A lo largo de la historia de la Iglesia Jesús experimentado como Buen Pastor ha posibilitado el surgimiento de familias religiosas, movimientos eclesiales y corrientes espirituales que subrayan el cuidado de Jesús por su rebaño como uno de los rasgos identificadores de su Persona y como una característica de quienes queremos seguirle. Aunque esta lectura ha dado buenos frutos, también ha generado importantes deformaciones al trasladar la imagen a los sucesores de los apóstoles, que como pastores guían el rebaño. Así en distintos momentos de la historia se han justificado poderes omnímodos de obispos sobre la grey, con la consecuente sumisión del pueblo de Dios a la voluntad de personas que dicen actuar en nombre de Dios. Este sistema entró fuertemente en crisis a partir del Concilio Vaticano II cuando los pastores son considerados parte del pueblo de Dios que camina en la historia y no se sitúan sobre o fuera de él. Sin embargo, este cambio de posición suponía un abajamiento evangélico que gran parte del clero no ha podido soportar aun habiendo tenido tiempo para procesarlo después de cincuenta años del Concilio Vaticano II.
Parece extraño pero en realidad todo sería mucho más fácil si entendiéramos adecuadamente la Palabra de Jesús, quien es verdadero Pastor de su pueblo. Este subrayado que hace el evangelista Juan quiere significar que Jesús saca a sus ovejas fuera del recinto del judaísmo para constituir un nuevo rebaño o comunidad mesiánica. Él es la puerta que da acceso a la salvación, el Buen Pastor que comunica vida en abundancia. Todas las ovejas son de Jesús, el Padre es quien se las ha dado para que las conduzca hacia la novedad del evangelio, todas deben ser llamadas por Él. En ese nuevo rebaño las relaciones también son nuevas. Se rompe toda relación de dependencia o dominio y aparece el mutuo conocimiento y la comunión entre Jesús Pastor y las ovejas como relación alternativa. Por eso dar la vida es lo evidente.
El Reino de Dios es el mundo como Dios lo ve y lo quiere. Esas nuevas relaciones están libres de estructuras de poder y de dominio y se instaura la reciprocidad en la equidad. Todas las democracias en la actualidad parecen haber leído este pasaje del evangelio cuando establecen en sus códigos particulares la igualdad de todas las personas y rechazan discriminaciones y desigualdades en las relaciones humanas. Sin embargo, la realidad nos muestra que todavía nos enfrentamos a grandes retos en las relaciones y que estamos lejos de vivir lo que las mismas leyes postulan.
En el evangelio tenemos el germen de una humanidad nueva. Poder instaurar esas nuevas relaciones en el seno de la comunidad eclesial sigue siendo un llamado impostergable de Jesús. Si queremos entender, entendamos.