Isaías
42, 1-4. 6-7;
Lucas
3, 15-16. 21-22
Miren al siervo, dice Isaías. Parece
que Dios MIRA y se complace en un anónimo defensor de la justicia y el derecho.
Esta persona es sostenida, elegida y preferida de Dios por su condición siervo,
es decir, por su arduo trabajo interior para analizar la realidad, dejarse
iluminar por ella y actuar para y por la transformación de la opresión.
Esta persona tiene muy claro que lo
suyo es implantar el derecho y la justicia. Y lo hace de una manera inédita: no
grita, no clama, no vocifera, no vacila en la defensa de esa justicia. Tampoco
es alguien dominado por el fanatismo ni
el fundamentalismo, porque la cañada
cascada no la rompe, anima lo que tiene riesgo de apagarse y siente dentro de
sí el llamado a ser luz de gentes y pueblos. No viene al mundo para dividir
sino para crear unidad y amistad. No viene para destruir sino para crear un
modo nuevo de relaciones y de vida.
Esa conciencia de sí es la de Jesús de
Nazaret. Por eso, las comunidades cristianas,
releen su muerte y resurrección desde el Siervo de Isaías y consolidan
la fe en el Dios que se manifiesta de semejante manera a la humanidad.
Jesús en el Bautismo experimenta algo
que resulta ser fundamento de su vida y misión: un Dios que elige y sostiene.
Un Dios que lo llama ser luz del mundo dando alivio a quienes están oprimidos.
También Jesús tiene que hacer ese trabajo interior sobre su “modo” de estar en
el mundo, sobre su propia visión de la realidad, sobre su manera de juzgarla y
actuarla.
Las comunidades cristianas de todos
los tiempos somos invitadas a MIRAR AL SIERVO. Y mirándolo, encontrar nuestras
propias fuentes de vida y liberación. Miren al Siervo nos vuelve a sugerir el
Espíritu. Miren en esas personas anónimas que buscan la justicia y el derecho
en Sucumbíos. No gritan, no claman, no hacen grandes aspavientos y no tienen el
favor de los poderosos. Pero son luz de las gentes por su
vida sencilla, por su perseverancia y humildad, por su capacidad de diálogo,
por su insistencia y lucha por la justicia, por su lucidez, por el esfuerzo en
la erradicación de la violencia de género, por su trabajo cotidiano para la
consolidación de la organización popular, por su trabajo para que se genere una
conciencia crítica y cambio de mentalidades, por su lucha por el cambio de
estructuras injustas y opresivas allá donde se encuentren, por esa tenacidad
para la reconciliación... Miren al siervo, dice nuestro Dios, de múltiples
rostros y circunstancias. Mírenlo indígena y negro, pobre y cotidiano. Y
miremos al Siervo en todos esos siervos para que teniendo ojos que ven,
tengamos corazón que siente y manos que actúan.