Tres grandes retos para la Iglesia en estos momentos: mujer, árbol y buenas semillas. Son retos de Reino de Dios. Jesús no habló de Iglesia, sí de Reino. El Concilio Vaticano II dijo que el para qué de la Iglesia es el Reino de Dios: ella tiene la misión tanto de anunciar el Reino de Dios como de ser germen y principio del mismo. ¿Y qué es el Reino de Dios? Es el mundo como Dios lo quiere. Entonces, para no hacernos lío, cristianos y cristianas, tenemos unos buenos oídos que oyen y ojos que ven.
Jesús dice que el mundo como Dios lo quiere es como una MUJER que amasa y sabe poner la medida a la harina para multiplicar el pan. La Iglesia, germen del Reino entonces debiera ser como una MUJER, que sabe poner y quitar de todos los recursos con los que cuenta para hacer que se multiplique el pan en este mundo, es decir, la justicia. Si la Iglesia tiene que renunciar a poderes, prestigios, prepotencias, moralismos, etc. porque no le ayudan a multiplicar el pan de la justicia, debe hacerlo. ¿Para qué? Para acrecentar y posibilitar el alimento a los-as pequeños-as. Eso es discernir.
Jesús dice que el mundo como Dios lo quiere es como un árbol que ha nacido de una pequeña semilla y ha encontrado su misión en cobijar. Esta conciencia del tiempo lento y necesario del crecimiento permite encontrar orientación y sentido. La humanidad como una pequeña semilla debe consentir esta siembra que tendrá fruto en el futuro. En este momento trágico de nuestro mundo se multiplican no las semillas sino las bombas, los atentados contra la justicia y la más cruenta impunidad. La Iglesia como germen del Reino de Dios no puede dejar de ser esa semilla de mostaza que tiene como única misión cobijar y albergar la vida en su seno.
Jesús dice que el mundo como Dios lo quiere tiene que ver mucho con una semilla amenazada por la cizaña del enemigo de la tierra. La resistencia viene de consentir al aprendizaje del discernimiento. Parece que esta imagen inquietó mucho a las primeras comunidades cristianas, necesitaban una explicación del Señor. Y la obtienen: lo bueno está constantemente amenazado, mezclado, invisibilizado por lo malo. La clave no está en pelear con lo malo intentando meterse en su mismo mecanismo de destrucción sino seguir creciendo, madurando para deshacer ese mal. Si la Iglesia es ya un germen del mundo como Dios lo quiere, debe ser maestra en discernimiento, empeñarse no tanto en que crezcan otros y otras como en el crecimiento, maduración y profundización del bien que le es regalado por el Resucitado, por pura misericordia. Menos moralismo entonces y más radicalidad evangélica.
Llegará un día y creemos que ya está aquí en que la Iglesia escuche con sus oídos y vea con sus ojos y reconozca que si quiere ser germen del Reino su rostro se debe parecer a mujeres que amasan, sus hijos e hijas a unos árboles que cobijan y sus instituciones, estructuras y acciones a semillas que persisten en crecer en medio de las plagas.