“Dios nos libre, por su Pasión, de decir ni
pensar para detenerse en ello ‘si soy más antigua’, ‘si he más años’, ‘si he
trabajado más’, ‘si tratan a la otra mejor’. Estos pensamientos, si vinieren,
es menester atajarlos con presteza; que si se detienen en ellos, o lo ponen en
práctica, es pestilencia y de donde nacen grandes males” (Camino 12,4).
Al amanecer salió a contratar jornaleros para su
viña. Y
también salió a media mañana, hacia mediodía y a media tarde. Dios es el que
sale a buscarnos para invitarnos a trabajar en su proyecto de amor. Comenzamos
la oración cayendo en la cuenta de esta verdad: Dios nos ama, no nos pierde de
vista, nos quiere a su lado, siempre está llamando a sus criaturas. Cualquier
hora es buena para hacerse el encontradizo y ofrecer sentido a una vida en
paro. “No me parece os quedó a Vos nada por hacer”, “no está deseando otra cosa
sino tener a quién dar” (V 1,8; 6M 4,12). A nosotros nos toca percibir su
llamada en nuestra interioridad, rendirnos a ese protagonismo primero de su
amor, darle crédito, consentir, abandonarnos del todo en Él, dejarnos amar. Mucho más de lo que te buscamos, Tú nos
buscas. Eres fiel. .
Salió al caer de la tarde, y encontró a otros,
parados, y les dijo: ‘Id también vosotros a mi viña’. Habituados a
tantas horas, días y años viviendo perdidos y tristes, ¿es posible todavía
mantener vivo un hilito de esperanza? La insatisfacción nos puede llevar al
consumismo o a la búsqueda. “Deseaba vivir, que bien entendía que no vivía” (V
8,12). Cuando ya no podemos, ni queremos, ni creemos en nuestro cambio, Dios sí
cree en nosotros y sale a enamorarnos en esta última hora. Dios sabe esperar. “No
basta una caída ni muchas, para que no le deis Vos, Señor, la mano… Los ojos en
Él y no hayan miedo se ponga este Sol de justicia” (V 35,14). Aunque sea muy tarde en nuestra vida,
Señor, tú haces que los atardeceres sean una madrugada. Contigo, siempre hay una
puerta abierta a la alegría.
Recibieron un denario cada uno. Dios no
defrauda. Lo que es y tiene lo pone en nuestras manos, colma de bienes y
empieza por los últimos. Todo es gracia Todo es derroche: de tiempo, de
palabras y silencios, de presencia, de amor. Todo nuestro bien consiste en
aprender a recibir. “¡Qué cosa es el amor
que nos tenéis! Bendito seáis por siempre, Señor mío, que tan amigo sois de
dar, que no se os pone cosa delante” (C 27,4).
Se pusieron a protestar contra el amo: ‘Estos
últimos han trabajado solo una hora, y los has tratado igual que a nosotros’. No es fácil entender
la gratuidad de Dios. Cuando la mirada no es limpia, empiezan los cálculos, las
comparaciones; no aceptamos la igualdad de trato que Dios tiene. ¿Por qué se excede
en generosidad con los últimos? Nuestra vieja mentalidad deja a Dios en la
periferia del corazón. ¡Cuántas
veces pensamos así! Límpianos, Señor.
¿Es que no tengo libertad para hacer lo que
quiera en mis asuntos? Así es el Padre que nos revela Jesús, así
nos enamora. Más allá de nuestra justicia está su gratuidad, más allá de
nuestros cálculos estrechos está su forma fascinante de amar. Su misericordia
nos recrea, nos invita a vivir de otra manera. En su manera de actuar hay una
música escondida, quien la oye, comienza la danza de la fraternidad. “Alábele mucho quien esto entendiere”
(4M 3,4).
¡Feliz Domingo! CIPE – septiembre 2014