Es difícil el perdón y la
reconciliación. Pero si queremos empezar con un fundamento sólido tan
extraordinaria tarea, nos vendrá bien ser conscientes de que el perdón lo
otorga la víctima. Sería estupendo que el agresor hiciera también esto. Pero el
nivel de conciencia es reducido en él, así que para restaurar los daños,
empecemos por nosotros y nosotras. Claro, sin que eso sea una excusa para no
apuntar a las verdaderas causas de lo que ha acontecido a esta Iglesia en estos
últimos dos años.
Éstas y otras cosas interesantes son
las que hemos vivido en estos días de Retiros Diocesanos en la Iglesia de San
Miguel de Sucumbíos. Escuchar lo que el Espíritu dice a las iglesias es una
tarea de la vida cotidiana. Sin embargo, también hacen falta espacios específicos
donde no nos encontremos para evaluar, ni para proyectar, ni para formarnos
sino simple y llanamente para atrevernos a estar con nosotros y nosotras mismas
y comprender que la Presencia de Jesús de Nazaret es permanente, nos alienta y
nos hace además de víctimas con las víctimas, testigos de Evangelio.
Y en el contexto de la Pascua, nuestro
Dios nos vuelve a resituar para seguir adelante. Pero esto no se improvisa. Se
necesita un poco de atención a lo que ha acontecido, a la vida y a cómo nos
hemos situado ante ella. Desde ahí con humildad decimos: ¡Necesitamos hacer un
camino de reconciliación y sanación! Así que esta conciencia es el primer
regalo recibido de nuestro Dios en estos días.
El segundo regalo ha sido el tener la
oportunidad de encontrarnos en diversidad. Quizás uno de los principales
problemas en la Iglesia católica hoy sea el de percibir la diversidad como
amenaza en lugar de percibirla como una ventaja. Y eso frena muchas buenas
intenciones del Espíritu. Romper con esa traba es un trabajo interno que todo
cristiano y cristiana debemos hacer por amor a esta misma Iglesia y por
fidelidad a la misma realidad de la que formamos parte. La diversidad es un hecho
tan evidente que negarla sería una ceguera.
Otro regalo: bajar al taller del
alfarero y descubrir a Dios que sigue trabajando en el torno. Esta poética
imagen que sugiere el profeta Jeremías, también nos ha servido para hacer experiencia
de cómo Dios está actuando. Estar con los y las de abajo, dejarse moldear, disponernos
a soportar las consecuencias de la destrucción, atender a la vida y tener
confianza en que Dios es quien restaura y reconstruye como ese alfarero que no
se cansa de hacer una y otra vez el cacharro que tiene entre las manos. Son
esas nuevas visiones que
comunitariamente estamos recibiendo. ¿Qué más se puede pedir?