Domingo – Dedicación de la Basílica de Letrán 9 nov 2014
Lectura
orante del Evangelio en clave teresiana: Juan 2,13-22
“No engañar en las cosas de Dios” (Prólogo
de Fundaciones 3).
Encontró en el templo a los
vendedores de bueyes, ovejas y palomas. ¿Puede la sal perder su sabor? ¿Puede nuestra práctica orante perder su sentido?
¿Podemos engañar en las cosas de Dios y en vez de ser alabado Dios por ellas, ser
ofendido? Jesús fue al templo y se sintió extraño en aquel lugar. No vio ni
justicia ni amor y sí vio pobres y enfermos abandonados en las orillas. Aquel
ambiente no hablaba del rostro amoroso de su Padre. La gloria estaba oculta, la
santidad ya no adornaba aquel espacio, las fuentes de agua viva habían desaparecido.
Así lo dice Teresa de Jesús: “Quiero que
consideréis qué será ver este castillo tan resplandeciente y hermoso, esta
perla oriental, este árbol de vida que está plantado en las mismas aguas vivas
de la vida, que es Dios, cuando cae en un pecado mortal” (1M 2,1).
‘Quiten esto de aquí; no conviertan
en un mercado la casa de mi Padre’. Dejamos que el grito de Jesús llegue a nuestro corazón y nos purifique:
‘La casa de mi Padre no puede ser un mercado, es casa de oración’. “El alma del
justo… un paraíso adonde dice Él tiene sus deleites” (1M1,1) no puede ser una
realidad olvidada. “La gran dignidad y hermosura del ánima” (1M 1,1) no puede
quedar marginada de la conciencia. “El centro y mitad de todas estas moradas…, que
es adonde pasan las cosas de mucho secreto entre Dios y el alma” (1M 1,3) no
puede ser terreno inexplorado. En nuestra interioridad, “es posible… comunicarse un tan gran Dios con (nosotros)” (1M 1,3).
‘Destruyan este templo, y en tres
días lo levantaré’. Jesús se
levanta como signo nuevo. Su propuesta es liberadora. Jesús desvela cómo es el corazón
de Dios, “una bondad tan buena y una misericordia tan sin tasa” (1M 1,3), para
que comience una interminable historia de ternura y bienaventuranza con el
abrazo a los últimos, que son los preferidos de Dios. Jesús es pozo inagotable
del que brotan las aguas vivificantes que sacian a los que anhelan el encuentro
con Dios. “Con tan buen amigo presente… todo se puede sufrir: él ayuda y da
esfuerzo; nunca falta; es amigo verdadero” (V 22,6). “Se nos da a entender cómo
es Dios y poderoso y que todo lo puede y todo lo manda y todo lo gobierna y
todo lo hinche su amor” (V 28,9). “Este
Señor nuestro es por quien nos vienen todos los bienes” (V 22,7)
Hablaba del templo de su cuerpo. El cuerpo de Jesús, su humanidad, es el nuevo templo anunciado por los
profetas, la morada de Dios entre las gentes. Gracias a Él podemos acercarnos
al Padre en un mismo Espíritu. “Veo yo claro que para contentar a Dios y que
nos haga grandes mercedes, quiere sea por manos de esta Humanidad sacratísima,
en quien dijo Su Majestad se deleita. Muy muy muchas veces lo he visto por
experiencia. Hámelo dicho el Señor. He visto claro que por esta puerta hemos de
entrar, si queremos nos muestre la soberana Majestad grandes secretos” (V
22,6). Jesús es el nuevo templo, novedad que nos renueva. El fruto del
encuentro con Él: dar la vida unos/as por otros/as. “¡Oh grandeza de Dios!, y cuál sale una alma de aquí, de haber
estado un poquito muy metida en la grandeza de Dios y tan junta con Él… Yo os digo de verdad que la misma alma no se
conoce a sí… vese con un deseo de alabar al Señor, que se querría deshacer, y
de morir por Él mil muertes” (5M 2,7).
¡Feliz Domingo! CIPE – octubre 2014