sábado, 28 de junio de 2014

LIBERADOS PARA LIBERAR



Hechos 12,1-11; 2Timoteo 4,6-8.17-18; Mateo 16,13-19

Si por algo Pedro y Pablo son prototipos en la historia del cristianismo es porque el encuentro con Jesús les ha liberado y les ha hecho capaces para ser instrumentos de liberación para otros y otras.
Dos perspectivas distintas, dos trayectorias vitales, pero en definitiva, una misma acción del Espíritu de Jesús. Pedro tiene que liberarse del judaísmo, de esa tendencia a dividir el mundo entre puro e impuro, Pablo tiene que liberarse de su propia concepción fanática que le impide descubrir verdades más allá de las fronteras del género, la identidad cultural o de etnia y de las fronteras de la división de personas en esclavas o libres. Ambos tuvieron que APRENDER mientras se llenaban los pies de lodo en el seguimiento de Jesús. Se abajaron como Jesús se abajó y dejando su condición de judíos, se pusieron a caminar en aquella Iglesia naciente, con aquella cultura, en aquellas condiciones.

¿Dónde estuvo la fuente de toda su experiencia? En reconocer que han sido amados gratuitamente por el Dios de Jesús, quien a través de su amistad con ellos les fue liberando y los capacitó para liberar.
Esto es lo que Jesús de Nazaret quiere seguir haciendo con toda persona que se apasiona por el evangelio. La única condición es disponerse a hacer el camino con todas las consecuencias: SEGUIRLE en esa extraña tarea de DESAPRENDER para APRENDER.

El testimonio de Pedro y Pablo en la Iglesia sigue siendo un revulsivo para su misma estructura y organización. Por eso, como dice el Papa Francisco, la Iglesia debe renovarse,  no dejar las cosas como están (cf.EG n.25) y  convertirse así para el mundo actual en un cauce de evangelización más que de autopreservación (cf. EG n.27).

En la Iglesia misionera de Sucumbíos se vive este espíritu renovador encarnado en misioneros-as que siguen esperando y soñando con que la opción misionera sea capaz de transformarlo todo. En esta esperanza vivió y murió nuestro querido Jesús Arroyo, de quien celebramos el 30 de junio su pascua y resurrección. No hay muchas palabras, sí hay un recuerdo permanente por un apóstol de Sucumbíos que, como Pedro y Pablo se fue liberando progresivamente y fue cauce de liberación de muchos y muchas. Le pilló la muerte de forma prematura, como a todos los profetas. Seguimos saboreando su sentido del humor, su pasión por el Reino de Dios, su compasión por los y las pequeños-as de esta tierra y su entrañable amor al Carmelo. ¡Bendito seas Dios, que tanto lo amaste que lo identificaste así contigo y tu destino!