Lucas 1, 1-4; 4, 14-21
|
De leer a leer va mucho.
Se puede leer la Palabra de
Dios desde un púlpito, y se puede leer en el campo, en medio de las tareas
cotidianas. Tan accesible y tan esquiva al mismo tiempo, Dios se da a través de
ella: algo de sí mismo, algo de nosotros mismos y algo de lo que pasa.
Jesús de Nazaret se encuentra
con ella en medio de su pueblo. Ahí experimenta a un Dios cercano que a través
de la Palabra, le dice cuál es su misión en el mundo.
En ella no descubre doctrinas
morales, tampoco recetas mágicas para seguir viviendo, ni siquiera argumentos
que le dan la razón. Jesús lee a los profetas y siente un gran alivio que le
confirma en lo que ya el Padre le ha revelado en lo secreto y en lo cotidiano:
que su misión en este mundo es liberar a los oprimidos por el mal. Y que debe
reunir cuantas fuerzas tenga para hacerlo realmente efectivo.
Pero no sólo se trata de una
experiencia personal que tiene que guardarse en la intimidad. Todos están fijos
en él en la sinagoga. Todos esperan que diga algo. Algo moralmente correcto,
algo supuestamente sabido, algo escuchado tantas veces. Pero no, Jesús se
atreve a decir: Hoy se ha cumplido esta Palabra, es decir, los tiempos
mesiánicos están aquí. Nada se ha perdido, al contrario, todo se realiza hoy. Y
se hace realidad en mis propias manos.
Jesús rescata la memoria del
profeta Isaías. El fundamentalismo religioso pretende acabar con ella y la
sustituye por otra basada en cumplimientos y rituales, sacrificios y holocaustos
que acallan la injusticia, verdades a medias que dejan las cosas como están. La verdad y honestidad para poder decir “esta
Palabra se cumple hoy” se corrobora en la mirada profunda que Jesús tiene sobre
sí mismo y sobre lo que está pasando, en
la denuncia de los crímenes y atrocidades que se hacen en nombre de Dios y en
su actuación decidida liberando a la gente del mal.
El fundamentalismo religioso
que amenaza a la Iglesia de San Miguel de Sucumbíos, también pretende acabar
con la memoria de Jesús que se ha ido encarnando a lo largo de los años como un
germen de novedad y vida en las comunidades. El fundamentalismo no atiende a
razones ni a diálogos, no tiene propuestas, simplemente ejerce violencia en
nombre de lo sagrado. Tampoco hace análisis, ni profundiza. Pero es siempre
estridente y hace ruido lanzando al aire medias verdades y grandes mentiras,
confunde los ánimos, atemoriza y luego dice: aquí no ha pasado nada. Todo sigue
igual. Jesús se atreve a decir cuando es alcanzado por la Palabra de Dios: aquí
sí ha pasado algo, aquí se ha producido un milagro, aquí en este momento Dios
sigue actuando en favor de los oprimidos.
La tenacidad que vence al
fundamentalismo no está en la violencia sino en el seguir creyendo en Dios que
a través de su Palabra que alienta a ser la memoria liberadora de Jesús.