sábado, 27 de septiembre de 2014

Domingo XXVI del tiempo ordinario - Lectura orante del Evangelio en clave teresiana: Mateo 21,28-32





“Procurad no sean palabras de cumplimiento las que decís a tan gran Señor, sino esforzaos a pasar lo que Su Majestad quisiere. Porque si de otra manera dais la voluntad, es mostrar la joya e irla a dar y rogar que la tomen, y cuando extienden la mano para tomarla, tornarla Vos a guardar muy bien” (Santa Teresa, Camino 32,7).  

‘Ve hoy a trabajar en la viña’. Dios, que es amor, siempre nos llama. No nos ha creado para la nada. Oír los llamamientos de Dios siempre es una gracia. La oración nos ayuda a ello. “Entienden los llamamientos que les hace el Señor; porque como van entrando más cerca de donde está el Señor, es muy buen vecino, y tanta su misericordia y bondad, que aún estándonos en nuestros pasatiempos y negocios y baraterías del mundo, y aun cayendo y levantando en pecados, con todo esto, tiene en tanto este Señor nuestro que le queramos y procuremos su compañía, que una vez u otra no nos deja de llamar, para que nos acerquemos a Él” (2Moradas, 2). Gracias, Señor, por tantas muestras de amor.  

‘No quiero’. Pero después se arrepintió y fue. Respuestas, aparentemente negativas, pueden llevarnos a acoger las propuestas de vida que Dios nos hace, si nos reconocemos en la verdad y si acogemos la bondad, siempre fiel, de Dios. Un día todo se ilumina y ahí está Él. “Bendito sea por siempre, que tanto me esperó” (Prólogo de Vida, 2). Lo que solos no podíamos, lo podemos con Dios. “Estando hecha una cosa con el Fuerte… se le ha de pegar fortaleza” (7M 4,10). ¡Bendito seas, Señor, que tanto das y tan poco te damos! Amén.  

‘Voy, señor’. Pero no fue. Cuando la oración se queda solo en palabras bonitas, palabras sin alma, engañamos en las cosas de Dios. “Para esto es la oración… para que nazcan siempre obras, obras” (7M 4,6). Tendremos que cambiar la hipocresía, que promete y no hace lo que dice, por una mirada, humilde y confiada, a Jesús. “Poned los ojos en el Crucificado y haráseos todo poco. Si Jesús nos mostró el amor con tan espantables obras y tormentos, ¿cómo queréis contentarle con solo palabras?” (7M 4,8).  ¡Bendito seas, Señor, que aunque nosotros te dejamos a Ti, Tú nunca nos dejas!  

Os aseguro que los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del reino de Dios. ¡Qué sorprendentes, ¿escandalosas?, las palabras y el actuar de Jesús! En unos hombres y mujeres, mal vistos por todos, se da una riqueza de experiencia de Dios. Al dejarle sitio a Dios, se abre en ellos, para todos, un camino de bienaventuranza. Los profesionales de la religión se quedan vacíos mientras que los profesionales del pecado alcanzan la plenitud del reino. ¡Qué provocación la de Jesús! Saber esto nos debe llevar a la alegría. “¿Cómo nos podemos dejar de holgar de que haga Dios estas mercedes… y que dé a entender sus grandezas, sea en quien fuere?” (1M 1,3). Saber esto nos puede llevar al asombro. “Muchas veces he pensado espantada de la gran bondad de Dios, y regaládose mi alma de ver su gran magnificencia y misericordia. Sea bendito por todo, que he visto claro no dejar sin pagarme, aun en esta vida, ningún deseo bueno. Por ruines e imperfectas que fuesen mis obras, este Señor mío las iba mejorando y perfeccionando y dando valor, y los males y pecados luego los escondía” (Vida 4,10). Alabamos tu misericordia, Señor. Siempre nos das la mano.


 ¡Feliz Domingo! CIPE – septiembre 2014