Hechos 12,1-11; 2Timoteo 4,6-8.17-18; Mateo 16,13-19
Si
por algo Pedro y Pablo son prototipos en la historia del cristianismo es porque
el encuentro con Jesús les ha liberado y les ha hecho capaces para ser
instrumentos de liberación para otros y otras.
Dos
perspectivas distintas, dos trayectorias vitales, pero en definitiva, una misma
acción del Espíritu de Jesús. Pedro tiene que liberarse del judaísmo, de esa
tendencia a dividir el mundo entre puro e impuro, Pablo tiene que liberarse de
su propia concepción fanática que le impide descubrir verdades más allá de las
fronteras del género, la identidad cultural o de etnia y de las fronteras de la
división de personas en esclavas o libres. Ambos tuvieron que APRENDER mientras
se llenaban los pies de lodo en el seguimiento de Jesús. Se abajaron como Jesús
se abajó y dejando su condición de judíos, se pusieron a caminar en aquella
Iglesia naciente, con aquella cultura, en aquellas condiciones.
¿Dónde
estuvo la fuente de toda su experiencia? En reconocer que han sido amados
gratuitamente por el Dios de Jesús, quien a través de su amistad con ellos les
fue liberando y los capacitó para liberar.
Esto
es lo que Jesús de Nazaret quiere seguir haciendo con toda persona que se
apasiona por el evangelio. La única condición es disponerse a hacer el camino
con todas las consecuencias: SEGUIRLE en esa extraña tarea de DESAPRENDER para
APRENDER.
El
testimonio de Pedro y Pablo en la Iglesia sigue siendo un revulsivo para su
misma estructura y organización. Por eso, como dice el Papa Francisco, la
Iglesia debe renovarse, no dejar las cosas como están (cf.EG
n.25) y convertirse así para el mundo
actual en un cauce de evangelización
más que de autopreservación (cf. EG n.27).
En
la Iglesia misionera de Sucumbíos se vive este espíritu renovador encarnado en
misioneros-as que siguen esperando y soñando con que la opción misionera sea
capaz de transformarlo todo. En esta esperanza vivió y murió nuestro querido
Jesús Arroyo, de quien celebramos el 30 de junio su pascua y resurrección. No
hay muchas palabras, sí hay un recuerdo permanente por un apóstol de Sucumbíos
que, como Pedro y Pablo se fue liberando progresivamente y fue cauce de
liberación de muchos y muchas. Le pilló la muerte de forma prematura, como a
todos los profetas. Seguimos saboreando su sentido del humor, su pasión por el
Reino de Dios, su compasión por los y las pequeños-as de esta tierra y su
entrañable amor al Carmelo. ¡Bendito seas Dios, que tanto lo amaste que lo
identificaste así contigo y tu destino!