No deja de sorprender que una sociedad como la ecuatoriana donde los índices de violencia contra la mujer son tan elevados y silenciados, siga dedicando un día del año a celebrar el Día de la Madre.
¿Qué tiene de malo? En muchos lugares del mundo se hace… ¿No celebramos también el día del padre? – dirían algunos-. No hay que ser tan radicales, que es una oportunidad para festejar a las madres – dirían otros-. El caso es que a nadie le gusta que le agüen la fiesta subrayando la otra cara de la realidad.
Muchas madres, incluso aquellas más violentadas por sus propios compañeros y/o entornos, celebrarán gozosas este día y quizás miren al cielo pensando que al menos se acordaron de ellas y les festejaron por algo que sí deben hacer bien: traer seres humanos al mundo.
Sin embargo, las cosas tienen que cambiar y cambiarían para bien si la sociedad como sujeto colectivo reflexionara sobre las consecuencias tan nefastas para un verdadero desarrollo que tienen fiestas como el día de la madre, los quince años o los reinados.
Ningún político de turno, ninguna iglesia y mucho menos ningún comercio o medio de comunicación cuestiona en serio la celebración del Día de la Madre. Al contrario, el político no criticará que se las festeje, considerando que ante todo hay que generar seguridad y confianza en una situación social en sí misma frágil y crítica. Sólo queda que las madres se rebelen y acaben desestabilizando la estabilidad del sistema tomando conciencia y negándose a participar en una fiesta tan bien articulada como peligrosa para su salud. El religioso subrayará el valor, la abnegación y la ternura de las madres y las equiparará con modelos de mujeres silenciosas, serviciales y fecundas. Quizás las estériles se preguntarán con resignación por qué ese pequeño subrayado de la maternidad les sabe a discriminación. El comerciante animará a obsequiarlas y a consumir por ellas. Los medios de comunicación y la publicidad dirigirán con gusto la orquesta.
Y año tras año se repite el mismo círculo, la misma y testaruda pantomima. La pregunta es: ¿Qué tendrá que pasar para que esto acabe? ¿Bastará con una pérdida de los argumentos que ensalzan un día a las madres en pedestales para someterlas el resto del año? ¿O habrá que dirigir también los esfuerzos a derribar ciertos sistemas sociales, económicos y religiosos aparentemente bien establecidos?
Cuando en la práctica del político, del religioso o del comerciante dejen de ensalzarse los valores maternos como símbolos de lo que se quiere mantener y silenciar, quizás notemos que fluyen relaciones más equitativas, no por decreto, sino como consecuencia de haber abierto los ojos y comenzado la casa por el cimiento. Quizás lo que siga sea la desaparición del miedo y como consecuencia lógica se visibilizará la violencia cotidiana, se caerá en la cuenta de que todavía las mujeres a las que no se les considera que hagan trabajo digno de retribución, sean o no madres, no tienen siquiera seguro social, mucho menos un salario aunque ya esté estipulado en la Constitución. Entonces en muchas personas surgirá un sinsabor y no querrán hablar de días de la madre al menos mientras no sucedan muchas otras cosas que sí serían para celebrar y festejar. Y se unirán las fuerzas y los brazos, se hará examen de conciencia colectiva, se presionará a los responsables de semejante teatralidad y se pondrán de una vez las cosas en su sitio. Entonces, y sólo entonces notaremos que se respira un poco mejor.