sábado, 2 de abril de 2016

Domingo segundo de Pascua


Lectura orante del Evangelio: Juan 20,19-31
“Pacifica mi alma, haz de ella tu cielo, tu morada de amor” (Isabel de la Trinidad).
Entró Jesús, se puso en medio y les dijo: ‘Paz a vosotros’. Es Jesús resucitado quien toma la iniciativa. Tiene la vida en plenitud y la quiere dar. Todo es gracia. Se presenta en medio de nosotras/os y nos da la paz. Él que nos fascinó por su bondad y compasión, ahora está dentro de nosotras/os, invitándonos a la vida. No estamos huecas/os. Jesús mana dentro de nosotras/os como un manantial inagotable. Ponemos ante Él nuestros miedos. Soltamos nuestras inquietudes y acogemos el regalo de su paz. ¡Señor, Jesús, gracias por hacerte presente en nuestras vidas!
Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. ¿Dónde está nuestra alegría? La oración es abrirse al gozo de ver al Señor, de mirarlo resucitado dentro de nosotras/os. Creer en Él es crear el espacio para acoger su presencia. Ante Jesús pierden fuerza las desesperanzas y tristezas, nuestros vacíos se colman de sentido. Jesús, acogemos tu presencia en nuestro corazón. Te hacemos sitio en nuestra pequeñez. Nos alegramos contigo.  
‘Si no veo…, no lo creo’. Todos caminamos con incertidumbres y dudas. Cuando la comunidad se reúne para celebrar a Jesús resucitado; animada por el Espíritu, es un espacio de acompañamiento y cuidado mutuo de la fe. Uno de los discípulos no está con todos, se ha distanciado de la comunidad, no se fía del testimonio de las/os hermanas/os, no sabe ver en ellas/os a Jesús, pone condiciones, su fe está en peligro. ¿Cómo comunicar la alegría de haber visto al Señor a quienes se han alejado? Jesús, hazte presente en nuestras dudas, cura con tu misericordia nuestras heridas.  
‘No seas incrédulo sino creyente’. Lo que mejor cura las dudas es el encuentro personal con Jesús. La incredulidad, gracias a Jesús, también es espacio para la fe y apertura a la Palabra que enamora. Nada está perdido. Jesús, que es Vida, busca el encuentro con nuestra tierra reseca. La primavera sorprende y espabila los inviernos. Cada una/o de nosotras/os ha de decidir, con un corazón humilde y sincero, cómo quiere vivir. Contigo, Jesús, es posible el milagro de nuestra vida.
¡Señor mío, Dios mío! La muerte de Jesús en la cruz golpeó la fe de sus discípulos, pero no la destruyó. Con casi nada, el Espíritu pone de pie una nueva creación. El que no creía, cree ahora con una fe nueva, tiene fuerza para testimoniar su fe en medio de las/os hermanas/os con una confesión de fe impresionante. ¿Nos decidimos a vivir el misterio de la vida confiando en el Amor como última realidad de todo? Creemos en ti, Jesús crucificado y resucitado.
Dichosos los que crean sin haber visto. Dichosas/os quienes creen en Jesús. Dichosas/os quienes acogen el testimonio de otras/os creyentes. Dichosos quienes, más allá de las cómodas certezas, buscan caminos de verdad, de belleza, de amor. Quien busca creer es ya creyente. Dichosas/os nosotras/os si nos decidimos a vivir con Jesús. Dichosas/os nosotras/os si salimos a celebrar la vida de Jesús con el pueblo. Gracias, Jesús.  Aleluya.
¡Feliz Pascua de Resurrección! CIPE – Abril 2016