domingo, 7 de septiembre de 2014

Quienes de veras aman a Dios - Mateo 18,15-20





Lectura orante del Evangelio: Mateo 18,15-20
“Quienes de veras aman a Dios, todo lo bueno aman, todo lo bueno quieren, todo lo bueno favorecen, todo lo bueno loan, con los buenos se juntan siempre y los favorecen y defienden. No aman sino verdades y cosa que sea digna de amar” (Teresa de Jesús, C 40,3).
   
Si tu hermano peca, repréndelo a solas entre los dos. Cuando estamos fuera del lugar que Dios ha elegido para hacer su morada, los demás son paso obligado para recuperar el encuentro con nosotros/as, donde somos amados por Dios. La oración, como apertura al amor y trato de amistad –enamoramiento- con quien sabemos nos ama, florece en el encuentro con los/as hermanos/as, cuando nos dejamos mirar por ellos/as con verdad y amor. Ellos/as nos ayudan a dejar la ausencia y el vacío para entrar en la interioridad, donde todo está dentro de Dios. Ellos son viento del Espíritu que nos coloca en nuestro sitio. La oración, que se asienta sobre la búsqueda incesante y honesta de la verdad de lo que somos, requiere hermanos/as que nos ayuden a quitar la tierra de los ojos. Para despertar a la verdad de lo que somos, nos necesitamos los/as unos/as a los/as otros/as. Decirnos la verdad es fruto del amor. ¿Estamos dispuestos a decirnos y escucharnos la verdad unos/as a otros/as? Bendícenos, Jesús. Bendice a todas las personas que llevamos en el corazón.   

Os aseguro que todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo. El pecado rompe la comunión, desata los lazos de la alianza de amor donde todo es, aísla y empobrece, aleja la vida de la mirada amorosa de Dios, nos hace extraños a nosotros/as mismos/as. Jesús nos da valor, nos cura con la mirada. Bajo los escombros de heridas, éxitos y tropiezos hay una verdad olvidada, una confianza fundamental. Jesús nos invita a descubrir en nosotros/as y en los/as demás el deseo profundo de Dios. Cuando nos miramos en ese Tú amoroso y se nos imprime este amor en la interioridad, somos casa de comunión y acogida, de compasión y ternura. Espíritu Santo, recrea en nosotros esta hermosa tarea de tender puentes, de abrir caminos hacia las fuentes, de señalar los brotes nuevos, de latir todos al ritmo del corazón de Jesús.  

Os aseguro además que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre del cielo. Frente al riesgo del aislamiento y de individualismo, Jesús propone la belleza de la plegaria común. El traje de fiesta para dirigirnos al que es Trinidad, Familia y Comunión, es la unión de corazones, donde se comparten la palabra y los silencios, los caminos hallados y las preguntas, el pan y la dignidad, la danza y la alabanza, el llanto y los gozos de la tierra. A ti, Dios Trinidad, Dios comunión, Dios sin fronteras, Dios de la paz y la justicia, levantamos las manos y el corazón.  

Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medios de ellos. Jesús está presente en la oración común. En las dificultades compartidas de la vida, en los altibajos y decepciones, allí está Jesús. En la sencillez de los gestos que nos regalamos cada día, allí está Jesús. En la confianza ciega de los que se ponen en manos de Dios, allí está Jesús. En los que se regalan sonrisas y se atreven a recorrer caminos de amor, allí está Jesús. En los/as que se reúnen para aprender a cuidar la vida, allí está Jesús. En los/as que sueñan los sueños de Dios para la humanidad, allí está Jesús. Y contigo, Jesús, todo es posible.  

 ¡Feliz Domingo! CIPE – septiembre 2014