Victor Codina
Una vez pasado el vendaval que sacudió no solo el
Vaticano sino toda la Iglesia, quisiera hacer cuatro breves reflexiones y cuestionamientos
sobre algunas experiencias que hemos vivido en estos últimos tres meses desde
la renuncia de Benedicto XVI.
- En primer lugar llama la atención el folclore mediático que ha acompañado a estos acontecimientos, con el mismo despliegue informativo con que se cubre una boda real, unos juegos olímpicos, la concesión de los Oscar o unas elecciones políticas importantes. Tanto se comentaban las intrigas de la curia y de las finanzas vaticanas y se hacían quinielas sobre los cardenales papables, como se cuestionaba si el papa renunciante y emérito continuaría con sus zapatos rojos o llevaría otros de color café que le había fabricado un artesano mexicano… Hay que agradecer el trabajo de los medios, la Iglesia es ciertamente humana y muy humana, no podemos huir hacia fáciles espiritualismos, pero ¿ésta es la imagen de Iglesia que los cristianos reflejamos en nuestra sociedad de hoy?
- Quizás lo que llama más la atención es el rápido cambio de clima eclesial que se ha operado en estos tres meses. Se ha valorado mucho la renuncia del anciano papa, pero ya no se habla de crisis eclesial, ni de pederastia, ni de intrigas vaticanas, ni de los partidarios de Lefèbvre; los libros de Ratzinger que hasta ahora llenaban los estantes de las librerías católicas han dado paso a las biografías y escritos de Bergoglio. Los medios comentan las “florecillas del papa Francisco”: sus homilías sobre la misericordia y el perdón de Dios, la necesidad de ir a las periferias y “oler a oveja”, cuidar la creación, no hacer del dinero el centro de la vida, pensar más en el hambre de los pobres que en los bancos, su libertad profética ante jefes de Estado, sus deseos de edificar una Iglesia pobre y de los pobres pero que no sea una simple ONG piadosa sino la Iglesia de Jesús, sus bendiciones a niños enfermos o discapacitados, su visita a la cárcel de jóvenes el Jueves Santo, sus atenciones a un miembro de la Guardia suiza al que le ofrece una silla y un bocadillo; mantiene sus viejos zapatos negros de antes y reside fuera del Palacio Vaticano. Algo está cambiando en la Iglesia. ¿No lo notamos?
- Junto a todo esto, también se ha puesto de manifiesto la gran ignorancia y la deformación teológica de grandes sectores de la población cristiana sobre la Iglesia, como si la Iglesia se identificase simplemente con el Papa y la curia vaticana, como si el Papa fuese el representante de Dios en la tierra y la cabeza de toda la Iglesia. La Iglesia la formamos todos los bautizados, la única cabeza de la Iglesia es Cristo y el Papa es ante todo el obispo de Roma, como el papa Francisco repetidas veces ha manifestado, no solo por humildad sino por el sentido de colegialidad con sus hermanos en el episcopado. La misma denominación de Vicario de Cristo no es la más primitiva ni la más exacta, pues el que hace las veces de Cristo en la Iglesia es el Espíritu y en la época medieval los que eran llamados vicarios de Cristo eran los pobres. El Papa es el sucesor o vicario de Pedro, un apóstol llamado piedra y cimiento de la Iglesia, pero al que también el Evangelio llama piedra de escándalo y Satanás. ¿No habría que procurar una mayor formación de los cristianos bautizados?
- Por último, a pesar de todos estos cambios positivos y esperanzadores que hacen presagiar una nueva primavera eclesial, resuenan todavía en nuestros oídos las palabras proféticas del viejo obispo poeta Pere Casaldàliga:
Deja la curia, Pedro,
desmantela el sinedrio y la muralla,
ordena que se cambien todas las filacterias
por palabras de vida, temblorosas.
Todavía seguimos soñando con una Iglesia alejada del
Estado Vaticano, de su bandera, su himno, su banca y su Guardia suiza, de sus
nuncios diplomáticos… Soñamos con una Iglesia que vuelva a Galilea donde se
manifiesta Jesús de Nazaret, el carpintero muerto y resucitado, y donde Pedro
no lleva zapatos rojos, ni de color café o de color negro, sino simples
sandalias de pescador. Ciertamente no podemos ser ingenuos, pero como recordaba
Pedro el día de Pentecostés, el Espíritu es quien hace que los jóvenes tengan
visiones y que los ancianos tengamos sueños (Hechos 2, 14-21, citando a Joel
3,1). ¿Podemos extinguir el Espíritu?