lunes, 10 de marzo de 2014

TERESA DE JESÚS Y EL 8 DE MARZO


Quién le iba a decir al nuncio Felipe Sega que sus falsas y enfermizas palabras contra Teresa de Jesús iban a pasar a la historia y a engrandecerla aún más. Una mujer que funda conventos con el interés de volver a la regla primitiva de Nuestra Señora del Carmen y que lidera la reforma de los varones, no podía ser otra cosa que una amenaza.

Amenaza que debía ser combatida y erradicada por completo. ¿Cómo sería posible? Tristemente Felipe Sega utilizó su palabra además de otras cuantas cosas más, incluidas la persecución de carmelitas descalzos y descalzas.

Y como decimos, esa palabra ha pasado a la historia: “fémina inquieta, andariega, desobediente y contumaz, que a título de devoción inventaba malas doctrinas, andando fuera de la clausura contra el orden del concilio tridentino y prelados, enseñando como maestra contra lo que San Pablo enseñó mandando que las mujeres no enseñasen”.[1]

Realmente debía estar francamente molesto y ofuscado o le debía parecer peligrosa, o todo al mismo tiempo. Y pretendía ejercer su autoritarismo prepotente directamente contra Teresa de Jesús: ¿Por qué?

En primer lugar por su condición de mujer: decir “fémina” en estos términos era claramente despectivo. Esa “fémina” además era “inquieta y andariega”, cuando en realidad, las mujeres y sobre todo las monjas debían estar quietas y sin moverse.

En segundo lugar, por su vocación espiritual: “que a título de devoción inventaba malas doctrinas”… En la España del siglo XVI había un contencioso: ¿tenían las mujeres experiencia de Dios o era algo sólo reservado a los varones? ¿Podían ellas ser maestras de espíritu o era algo específico de elllos? Evidentemente Teresa de Jesús y sus compañeras se situaban al límite, junto con brujas y mujeres de dudosa moral, en virtud de que decían tener experiencia de Dios y no sólo eso, sino que enseñaban y acompañaban a varones y a mujeres en sus respectivos caminos y aventuras espirituales.

Pero además, afirmaba Sega que inventaba malas doctrinas. ¿Qué quería decir con esto exactamente? ¿…que le reconocía su autoridad doctrinal pero la consideraba mala? Es posible que la manera de denigrarla que le parecía más efectiva fuera decirle que estaba loca y desacreditarla porque “inventaba” y en segundo lugar, que tenía maldad, pretendiendo con ello generar la visión en los círculos eclesiales y sociales de la época de que estaba incapacitada para ejercer el magisterio espiritual y teológico que sin ninguna duda tenía.

En tercer lugar, porque andaba fuera de la clausura contra el orden del concilio tridentino y prelados. Quería utilizar un argumento poderoso: la obediencia. Decir que Teresa de Jesús era desobediente al Concilio y a sus prelados, es decir, a los obispos y superiores, era ponerla a las puertas de la Inquisición. Pero también era ponerla entre la espada y la pared con la Orden y poner en duda la palabra del General, que le había dado patentes, es decir, autorización para fundar conventos.

En cuarto lugar, por enseñar como maestra contra lo que San Pablo enseñó mandando que las mujeres no enseñasen. Es la última acusación, la de la Escritura. Se quiere basar en San Pablo, y seguro habría quienes le dieran la razón. Podía ser ésta la más fuerte: porque si era desobediente a la Iglesia, a los prelados y al final a la misma Palabra de Dios, no le quedaba absolutamente nada en lo que apoyarse.

Podemos preguntarnos más que las motivaciones inquietantes del nuncio para afirmar algo así, qué reacción tuvo en Teresa de Jesús. ¿Tuvo miedo? ¿Se inquietó? ¿Hizo una defensa en su favor? Sabemos que no. Evidentemente, porque eran mentira.

Pero había algo que quiso preguntarle al Señor Jesús, de quien ella se fiaba, quien le quitaba todos los temores y la aseguraba – tal era su autenticidad-. ¿Tendrían razón al decirle que no fundara porque san Pablo escribió que las mujeres no hablaran en la asamblea? Era lógico, no era teóloga y tenía tan buena fe. Jesús entonces le dio un mensaje para ellos:

Estando, pocos días después de esto que digo, pensando si tenían razón los que les parecía mal que yo saliese a fundar, y que estaría yo mejor empleándome siempre en oración, entendí: «Mientras se vive, no está la ganancia en procurar gozarme más, sino en hacer mi voluntad». Parecíame a mí que, pues San Pablo dice del encerramiento de las mujeres -que me han dicho poco ha y aun antes lo había oído-, que ésta sería la voluntad de Dios. Díjome: «Diles que no se sigan por sola una parte de la Escritura, que miren otras, y que si podrán por ventura atarme las manos». (Libro de las Relaciones, 19).

Pasan los siglos y estas palabras de Felipe Sega nos provocan mucha alegría, sobre todo porque Teresa de Jesús hoy es Doctora de la Iglesia. Evidencian claramente quién era el nuncio y quién era ella. Pero sobre todo quién era Dios, el absoluto protagonista de la historia a quien ninguno de aquellos varones podía atarle las manos. Y también cuál era su voluntad, a pesar de las trabas que aquellos hombres de Iglesia ponían: que no se dedicase a estar tranquila empleándose en oración, sino hacer lo que Dios le había dicho, que fundase, aunque ello le trajera innumerables problemas y conflictos.

Estamos a un año de la celebración del V Centenario de su nacimiento, el 28 de marzo de 1515. Éste será un acontecimiento de gracia para todos aquellos y aquellas que vibran con el mensaje de esta mujer y beben de su espíritu, pero también será una oportunidad para descubrirla y leerla en todos los ámbitos y todas las ópticas: culturales, filosóficas, eclesiales, antropológicas, sociales y desde luego femeninas.

Ese Jesús a quien ninguno le ha podido atar las manos en Teresa de Jesús es el mismo al que hoy, cuando celebramos el 8 de marzo, no le podemos atar las manos, a pesar de los condicionantes políticos, sociales, culturales y eclesiales que andan en contra. Tantas mujeres luchadoras en organizaciones de mujeres en Sucumbíos tienen - ¿todavía sin saberlo? - en Teresa de Jesús un referente absoluto por su resistencia, por su defensa de la dignidad personal, por el desarrollo de sus capacidades humanas y espirituales y por su gran talento creativo. Teresa de Jesús sigue alentándonos y uniendo corazones en todo el mundo y reafirmándonos en que no hay que tener miedo a quienes con su autoridad pretenden atarle a Dios las manos o a quienes con su violencia pretenden amordazar o invisibilizar. Ojalá como ella encontremos en nuestro propio interior la seguridad que nos mantiene en aquello que creemos y la verdad que nos hace libres. Porque eso justamente será el principio y la clave de toda acción verdaderamente transformadora.

[1] Francisco de Santa María, Reforma de los Descalzos de Nuestra Señora del Carmen de la primitiva observancia…, I, Madrid 1644, lib. IV, cap. XXX, n.º 2.