De
la mano del Evangelista Juan vamos a iniciar el Camino.
Qué
Camino, se preguntarán.
Pues
el Camino que nos lleva al Reino, el Camino que Jesús propuso al grupito de
amigos y amigas que se animaron a seguirle. Lo encontramos en el capítulo
primero del Evangelio de Juan. Luego de la presentación de la Encarnación, así
sin preámbulos, sin detalles que nos puedan confundir, si había mula o si había
buey…, en directo, pero también en profundo: “y la Palabra se hizo carne y puso
su tienda entre nosotros” (Jn 1,14).
Jesús
escoge a sus colaboradores y colaboradoras. A los “ministros/ministerios” del
Nuevo Reino. “Dónde vives, Maestro? Vengan y verán”… y Andrés y el otro
discípulo de Juan “se quedaron con él aquel día”; luego llegaría también Pedro,
y Felipe el de Betsaida y Natanael…
Y
comienza la primera catequesis con el grupo. Juan nos quiere dejar claro desde
el principio la propuesta de Jesús. Por supuesto la primera catequesis se da en
la vida. No va al templo [lugar sagrado], ni siquiera a la sinagoga… ni busca a
los sacerdotes [personas sagradas] para que la den… ni se preocupa si es sábado
[tiempo sagrado] o no.
Lo
segundo que quiere dejarnos claro Juan es que se trata de un SIGNO. Juan no
quiere hablar de milagros, que pueden confundir e identificar con el poder. Y
claro tratándose de un signo del Reino… nada mejor que una boda. Porque era un
signo que los discípulos conocían muy bien. Y es que en el Antiguo Testamento
el matrimonio fue uno de los símbolos más usados para hablar del amor y de la alianza de Dios con su
pueblo. La boda lleva inseparablemente unida la idea de banquete; símbolo
de tiempos mesiánicos. El vino era un elemento inseparable del banquete. En el
AT, era signo del amor de Dios a su pueblo. La abundancia de vino era la mejor
señal del favor de Dios.
Para
Juan no importan los detalles. Quiénes eran los novios? Si era una boda
importante, cómo es que el mayordomo comete el error de no prever el vino
necesario? Esos detalles no son importantes… En cambio queda muy bien resaltado
el contraste entre lo Antiguo, caduco y sin vida (“Sucedió
que se terminó el vino preparado para la boda, y se quedaron sin vino”),y lo Nuevo, lleno
de vida, (“has dejado el mejor vino
para el final”). Pero esta vida no viene de la ley,
representada en las tinajas de piedra, como las tablas de la ley, llenas de
agua para la purificación. La vida
aparece cuando el agua está ya fuera de las tinajas y se convierte en el vino
nuevo.
Y Jesús es el centro y eje de esa nueva vida. Se acabó la Antigua Alianza. Ya no da más de
sí. Ahora comienza la Nueva Alianza. Eso es lo que quiere comunicarnos Juan con
este signo. Hay que romper ya con la Antigua Alianza. El vino nuevo es el signo
de la nueva relación entre Dios y su
pueblo, es el signo de la Nueva Alianza. No es la ley, ni el templo, ni lo
sagrado… lo que salva. Eso es el Antiguo Testamento. Ahora es lo nuevo, el vino
de las nuevas bodas, el encuentro y la comunión con Jesús y su Reino… Quién es
capaz de descubrir esa novedad… simplemente María, la mujer (“mujer, por qué te metes en esto?), la
representante de los anawin, del resto
de Israel.
Seremos capaces de aceptar esta novedad? El domingo pasado veíamos
cómo los escribas y los sacerdotes no fueron capaces de ir al encuentro de
Jesús a Belén. No será que queremos
purificarnos con el agua de las tinajas y no nos arriesgamos a beber el vino nuevo de la Nueva Alianza?