Promover
la restauración de la unidad entre todos los cristianos es uno de los fines
principales que se ha propuesto el Sacrosanto Concilio Vaticano II, puesto que
única es la Iglesia fundada por Cristo Señor, aun cuando son muchas las
comuniones cristianas que se presentan a los hombres como la herencia de
Jesucristo. (Unitatis Redintegratio, n.1)
La
palabra “católico” significa universal. El Concilio Vaticano II releyó la
identidad de la Iglesia católica desde esta llamada a la universalidad. Ello
significó la ruptura de las fronteras ideológicas y reales que mantenían a la
Iglesia en pugna y controversia con el mundo actual. Y seguimos año tras año
celebrando la semana de oración por la unidad de los cristianos.
¿En
qué sentido el Concilio Vaticano II es inspirador? ¿Podemos dejar pasar el año
de la fe sin hacer una reflexión, sin meditar al menos qué queremos decir
cuando oramos por la unidad de los cristianos?
Tenemos
algunas pistas. Hay un trabajo por hacer desde
dentro de la Iglesia católica. Así lo reconoce el Concilio cuando exhorta a
todos los fieles católicos a que contribuyan eficazmente en la tarea
ecuménica. Este trabajo interno tiene un
camino: reconociendo los signos de los
tiempos, cooperen diligentemente en la empresa ecuménica.(UR 4)
a) RECONOCER LOS SIGNOS DE
LOS TIEMPOS Y COOPERAR CON DILIGENCIA AL PROYECTO ECUMÉNICO.
Jesús
permanentemente en el evangelio instaba a que sus discípulos y discípulas
reconocieran los signos de los tiempos y el Concilio, queriendo ser fiel al
espíritu evangélico, hace este gran descubrimiento: que el tiempo presente se
muestra como oportunidad y como reto, que hay que discernir para decidir lo que
más se acerque a Jesús.
En
segundo lugar, se trata de cooperar con diligencia. No con buenas palabras e
intenciones, sino con diligencia. Tendríamos que preguntarnos qué cosas logran
que pongamos todas nuestras energías y diligencia hoy en la Iglesia: hay cosas
que pasan y a las que no prestamos atención. Ésta del ecumenismo implica
diálogo, participación, disposición a ciertas renuncias, visión, horizonte…
¿Dialogar? ¿Para qué? Está claro que para tener un mayor y más profundo
conocimiento y una mayor estima mutua entre las diversas confesiones
religiosas. El diálogo es una poderosa arma para la autenticidad y la libertad.
b) DAR LOS PRIMEROS PASOS
DE CERCANÍA Y RENOVAR Y CORREGIR LO QUE HAY DE RENOVABLE EN EL SENO DE LA
IGLESIA CATÓLICA
El
esfuerzo del diálogo que supone una salida fuera de sí, irá implicando una
vuelta reconciliada hacia dentro de la Iglesia Católica. Así lo expone el
Concilio cuando afirma que: Los fieles
católicos han de ser, sin duda, solícitos de los hermanos separados en la
acción ecumenista, orando por ellos, hablándoles de las cosas de la Iglesia,
dando los primeros pasos hacia ellos. Pero deben considerar también por su
parte con ánimo sincero y diligente, lo que hay que renovar y corregir en la
misma familia católica, para que su vida dé más fiel y claro testimonio de la
doctrina y de las normas dadas por Cristo a través de los Apóstoles. (UR 4)
La
disposición a renovar lo que tiene que renovarse dentro, en estructuras, modos
de pensar, funcionamiento, funciones… es decir, una disposición permanente a la
autocrítica como proceso totalmente necesario para la unidad: Puesto que toda la renovación de la Iglesia
consiste esencialmente en el aumento de la fidelidad a su vocación, por eso,
sin duda, hay un movimiento que tiende hacia la unidad. Cristo llama a la
Iglesia peregrinante hacia una perenne reforma, de la que la Iglesia misma, en cuanto
institución humana y terrena, tiene siempre necesidad hasta el punto de que si
algunas cosas fueron menos cuidadosamente observadas, bien por circunstancias
especiales, bien por costumbres, o por disciplina eclesiástica, o también por
formas de exponer la doctrina —que debe cuidadosamente distinguirse del mismo
depósito de la fe—, se restauren en el tiempo oportuno recta y debidamente. (UR
6)
El
campo para esta renovación perenne es cotidiano. En la catequesis, en la
liturgia, en la predicación de la Palabra, en la renovación bíblica y
litúrgica, en la espiritualidad del matrimonio, en la vida religiosa y en la
vocación laical y en todos los ámbitos de la actividad eclesial.
c) LA FORMACIÓN
Es necesario que las instituciones de la
sagrada teología y de las otras disciplinas, sobre todo, históricas, se
expliquen también en sentido ecuménico, para que respondan lo más posible a la
realidad. (UR 10)
Formarse
sin polémica, con sumo cuidado, afirma el Concilio. Porque el modo de expresar
la fe tiene que obedecer al verdadero sentido si es que se quiere sembrar algo
positivo en el corazón de la humanidad. Esto implica también evitar los
prejuicios y una búsqueda humilde y auténtica. (cf. UR n. 24)
Han pasado cincuenta años desde que el documento
conciliar sobre el ecumenismo fue promulgado el 21 de noviembre de 1964. Se ha
reflexionado mucho dentro y fuera de la iglesia católica. Se han dado pasos
interesantes relativos a la unidad. Esos pasos deben seguir profundizándose y
dando sus frutos en unas sociedades cada vez más complejas, diversas, divididas
y segmentadas por los postulados del mercado. La unidad no es sólo buena
voluntad, sino que implica un conocimiento de los mecanismos de la injusticia
estructural y una tarea decidida por la concienciación. Por eso, el Espíritu nos llama a orar como
conviene. No podemos conformarnos con sólo decir al Padre Dios: danos la
unidad. Orar desde la consciencia absoluta del momento presente, trabajando con
paciencia, humildad, perseverancia por erradicar la violencia que nos envilece,
por analizar las causas y por buscar alternativas sostenibles al sistema de
mercado neoliberal, por buscar en nuestra tradición eclesial las fuentes que
nos nutran y nos impulsen, por estar totalmente dispuestos a la renovación y la
reforma eclesial. Celebremos la unidad, vivamos la unidad, queramos la unidad y
la unidad nos hará libres.