domingo, 2 de marzo de 2014

“¡Oh, si entendiésemos estas verdades, qué pocas cosas nos la darían (pena) en la tierra!” (Santa Teresa de Jesús, Carta 69,2).


Domingo octavo del tiempo ordinario

 Lectura orante del Evangelio: Mateo 6,24-34



No pueden servir a Dios y al dinero. La experiencia del Dios de Jesús no podemos hacerla al margen de la vida. En lo que hacen, sufren y esperan nuestros vecinos y amigos es donde vamos intuyendo y descubriendo el rostro del Abbá. Jesús nos ayuda a discernir, cuestiona una manera de servir a Dios atrapada por un horizonte limitado, agita nuestra manera de vivir y de ver la vida. Sale a nuestro encuentro con una palabra fuerte. ¿Quién manda en nuestra vida, Dios o el dinero? La verdad de la oración depende de la relación con quienes tienen escasos: el pan, la salud, el trabajo, la vivienda, la educación, la justicia. El dinero adorado es un dios falso e injusto, un amo implacable que ahoga la Palabra, un aguacero que abre abismos entre pueblos ricos y pobres, un ladrón que quita la vida a los más pobres. La historia y la gracia se aúnan en la oración. Gracias, Jesús, por empujarnos a optar.

No estén agobiados por la vida. ¿Cómo realizar el sueño de ir siendo evangelio vivido y ofrecido a los más pequeños? ¿Cómo recorrer de forma comprometida las sendas que nos acercan a los que no cuentan? La oración nos compromete en la transformación de la realidad, pero también nos hace libres, dispuestos a festejar el gozo de ser hermanos/as en la sorprendente cita del banquete más soñado y nunca estrenado: el banquete del Reino que nos regala Jesús. El mensaje de Jesús no es ingenuo, pisa tierra, conoce las necesidades de la gente, quiere lo mejor para todos. Contra la angustia, la inquietud y el agobio, nos propone una medicina nueva: la confianza en la providencia de Dios. Llamar a Dios Padre tiene consecuencias en la vida. Es posible vivir la realidad humana de forma feliz, abierta, solidaria. Es posible trabajar por un mundo nuevo con la paz de un pequeño que camina confiado en los brazos de su mamá. Esto alegra al Abbá. Enséñanos, Jesús, este modo de vivir y orar.

Miren a los pájaros… Fíjense cómo crecen los lirios del campo. ¿Perderemos la esperanza cuando el mal mete más ruido y los pobres siguen siendo más pobres? ¿Nos vendremos abajo cuando las cosas no cambian con la rapidez que nos gustaría? Nunca. Somos hijos e hijas de Dios. Él no nos olvida, nos cuida con ternura increíble, está con nosotros y apuesta por nosotros. Jesús nos invita a mirar a los pájaros y a los lirios del campo, a poner los ojos en la espesura de la vida donde se escuchan las canciones y se ven milagros. La oración es una oportunidad para escuchar lo que no se escucha en otro sitio: las músicas de Dios invitándonos a todos a la plenitud. Gracias, Jesús, por ofrecernos esta alegría inesperada del Evangelio, por poner ante nuestros ojos un mundo más humano y solidario.

Busquen el Reino de Dios y su justicia; y todo lo demás se les dará por añadidura. Un culto sin compasión y justicia, ¿qué es? Una oración que no lleva a levantar a los más pobres, ¿en qué se queda? Para que la maldad florezca, solo hace falta que la gente buena no haga nada. Para que amanezca el Reino se necesitan muchas manos. Creer esto nos da fuerza para seguir brindando cercanía y ternura a los que están en los márgenes y así, juntos, emprender los nuevos caminos del Reino de Jesús. En las noches seguiremos cantando y confiando en eso único que Dios nos da por añadidura, siempre gratuito. Amén, Señor, Jesús. Gracias. Amén.