domingo, 6 de mayo de 2012

UNIDOS A LA VID


“Permanezcan en mí
y yo en ustedes” (Jn 15, 4)



Esta frase del evangelio de San Juan puesta en boca de Jesús cuando se encuentra compartiendo con sus discípulas y discípulos después de la última cena, es una frase tajante y contundente. Sin duda impresionó a quienes estaban ahí y la escucharon.

El deseo de Jesús es que estemos unidos a él íntimamente. Para eso le ha resucitado el Padre, para que esté vivo entre nosotros y estamos vivo podamos estar unidos a Él. Como las ramas están unidas a la planta.

No puede existir una imagen que hable de una unidad más fuerte y necesaria: si la rama se separa de la planta, simplemente se muere; si permanece unida a ella, tendrá vida y dará los frutos que de ella se esperan.

Por las venas de todo/a bautizado/a debiera de correr la savia del Resucitado y los frutos que debieran producir tendrían que ser frutos de vida, de paz, de esperanza, de respeto y consideración a todas las personas, de manera particular a las más frágiles, débiles, vulnerables. La vida del Resucitado mientras caminaba por Galilea fue eso: compasión con los más débiles en todo sentido: social, económico, religioso y moral.

¿Cómo cultivar esa relación íntima con Jesús? Una de las formas más importante es la oración personal; es recoger los sentidos y tomar conciencia de que dentro de nosotros/as vive el Resucitado, de que a él le podemos contar todas nuestras preocupaciones, nuestras alegrías, ilusiones, esperanzas… y ¿por qué no? nuestras decepciones y tristezas. Él nos va a dar la energía suficiente para llevar con buen ánimo las dificultades de la vida, porque él es “el camino, la verdad y la vida”.

Todo lo que podemos decir de nuestra relación íntima y personal con el Resucitado lo podemos decir respecto a cada comunidad. Cada comunidad cristiana, esté ubicada en un recinto del campo o en un barrio de la ciudad es como la vida, es una planta, pues su centro es Jesús Resucitado y vivo en medio de los que se reúnen: “Donde dos o más se reúnen en mi nombre, ahí en medio estoy yo.” dice el Señor (Mt 18, 20).

Cada miembro de la comunidad es una de las ramas, uno de los sarmientos y recibe la fuerza del Resucitado cada vez que se reúne en la comunidad. Quien se separa de la comunidad se seca como aquella rama que se muere; mientras que quien se mantiene unido/a a la comunidad se mantiene unido/a a Jesús y da mucho fruto; un fruto que es agradable al Padre, al Dios de la vida porque de la comunidad no pueden salir sino frutos de respeto, de estima, de valoración de los demás, de cuidado de la vida y vida digna. Los obispos reunidos en Aparecida recuerdan: “Medellín reconoció en las comunidades eclesiales de base la célula inicial de estructuración eclesial y foco de fe y evangelización” (DA 178) y (Medellín 15).

Las comunidades cristianas tienen a la Palabra de Dios como fuente de su espiritualidad (DA 179) y fundamentalmente el Evangelio de Jesús que les reúne bajo la guía del Animador de la Comunidad cuando no pueden contar con la presencia del sacerdote para tener la Eucaristía. Cumplen de esta manera lo que Jesús les dejó dicho a sus discípulos/as: “Si permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes…” (Jn 15, 7).

Los/as cristianos/as que se reúnen dominicalmente al calor del Evangelio de Jesús en las múltiples comunidades cristianas utilizan el tesoro más grande que los cristianos tenemos: el evangelio que contiene lo que Jesús dijo y lo que hizo. Saben muy bien que es verdad lo que Jesús dijo: “Sin mí no pueden hacer nada” (Jn 15, 5).

Señor Jesús, concédenos amar la comunidad cristiana y respetarla como mediación de tu misma persona, de tu presencia de Resucitado. Amén.