domingo, 14 de agosto de 2016

Vigésimo Domingo del Tiempo Ordinario.



Lectura orante del Evangelio: Lucas 12,49-53
“¡Oh llama de amor viva, que tiernamente hieres de mi alma en el más profundo centro! (San Juan de la Cruz).
‘He venido a prender fuego en el mundo’. Es la tarea principal de Jesús, la de ayer, la de hoy y la de siempre: poner amor donde no hay amor, dejar sembrada la tierra del conocimiento del Padre y del fuego del Espíritu, encender corazones, apasionar vidas, enamorar. Jesús no es una cosa más entre muchas; su novedad alcanza, su pasión renueva, su humanidad da sentido. Nuestro corazón está hecho para Él. Hoy nos acercamos a Jesús, con los oídos limpios y enamorados, para que su mismo fuego de amor nos queme por dentro. Queremos caminar con la llama del amor a Jesús encendida. Ven, Espíritu. Hiérenos con tu ternura de amor. Que ya no queremos seguir a Jesús con el corazón apagado.
‘¡Ojalá estuviera ya ardiendo!’ Este deseo de Jesús siempre está vivo: que arda el mundo, que no se le muera la vida, ‘porque muertos son los que tienen muerta el ama y viven todavía’ (Octavio Paz). Este deseo de Jesús de que comience la fiesta del Espíritu es misionero: que ardan los corazones, para que los pies callejeen llevando el Evangelio de la bondad y la ternura a la humanidad. La oración como espacio de comodidad, como tranquilizante de conciencias, no tiene nada que ver con el deseo apasionado de Jesús. Querer vivir una fe que no altere nuestras costumbres ni moleste nuestra mentalidad, es contrario al fuego del Espíritu. Nuestro centro es Dios mismo amando sin cesar en nosotros. Sopla, Espíritu Santo, sobre nuestras brasas, aunque estén casi apagadas. Enciende, cada día, la llama de tu amor.   
‘Tengo que pasar por un bautismo, ¡y qué angustia hasta que se cumpla! Jesús es el espejo en el que nos miramos para superar los miedos a nacer de nuevo, es el bautismo que nos sumerge en su amor donde se queman nuestras flaquezas y miserias. Quiere meternos en el abrazo abismal de la dulzura de Dios, para que parezcamos Dios. Jesús está dispuesto a poner los pies sobre el fuego, está decidido a afrontar la muerte para darnos vida nueva. La oración es, muchas veces, grano de trigo que muere, decisión de meternos en la grandeza de Dios, atrevernos a creer estas maravillas, deseo intenso de que Jesús marque lo que somos y hacemos. Nos espera una nueva manera de vivir y amar. Es el Señor quien lo hace. Gracias, Jesús. Tu entrega de amor nos anima a pasar de la muerte a la vida.
‘¿Pensáis que he venido a traer al mundo paz? No, sino división’ La palabra de Jesús es incómoda para el conformismo, molesta para la cobardía, inquieta para la desigualdad. Pero la palabra de Jesús ¡cómo enamora a quien tiene el corazón limpio! Jesús trae al mundo una paz que el mundo no puede dar. La falsa paz, al verse amenazada, se vuelve violenta y quiere echar al que viene con la paz verdadera. La oración es un camino de miradas que nos agita por dentro. “Espero lío”, dice el papa Francisco. Queremos, hoy y siempre, seguir a Jesús  y poner la mano en el arado del Evangelio. Danos tu paz, Señor Jesús, la que solo Tú puedes dar.
¡FELIZ DOMINGO! Desde el CIPE – agosto 2016