sábado, 17 de mayo de 2014

CONTRA EL PECADO DE APRESAR A DIOS


QUINTO DOMINGO DE PASCUA: Hechos de los apóstoles 6,1-7; 1Pedro 2,4-9; Juan 14,1-12

Aquellas primeras comunidades cristianas empiezan a experimentar el conflicto. Parece algo tan sencillo como aprender a distribuir y administrar con justicia los bienes comunes pero la cosa es un poco más compleja. Tienen que ponerse a discernir porque el riesgo en realidad es otro: que se malogre la Buena Noticia de Jesús ya desde el comienzo.

En teoría todos y todas siguen al Maestro, en la práctica no han caído todavía en la cuenta de que la novedad que trae Jesús implica la desaparición y no mera modificación de ciertas estructuras sociales y culturales que apresan a Dios. Y esas estructuras están muy bien identificadas por Pablo en la carta a los Gálatas: estructuras de género – ni varón ni mujer- estructuras de etnia o cultura – ni judío ni griego- y estructuras de estatus social, económico y antropológico – ni esclavo ni libre. En el fondo de la queja de los de cultura griega de que no se atienden a sus viudas está toda esta cuestión que le costó la vida a Jesús y que sigue presente en las primeras comunidades.

Lo interesante es que el conflicto salta y eso evidentemente es una señal del Resucitado que acompaña a la comunidad y una llamada divina a no errar el camino. Toca evidenciar el problema y tratarlo en profundidad pero sobre todo descubrir qué parte de Jesús se ha instalado realmente en la vida de las comunidades y qué parte de Él no es asumida todavía, sino más bien diluida, negada o pasada a segundo plano. En este sentido, el reto de las primeras comunidades no es meramente funcional o administrativo. El reto fundamental tiene que ver con la capacidad de autocrítica frente a la cultura vigente y sobre lo que esos cánones culturales siguen pesando en las actitudes de la propia comunidad para vivir el evangelio. Quienes siguen a Jesús deben relativizar y hasta olvidar si son griegos o judíos, libres o esclavos, hombres o mujeres. Es decir, deben instaurar un modo de relación diferente en el interior de la comunidad, y por ende, en la vida toda. Si el ser judío significaba en virtud de ser raza escogida y nación santa poseer prebendas y privilegios sobre los griegos, bárbaros y gentiles, había que renunciar a toda una historia donde lo judío era la señal de identidad de pueblo de la alianza y desde esa ruptura provocar un acercamiento basado en la condición de hijos e hijas de Dios. Si el ser varón significaba establecer relaciones de poder o dominio y no de mutua interdependencia, había que romper con esa estructura para generar relaciones basadas en la equidad. Si la diferencia entre esclavo y libre fundaba el sistema del imperio, vivir la libertad se convertía en una seña de identidad nueva propia del cristianismo.

Es por este motivo por lo que el evangelio de Juan insiste en que Jesús es el Camino, la Verdad y la Vida y tiene como trasfondo el testamento de Jesús quien proclama: “no sea así entre ustedes”. Desde la experiencia narrada en Hechos de los Apóstoles, ése no sea así entre ustedes no se hace se realidad si no es a través de la instauración al interior de las comunidades de un modo de relación alternativa a los modelos vigentes. Para vivir ese otro modo de relación hay que mirarse no en narcisismo sino en relación a cómo ese mundo vigente incide y condiciona la propia fe en el Dios de Jesús. Y ésta fue la tarea fundamental del primer cristianismo. Parece ser que no lo lograron del todo al ver la historia de la Iglesia posterior y nuestras dificultades actuales para transformar las estructuras de poder. Sin embargo, en lugar de desesperanza, tenemos motivos para suponer que algo nuevo está naciendo viendo a tanta gente caminar en la dirección de esta renovación. Aquí son sugerentes las palabras del Papa Francisco:

Hay estructuras eclesiales que pueden llegar a condicionar un dinamismo evangelizador; igualmente las buenas estructuras sirven cuando hay una vida que las anima, las sostiene y las juzga. Sin vida nueva y auténtico espíritu evangélico, sin «fidelidad de la Iglesia a la propia vocación», cualquier estructura nueva se corrompe en poco tiempo. Sueño con una opción misionera capaz de transformarlo todo, para que las costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y toda estructura eclesial se convierta en un cauce adecuado para la evangelización del mundo actual más que para la autopreservación… (EG 26-27). Sigue siendo entonces necesario ponerse en discernimiento y tomar decisiones al interior como ya pretendió también Juan XXIII al convocar el Concilio Ecuménico.

Como Jesús no queremos actuar por cuenta propia, sino por aquello que el Padre nos va sugiriendo en el camino de la historia con tal de que no se malogre de nuevo en quienes hoy vivimos esa llamada de evangelio que lo transforma todo y por la que todo se transforma.