Lectura orante del Evangelio: Lucas 7,36-8,3
“A
quien nuestro Señor hiciere esta merced, déle muy muchas gracias… y verá cómo
recibe más y más. Sea bendito por siempre jamás, amén” (Santa Teresa de Jesús
de Ávila: 6 Moradas 2,5).
Una pecadora… vino con un frasco de perfume y ungía
con el perfume. Una pecadora se acerca a Jesús. Sabe quién es y
todos saben quién es y lo que se dice de ella en el pueblo. Pero lo más
importante es que esta mujer, a la que le han quitado el nombre y ya todos
llaman ‘la pecadora’, ha intuido quién es Jesús. No entiende por qué la ama
tanto, por qué no la condena. El amor de Jesús, tan gratuito y sorprendente,
despierta en ella el perfume que llevaba escondido en el corazón y se pone a
amar a Jesús con el callado amor, sin importarle lo que digan a su alrededor.
Así podemos comenzar hoy a orar: dejándonos empapar por este espíritu tan lleno
de Evangelio de esta mujer. Saber que tú, Jesús, me amas. Ahí está todo.
‘Simón, tengo algo que decirte’. Un
fariseo, Simón, éste sí tiene nombre y renombre, ha invitado a Jesús a su casa.
Especialista en juzgar y condenar, se aleja de la pecadora y desprecia a Jesús,
porque se deja tocar por ella. Sabe mucho de normas, pero no de Dios. Ve
sombras en los demás, pero no ve las suyas. No tiene corazón, no sabe amar.
Parece que está vivo y está muerto. Jesús tiene algo que decirle, tiene mucho
que decirle. Nuestra oración continúa así: dejar que Jesús nos diga el amor y
saque a la luz el fariseo escondido que llevamos. Dime lo que tengas que decirme,
Jesús.
‘¿Ves a esta mujer?... Sus muchos pecados están
perdonados, porque tiene mucho amor’. Jesús ofrece al
fariseo los ojos de Dios, cuya santidad no se contamina al tocar nuestro
pecado; le invita a que abandone la mirada de desprecio y estrene una mirada de
bondad. Jesús todo lo pone del revés, presenta a la pecadora como evangelio,
porque ha amado mucho y el amor está por encima del pecado. Oramos mirando a
los que consideramos pecadores en nuestra mente; ellos pueden sacar fuera
nuestro pecado y liberar nuestro corazón para acoger el amor entrañable de
Jesús. Bájame, Jesús, de este pedestal de falsa santidad al que he subido. Bájame,
Jesús.
Jesús dijo a la mujer: ‘Tu fe te ha salvado, vete
en paz’. La pecadora ha entrado en la dinámica del amor;
sabe que es amada. Marcha con una paz alegre por los caminos; ha sido salvada
por Jesús. El perdón gratuito de Jesús la ha despertado a amar. Ahora sabe lo
que es vivir. Puede trabajar por un futuro nuevo desde la compasión y la
ternura. Detrás queda Jesús con más enemigos. Su mensaje suena escandaloso a
los que se creen mejores que los demás. ¿Por qué ama a los malos? ¿Por qué se
deja amar por los que son malos? Tienen miedo de Él. Nuestra oración no puede
terminar de otra manera que confiando totalmente en Jesús, el que perdona
nuestros pecados. Nos conoce, nos acepta como somos. Te alabo y te bendigo, Jesús.
Confío en ti.
¡FELIZ DOMINGO! Desde el CIPE – junio 2013