Lectura orante del
Evangelio: Lucas 18,9-14
“Déjate amar” (Santa Isabel de la
Trinidad)
Algunos, teniéndose por justos, se sentían
seguros de sí mismos, y despreciaban a los demás. No se puede decir más con menos. No hay
prisa por cruzar este paisaje. Necesitamos un tiempo largo para masticar cada
palabra de Jesús y encontrarle otros cimientos a la vida. ¿Por quién nos
tenemos? ¿Nos sentimos tan seguras/os? ¿Despreciamos a las/os demás? Es tiempo
de dejar que las palabras de Jesús toquen nuestras raíces y las sanen. Sin
aprecio a las/os demás no hay verdad; sin verdad no hay oración; sin oración no
hay encuentro con Dios; sin encuentro con Dios no hay fiesta. “¡Oh Dios mío, Trinidad a quien adoro!
Ayúdame a olvidarme totalmente de mí, para instalarme en Ti” (Santa Isabel de
la Trinidad).
‘Dos hombres subieron al templo a
orar’. Antes que subir al
templo a orar hay que bajar al propio corazón para ver nuestro rostro y el de las/os
demás, para descubrir lo que pensamos de Dios y de nosotras/os. ¿Qué buscamos
en la oración? ¿A quién buscamos? Si no cambiamos de imagen de Dios no
entenderemos nada, si no dejamos que el viento sacuda el árbol seguirá con las
hojas secas. Lo que más limpia la vida es apreciar a las/os demás, eso es lo
que más nos acerca a Dios. “Quiero vivir
con los ojos clavados en Ti, sin apartarme nunca de tu inmensa luz” (Isabel).
‘El fariseo, erguido, oraba así en su
interior: ¡Oh Dios!, te doy gracias, porque no soy como los demás’. Esta oración nos delata, no hay nadie en
ella: ni Dios, ni nosotras/os, ni las/os demás. Es puro vacío. Solo hay
apariencia e hipocresía fina. Esta oración, que deja fuera a Dios y excomulga a
las/os compañeros, ¿qué puede ser? Hay palabras, pero no hay corazón; no hay
corazón, porque no hay hermanas/os, ni compasión, ni gratuidad, ni fiesta
compartida. “¡Oh mi Cristo amado,
crucificado por amor! Reconozco mi impotencia. Por eso te pido que me revistas
de ti mismo” (Isabel).
El publicano, solo se golpeaba el pecho,
diciendo: ¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador’. La vida rota llega al corazón de
Dios, o mejor, la gracia cura todas las heridas. La oración es camino de
humildad y de gracia, es encuentro de dos amigas/os, mendigos las/os dos de amor,
una/o de la/del otra/o. Para orar no hay que hacer nada, casi no hay que decir
nada, solo ser lo que somos ante Dios, ponernos en verdad ante Él. Dejarnos
amar. Con eso basta. Los orantes somos pecadoras/es hacia los que Dios vuelve sus
ojos. “Y Tú, ¡oh Padre!, inclínate
sobre esta pobre criaturita tuya” (Isabel).
‘Todo el que se enaltece será humillado y
el que se humilla será enaltecido’. ¡Qué revolucionarias son las palabras de Jesús! Jesús
siempre nos espera, nos ofrece un tiempo para reaccionar. Jesús proclama quién
ha hallado gracia a los ojos de Dios, quién lleva la frescura y fragancia del
Evangelio, quién es un icono de su amor en el mundo. Jesús da visibilidad a
quien estaba humillado y esconde al autosuficiente. “¡Oh Fuego abrasador, Espíritu de Amor! Ven a mí, para que Él pueda
renovar todo su misterio” (Isabel).
¡Feliz Domingo! Con la alegría por la
NUEVA SANTA. CIPE – octubre 2016