sábado, 12 de marzo de 2016

Domingo quinto de Cuaresma


Lectura orante del Evangelio: Jn 8, 1-11
“El abismo de tu miseria atrae el abismo de su misericordia” (Beata Isabel de la Trinidad).
Le traen una mujer sorprendida en adulterio. Estamos ante una pieza maestra de la vida, una joya de la misericordia. Para los letrados y fariseos lo importante es que el sistema funcione, aunque éste sea radicalmente injusto. Se creen superiores y mejores que nadie; lo suyo es condenar, controlar. Los débiles siempre son culpables. Jesús es otra cosa; sale a buscar lo perdido, a levantar lo caído. Como amigos de Jesús no anhelamos una santidad postiza ni una superioridad nefasta, que hacen más que daño que provecho. La oración verdadera no busca culpables sino cómo rehacer la vida poniendo ternura y misericordia en las heridas. Como Jesús. Sánanos, Señor.  
‘La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras: tú, ¿qué dices?’ Una mirada fría, con odio, agresiva, pretendidamente amparada en la ley, quiere la muerte. Jesús tiene otra mirada. Su vida es un canto a la misericordia; su pretensión: curar los males. Jesús se acerca a las/os pecadoras/es, come con ellas/os, goza perdonando. La gracia no rechaza, no apedrea. La santidad no margina ni condena. La luz entra en la oscuridad y la vence. El agua penetra en la tierra agrietada y la fecunda. ¿Cuándo aprenderemos, Jesús, a no usar la violencia? Concédenos, Señor, tu mirada de perdón.
‘El que esté sin pecado que tire la primera piedra’. Jesús no trivializa el pecado, basta mirar la cruz para entenderlo. Pero todo pecado pide misericordia. Tras un silencio tenso, Jesús abre camino a situaciones sin salida; salvar al/la pecador/a es su pretensión. ¿Por qué nos consideramos justas/os cuando todas/os necesitamos el perdón? ¿Quiénes somos para juzgar a las/os demás? ¡Qué mal sabemos tratar el pecado de las/os otras/os! La oración nos ayuda a entender estas verdades y a retornar a los caminos de Jesús. ¿Dónde se nos ha perdido la novedad de tu Evangelio? Ayúdanos a encontrarla.
Y quedó solo Jesús, y la mujer en medio de pie. Después de todo el ruido condenatorio, solo quedan dos seres humanos que se miran: la mujer rota y Jesús, misericordia que levanta. Entre Jesús y la mujer se ha abierto un espacio de dignidad. Cuando Jesús está en medio, todo huele a perdón. Ha venido a salvar. Una mirada de amor se abre camino, el desierto se hace transitable, se hace posible lo imposible. Orar es acoger la mirada de Jesús, entrar en su corazón abierto, donde lo viejo deja paso a lo nuevo. Míranos, Señor, que también nosotras/os necesitamos tu mirada.    
‘Mujer, ¿dónde están tus acusadores?, ¿ninguno te ha condenado?’ Ella contestó: ‘Ninguno, Señor’. Jesús dijo: ‘Tampoco yo te condeno’. ¡Con qué facilidad perdona Jesús! ¡Con qué alegría ve la belleza escondida y la saca a la luz! Perdonando, crea futuro. Lo de atrás queda borrado. Solo el encuentro con Jesús queda, imborrable, en el corazón. ‘Tampoco yo te condeno’, mensaje corto en palabras, pero que llega al hondón del alma. Es hora de correr hacia la vida. El perdón es la alegría que hay que anunciar: ‘Tampoco yo te condeno’. Gracias, Jesús. Tu perdón es una fiesta.     
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