Lectura orante del Evangelio: Lucas 17,11-19
“Si vives arraigada en
Jesucristo y firme en tu fe, vivirás dando gracias” (I. de la Trinidad).
‘Jesús, maestro, ten
compasión de nosotros’. El evangelio de hoy es un encuentro de
oración. Todo parte de una necesidad reconocida, de la verdad. Unos leprosos
piden compasión a Jesús, que va de camino a Jerusalén, La enfermedad les ha
hecho mirarse a sí mismos y tomar conciencia de sus límites. .Jesús, que es
compasión y ternura, se salta las normas y deja que se acerquen a Él. Se
produce el encuentro. Ahora acercamos esta súplica a nuestra vida y
entramos en esta historia de salvación y de ternura. Presentamos a Jesús
nuestras heridas y las heridas de la humanidad para que las toque y nos cure. Jesús, ten compasión de nosotros. Acércate y
toca nuestras heridas. Tócanos con tu amor.
Al verlos, Jesús les
dijo: ‘Id a presentaros a los sacerdotes’. Mientras iban de camino, quedaron
limpios. Jesús los ve y les habla a cada uno. Los leprosos obedecen a Jesús,
se echan al camino, se quedan solos con su palabra en el corazón. Mientras van
de camino se produce la curación por la fuerza curativa de la palabra de Jesús.
Quedan limpios, vuelven a la vida gracias a Jesús. La fe y la alegría se
despiertan en ellos, ya no pueden olvidar quién los ha curado. Los
leprosos nos enseñan a vivir con la palabra de Jesús dentro de nosotros. La
palabra de Jesús nos limpia. ¡Qué alegría! Tu palabra, Jesús, sana nuestros
pecados. Gracias.
Uno de ellos, viendo que
estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos y se echó por tierra
a los pies de Jesús, dándole gracias. Para uno de los leprosos lo más importante
no ha sido la curación, lo más grande ha sido el encuentro con Jesús. Ya no
tiene sentido ir a ninguna parte. Solo quiere volver a Jesús, alabarle, darle
gracias, amarle con todo el corazón, ponerse al servicio del Reino. En Jesús ha
encontrado el mejor regalo de Dios, su cercanía le ha cambiado de verdad. Su
gratitud es la más hermosa expresión de fe. Este leproso nos invita a
acercarnos a Jesús, el Señor de nuestra vida, el que nos ama hasta el extremo y
nos sana. La sanación puede ser ocasión y estímulo para iniciar una nueva
relación con Dios, para darle gloria. Podemos pasar de la indiferencia a la fe,
del rechazo a la acogida, de la duda a la confianza, del temor al amor. Esta es
la hora para alabarle y bendecirle con inmenso gozo. No perdamos esta
oportunidad. Espíritu Santo, haznos discípulos y misioneros de Jesús.
‘¿No han quedado limpios
los diez?; los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha vuelto más que este extranjero
para dar gloria a Dios?’ Los otros nueve no han comprendido el don, no han
entrado en la fiesta de la gratuidad. En el fondo no quieren deber amor a nadie.
Quieren seguir a solas consigo mismos. No aprecian la novedad de Jesús, Han
sido curados de la lepra, pero siguen con la dureza del corazón. No han dejado
que les toque la gracia. ¡Cuántas gracias recibidas en nuestra vida se han
quedado sin agradecer! Con la ayuda del Espíritu queremos, hoy, poner las
gracias recibidas al servicio de los demás. Aquí
nos tienes, Señor. Lo que gratis hemos recibido lo queremos dar gratis.
‘Levántate, vete: tu fe
te ha salvado’. El samaritano ha encontrado el sentido de la vida en Jesús. El
agradecimiento le ha traído la salvación. Ahora puede comenzar una nueva vida,
mirarlo todo con los ojos de Jesús, ser su testigo. Ya puede irse a recorrer un
camino de libertad y de plenitud, de sanación plena. Siente que Jesús está con
él. Sabe que Jesús es su fuente, su fuego, su amigo, su todo. Abrazado por
Jesús, puede ir a las periferias ofreciendo compasión y ternura. Puede empezar
a vivir con la fe de Jesús. Y nosotros, ¿tendremos el coraje de vivir como
él? Creemos en ti, Jesús. La fe en ti nos salva. Gracias, Señor Jesús.
¡Feliz Domingo! Desde el CIPE –
octubre 2016