“Procurad no sean palabras de cumplimiento las
que decís a tan gran Señor, sino esforzaos a pasar lo que Su Majestad quisiere.
Porque si de otra manera dais la voluntad, es mostrar la joya e irla a dar y
rogar que la tomen, y cuando extienden la mano para tomarla, tornarla Vos a
guardar muy bien” (Santa
Teresa, Camino 32,7).
‘Ve hoy a trabajar en la viña’. Dios, que es
amor, siempre nos llama. No nos ha creado para la nada. Oír los llamamientos de
Dios siempre es una gracia. La oración nos ayuda a ello. “Entienden los
llamamientos que les hace el Señor; porque como van entrando más cerca de donde
está el Señor, es muy buen vecino, y tanta su misericordia y bondad, que aún
estándonos en nuestros pasatiempos y negocios y baraterías del mundo, y aun
cayendo y levantando en pecados, con todo esto, tiene en tanto este Señor
nuestro que le queramos y procuremos su compañía, que una vez u otra no nos
deja de llamar, para que nos acerquemos a Él” (2Moradas, 2). Gracias, Señor, por tantas muestras de
amor.
‘No quiero’. Pero después se arrepintió y fue. Respuestas, aparentemente
negativas, pueden llevarnos a acoger las propuestas de vida que Dios nos hace, si
nos reconocemos en la verdad y si acogemos la bondad, siempre fiel, de Dios. Un
día todo se ilumina y ahí está Él. “Bendito sea por siempre, que tanto me
esperó” (Prólogo de Vida, 2). Lo que solos no podíamos, lo podemos con Dios. “Estando
hecha una cosa con el Fuerte… se le ha de pegar fortaleza” (7M 4,10). ¡Bendito seas, Señor, que tanto das y tan
poco te damos! Amén.
‘Voy, señor’. Pero no fue. Cuando la
oración se queda solo en palabras bonitas, palabras sin alma, engañamos en las
cosas de Dios. “Para esto es la oración… para que nazcan siempre obras, obras”
(7M 4,6). Tendremos que cambiar la hipocresía, que promete y no hace lo que
dice, por una mirada, humilde y confiada, a Jesús. “Poned los ojos en el
Crucificado y haráseos todo poco. Si Jesús nos mostró el amor con tan
espantables obras y tormentos, ¿cómo queréis contentarle con solo palabras?”
(7M 4,8). ¡Bendito seas, Señor, que aunque nosotros te
dejamos a Ti, Tú nunca nos dejas!
Os aseguro que los publicanos y las prostitutas
os llevan la delantera en el camino del reino de Dios. ¡Qué
sorprendentes, ¿escandalosas?, las palabras y el actuar de Jesús! En unos
hombres y mujeres, mal vistos por todos, se da una riqueza de experiencia de
Dios. Al dejarle sitio a Dios, se abre en ellos, para todos, un camino de
bienaventuranza. Los profesionales de la religión se quedan vacíos mientras que
los profesionales del pecado alcanzan la plenitud del reino. ¡Qué provocación
la de Jesús! Saber esto nos debe llevar a la alegría. “¿Cómo nos podemos dejar
de holgar de que haga Dios estas mercedes… y que dé a entender sus grandezas,
sea en quien fuere?” (1M 1,3). Saber esto nos puede llevar al asombro. “Muchas
veces he pensado espantada de la gran bondad de Dios, y regaládose mi alma de
ver su gran magnificencia y misericordia. Sea bendito por todo, que he visto
claro no dejar sin pagarme, aun en esta vida, ningún deseo bueno. Por ruines e
imperfectas que fuesen mis obras, este Señor mío las iba mejorando y
perfeccionando y dando valor, y los males y pecados luego los escondía” (Vida
4,10). Alabamos tu misericordia, Señor.
Siempre nos das la mano.
¡Feliz Domingo!
CIPE – septiembre 2014