sábado, 8 de noviembre de 2014

“No engañar en las cosas de Dios” (Prólogo de Fundaciones 3).





Domingo – Dedicación de la Basílica de Letrán      9 nov 2014

Lectura orante del Evangelio en clave teresiana: Juan 2,13-22

“No engañar en las cosas de Dios” (Prólogo de Fundaciones 3).  

Encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas. ¿Puede la sal perder su sabor? ¿Puede nuestra práctica orante perder su sentido? ¿Podemos engañar en las cosas de Dios y en vez de ser alabado Dios por ellas, ser ofendido? Jesús fue al templo y se sintió extraño en aquel lugar. No vio ni justicia ni amor y sí vio pobres y enfermos abandonados en las orillas. Aquel ambiente no hablaba del rostro amoroso de su Padre. La gloria estaba oculta, la santidad ya no adornaba aquel espacio, las fuentes de agua viva habían desaparecido. Así lo dice Teresa de Jesús: “Quiero que consideréis qué será ver este castillo tan resplandeciente y hermoso, esta perla oriental, este árbol de vida que está plantado en las mismas aguas vivas de la vida, que es Dios, cuando cae en un pecado mortal” (1M 2,1). 

‘Quiten esto de aquí; no conviertan en un mercado la casa de mi Padre’. Dejamos que el grito de Jesús llegue a nuestro corazón y nos purifique: ‘La casa de mi Padre no puede ser un mercado, es casa de oración’. “El alma del justo… un paraíso adonde dice Él tiene sus deleites” (1M1,1) no puede ser una realidad olvidada. “La gran dignidad y hermosura del ánima” (1M 1,1) no puede quedar marginada de la conciencia. “El centro y mitad de todas estas moradas…, que es adonde pasan las cosas de mucho secreto entre Dios y el alma” (1M 1,3) no puede ser terreno inexplorado. En nuestra interioridad, “es posible… comunicarse un tan gran Dios con (nosotros)” (1M 1,3).

‘Destruyan este templo, y en tres días lo levantaré’. Jesús se levanta como signo nuevo. Su propuesta es liberadora. Jesús desvela cómo es el corazón de Dios, “una bondad tan buena y una misericordia tan sin tasa” (1M 1,3), para que comience una interminable historia de ternura y bienaventuranza con el abrazo a los últimos, que son los preferidos de Dios. Jesús es pozo inagotable del que brotan las aguas vivificantes que sacian a los que anhelan el encuentro con Dios. “Con tan buen amigo presente… todo se puede sufrir: él ayuda y da esfuerzo; nunca falta; es amigo verdadero” (V 22,6). “Se nos da a entender cómo es Dios y poderoso y que todo lo puede y todo lo manda y todo lo gobierna y todo lo hinche su amor” (V 28,9). “Este Señor nuestro es por quien nos vienen todos los bienes” (V 22,7)
 
Hablaba del templo de su cuerpo. El cuerpo de Jesús, su humanidad, es el nuevo templo anunciado por los profetas, la morada de Dios entre las gentes. Gracias a Él podemos acercarnos al Padre en un mismo Espíritu. “Veo yo claro que para contentar a Dios y que nos haga grandes mercedes, quiere sea por manos de esta Humanidad sacratísima, en quien dijo Su Majestad se deleita. Muy muy muchas veces lo he visto por experiencia. Hámelo dicho el Señor. He visto claro que por esta puerta hemos de entrar, si queremos nos muestre la soberana Majestad grandes secretos” (V 22,6). Jesús es el nuevo templo, novedad que nos renueva. El fruto del encuentro con Él: dar la vida unos/as por otros/as. “¡Oh grandeza de Dios!, y cuál sale una alma de aquí, de haber estado un poquito muy metida en la grandeza de Dios y tan junta con Él… Yo os digo de verdad que la misma alma no se conoce a sí… vese con un deseo de alabar al Señor, que se querría deshacer, y de morir por Él mil muertes” (5M 2,7). 

¡Feliz Domingo! CIPE – octubre 2014