viene el que puede más que yo y no merezco desatarle la correa de sus sandalias’. ¿Quién llenará de alegría nuestro corazón? ¿Quién nos salvará de nuestra nada? ¿Quién dará respuesta a la inquietud honda que llevamos en la interioridad? Los profetas, hechos a andar en verdad, lo señalan: ‘Viene alguien que es más y puede más’. En ese pondremos los ojos. Nuestra dolencia de amor solo se cura con su presencia y su figura. Él es el rostro de la misericordia. “Vivamos en el centro de nuestra alma donde él habita. Y entonces, hagamos lo que hagamos, viviremos en intimidad con Él” (Beata Isabel de la Trinidad).    
Él les bautizará con Espíritu Santo y fuego. La venida de Jesús es gratuita, sorprendente, fruto del amor que Dios nos tiene. Su corazón es misericordia. “Entremos por su puerta y dejemos atrás todos los miedo y dudas que nos lo impiden” (Papa Francisco). Jesús nos bautiza con el Espíritu Santo; Él nos compromete en gestos concretos de solidaridad y cultivando un estilo de vida más sencillo, austero y humano. Así queremos vivir la Navidad. “No nos purificamos mirando a nuestra miseria, sino mirando a Cristo que es todo él pureza y santidad” (Beata Isabel de la Trinidad).  
¡Feliz Navidad en el Jubileo de la Misericordia! - CIPE, diciembre 2015