sábado, 15 de octubre de 2016

Vigésimo noveno Domingo del Tiempo Ordinario



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Lectura orante del Evangelio: Lucas 18,1-8

“Lo propio del amor es estar siempre dando y recibiendo” (Sta. Isabel de la Trinidad).
Orar siempre sin desanimarse. La constancia es fundamental en la oración, porque lo es en el amor, y no se ama solo a ratos. No se trata de orar algunas veces, cuando tenemos ganas, sino de orar sin desanimarnos. Nos va la vida en ello. La perseverancia indica una confianza que no se rinde ni se apaga. Dios está siempre con nosotras/os, nunca deja de amarnos. Sale a buscarnos con su amor misericordioso. Somos frágiles, pero abrazadas/os por Él. Somos pequeñas/os, pero miradas/os por su amor. El objetivo fundamental de la oración es la relación con Él, tratar de amistad con quien sabemos nos ama, cantarle, adorarle. Orar es el ejercicio del amor. Aquí estamos, Señor.  
‘Había una viuda que solía ir a decirle: “Hazme justicia”… Dijo (el juez): ‘le haré justicia’.  La sed de justicia está presente en toda la tierra. “Hazme justicia”, es el grito que nos llega todos los días desde las/os empobrecidas/os y oprimidas/os. Una mujer viuda, que no se atemoriza ante los poderosos, encabeza la marcha. El problema no es Dios, que hace todo y es fuente de justicia y de misericordia. El problema somos nosotras/os, que no hacemos lo que tenemos que hacer. Orar, como Jesús, es poner en acción todos los valores íntimos para responder a la injusticia cada vez más presente en nuestra tierra. La oración hace fuerte la impotencia de las/os débiles. La oración nunca puede ser indiferente ante el grito de las/os más pobres pidiendo justicia. Una oración compasiva, que cura heridas, sana corazones desgarrados, hace justicia, sí es la de Jesús. Donde hay una injusticia tiene que haber una oración comprometida. Despiértanos, Señor, para servir a tu reino y tu justicia.
“Dios ¿no hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche?... ¿o les dará largas? Les digo que les hará justicia sin tardar”. Dios nunca se retira de nuestra historia, oye los gritos de las/os más pobres. Al orar tenemos la oportunidad de contagiarnos con la misma pasión por la justicia que tiene Jesús. De quienes son injustamente tratadas/os, de quienes han sido desposeídas/os de su dignidad, de su verdad, de su felicidad, es el Reino de los cielos. Dios confía en nosotras/os para hacer con nosotras/os justicia a las/os pobres. ¿Confiaremos en Él? La oración es el arma más pacífica y eficaz contra la injusticia. Una oración (una sociedad) es justa y humana en la medida en que se preocupa por las/os más pobres y desfavorecidas/os. Señor, Jesús, la fuerza de tu resurrección nos lleva a luchar a favor de un mundo más justo y más fraterno. Venga tu Reino.
‘Cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?’ Dios está constantemente cambiando la historia: derriba a las/os potentadas/os de sus tronos y enaltece a las/os humildes. ¿Creemos nosotras/os, y trabajamos para ello, en que las cosas pueden cambiar? Una oración misionera, como resistencia activa y coraje frente a la injustica, sin dejarnos vencer por el mal, manteniéndonos en el amor, hace crecer el reino de Dios. Desear justicia y trabajar, con Jesús, para que llegue, es la mejor oración, la única oración. Tú, Señor, establecerás la justicia. Hágase tu voluntad.
¡Feliz Domingo con SANTA ISABEL DE LA TRINIDAD! CIPE – octubre 2016