sábado, 17 de octubre de 2015

Domingo vigésimo noveno del tiempo ordinario



Lectura orante del Evangelio en clave teresiana: Marcos 10,35-45
“No es pequeña lástima y confusión que, por nuestra culpa, no entendamos a nosotros mismos ni sepamos quién somos” (I Moradas 1,2).

Concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda. No hay nada más grandioso que estar ante Jesús, si lo hacemos en verdad. Porque también en la oración puede haber ambiciones personales, pretensiones de grandeza, deseos de valer en corazón ajeno. Teresa de Jesús nos anima al silencio, a descalzarnos, a sentarnos junto a Jesús y con todos, a andar en verdad. “Que andemos en verdad delante de Dios y de las gentes de cuantas maneras pudiéremos, en especial no queriendo que nos tengan por mejores de lo que somos” (6 Moradas 10,6). 
    
No sabéis lo que pedís. Llevamos tanto tiempo orando y no sabemos lo que pedimos. Jesús nos invita a entrar en las grandes peticiones de los hijos de Dios, las que están en el Padrenuestro. El Espíritu Santo, que ora en nosotros, nos susurra en el interior lo que tenemos que pedir para nuestro bien y para el bien de todos. Teresa de Jesús también nos da pistas para aprender a orar. La humildad, que es “andar en verdad” (6Moradas 10,7) va siempre unida a la generosidad para pedir y hacer lo que contribuya al bien de todos. “Estase ardiendo el mundo, quieren tornar a sentenciar a Cristo… no es tiempo de tratar con Dios cosas de poca importancia” (Camino 1,5).

Sabéis que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen. La violencia y la opresión no tienen nada que ver con la amistad que pretendemos cultivar con Jesús. La obra del Espíritu tiene otra melodía. Jesús prepara en nuestra interioridad una respuesta, que tiene la frescura y novedad del Evangelio. El fruto de la oración interior es la ternura, la comprensión, la bondad. “Mucho te desatinará, hija, si miras las leyes del mundo. Pon los ojos en mí, pobre y despreciado de él. ¿Por ventura serán los grandes del mundo, grandes delante de mí? ¿O habéis vosotras de ser estimadas por linajes o por virtudes?” (R 8).

Vosotros, nada de eso: el que quiera ser grande, sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos. El programa de los orantes es solo el Evangelio. El diálogo con Jesús está reñido con las componendas. La radicalidad del ‘nada de eso’ nunca pasa de moda. Una autoridad que no libera y una grandeza que no engrandece a los pequeños, no tiene nada que ver con Jesús. Así que, hermanas, para que lleve buenos cimientos, procurad ser la menor de todas y esclava suya, mirando cómo o por dónde las podéis hacer placer y servir” (7Moradas 4,8).

El Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos. Servir y dar la vida: un camino distinto, un camino sorprendente de grandeza, el camino de Jesús, el camino de los orantes. Mirad que importa esto mucho más que yo os sabré encarecer. Poned los ojos en el Crucificado y haráseos todo poco. Si Su Majestad nos mostró el amor con tan espantables obras y tormentos, ¿cómo queréis contentarle con solo palabras? (7Moradas 4,8).

¡Gracias, Teresa de Jesús! Eres genial. CIPE, octubre 2015