CAMBIO DE NOMBRES |
Ya no les llamo siervos
El nombre. Jesús
supo muy bien que “nombrar” es dar vida. Lo aprendió de Dios en la Creación que
da nombre a cada criatura y la hace a su imagen y semejanza. En este sentido,
su “ya no les llamo siervos sino que les
llamo amigos” implica una ruptura radical con la estructura social,
política y religiosa de su tiempo. En Él es una convicción tan profunda, que
tiene fuerza suficiente como para transformar toda la realidad. ¿En qué sentido
es una ruptura y por qué tiene el poder de transformar la realidad?
Jesús rompe con la
mentalidad religiosa de su tiempo que ha caído en una trampa “mundana”
consistente en buscar la propia subsistencia y supervivencia aunque eso
signifique pactar con los poderes establecidos. Así los sumos sacerdotes,
escribas y levitas no tienen ningún empacho en compaginar sus creencias con su
búsqueda de poder y prestigio. Son seres humanos disminuidos porque su
seguridad está en el estatus y la imagen social que proyectan no en la vida que
son capaces de generar.
Jesús es un hombre
libre. Entiende que hay que vivir en relación, siente compasión y no excluye a
nadie. Pero es absolutamente lúcido como para darse cuenta de los dinamismos de
violencia y exclusión que están detrás de las creencias religiosas. Por eso su
defensa de los excluidos y excluidas. Por eso sus palabras en favor de la
dignificación y equidad de las mujeres.
Es muy fácil reproducir
los mecanismos de violencia y exclusión si no hay vigilancia. Es lógico querer
salvar la propia imagen aun a costa de la propia dignidad. Es muy fácil que los
criterios de inteligencia, riqueza, sexo, busquen siervos de entre quienes no
son tan inteligentes, ricos o pertenezcan al mismo sexo. Esto les pasó a los
discípulos.
Como Jesús vio la
peligrosidad de tales actitudes, a punto de morir, les previene: hagan lo que
yo he hecho. No anden por ahí con los mismos criterios del imperio romano, del
imperio de Herodes o de cualquier otro que aparezca. Tengan cuidado. No
reproduzcan en mi iglesia las mismas estructuras sociales que establecen
divisiones y exclusiones entre personas y que para sostenerse necesitan
servirse de la violencia, coacción o amenaza. No hagan lo mismo.
Les llamo amigos y
no siervos. Por lo tanto, ustedes, trátense como amigos y no como siervos. No
caigan en el juego de los dominados y dominadores. Pero no es una recomendación
piadosa lo que dice Jesús. En el último momento de la vida, cuando todo está
cumplido, no hay posibilidad de muchos discursos. Su testamento es su forma de
amar. Su único legado es una manera curiosa de vivir en este mundo y entre la
gente.
Las discípulas y
discípulos somos los continuadores de esta convicción. Nuestra misión en el
mundo consistirá en hacer que las divisiones por sexo, condición social,
situación cultural o pertenencia étnica sean sustituidas por una relación de
iguales, como la de los amigos auténticos. ¿Estamos dispuestos y dispuestas a
asumir los riesgos que implica el seguimiento de Jesús? ¿Qué tendrá que cambiar
en nuestra Iglesia para que el llamado a ser amigos y amigas sea una realidad
universal? En un mundo de exclusiones y diferencias, en un mundo de
discriminaciones y violencias vivir sin estructuras que reproduzcan estas
mismas exclusiones es una tarea eclesial de tal envergadura, que sólo podrá ser
sostenida y alentada por el Espíritu. Pero quererla, buscarla y vivir por ella
ya es un signo de esperanza.