domingo, 24 de agosto de 2014

SOY QUIEN SOY - Mateo 16,13-20


Una vez más esta Palabra viene en nuestra ayuda. Un Jesús que quiere saber lo que piensan de Él. Pero desde luego, de ninguna manera para que ese conocimiento se convierta en una especie de control de imagen, sino para comprender con más profundidad al ser humano y descubrir la pasión del discipulado.

Jesús comprende en profundidad el ser humano, su misterio, su imperiosa necesidad de medir y contar, su búsqueda en medio de la incertidumbre… Jesús es inclasificable, por eso, no saben bien si es Elías, si es Jeremías… tiene un poco de todo, pero se escapa al control. En ese tanteo aparece uno de sus discípulos y se atreve a decir algo, algo que no es de él, algo que intuye pero que no puede en realidad asumir porque le sobrepasa: eres Hijo de Dios. Descubre de Jesús eso que constituye su experiencia fundante en el bautismo: saberse amado de Dios, predilecto. Jesús y Pedro entonces por un momento entran en comunión. Pedro ha sabido ver más allá y eso le vincula a Jesús. Entra en comunión.

Jesús descubre la pasión del discipulado. No pregunta qué dicen de él por una autocomplacencia, sino para ver hasta qué punto la gente más cercana está en sintonía con Él, si tienen ojos que ven y oídos que escuchan, si están mirando lo que está sucediendo o simplemente están pasando superficialmente por los acontecimientos. Descubre con gozo que hay algo en ellos que conecta con su pasión por el Reino. Durará poco, Jesús sabe que todavía debe acompañar ese camino de madurez. De bienaventurado por ver, Pedro pasa a ser luego un satanás. Esto habla del proceso y de la necesidad de crecimiento, de la necesidad de situarse y resituarse de nuevo en lo que significa ser discípulo. No habla desde luego de dignidades o principados, sino de los secretos del Reino. Esa manera de mirar a Jesús en su condición de hijo amado y de unirse a su destino es lo que garantiza la comunión con Él.

Como discípulas-os en este contexto de vida y muerte en el que vivimos, necesitamos también afinar la mirada para comprender más allá, ver que esos y esas que viven a nuestro lado, con quienes compartimos y nos alejamos, con quienes estamos en comunión y nos distanciamos, son hijos e hijas de Dios y por lo tanto, tienen una dignidad que nadie puede arrebatar. Esta mirada es la que permite el compromiso y la pasión por todos aquellos y aquellas que están en los márgenes.

Jesús es quien es. Que nosotros-as seamos quienes somos.