Toma parte de los duros trabajos del evangelio le dice Pablo a Timoteo. Sí, no tengas miedo de tomar partido y definirte desde dentro para que Dios mismo pueda hacer en ti la transformación que quiere. Así fue en Jesús de Nazaret, un hombre que vivió tomando parte de la dureza y precariedad de una vida sencilla. En muchas ocasiones las condiciones de injusticia estructural, la violencia y el peso de lo malo corroe la esperanza. En el caso de Jesús, no fue así. ¿Por qué? Por la imagen de Dios que había madurado en su interior y por su relación con Dios como Abbá.
Jesús ha comprendido y padecido hasta las entrañas la vida del pueblo. Busca entre los suyos claves que le permitan posicionarse en la vida de una manera coherente con la esperanza y las promesas del Dios de Israel, se pregunta y decide bautizarse por Juan. Conecta con él porque vibra con su espíritu, pero en apertura a la vida y a Dios en ella, tiene una experiencia que lo fundamenta: es hijo amado y Dios es Abbá. Esa experiencia de gracia e interdependencia lo lanza a los caminos. Camina, cura y sana, predica y denuncia. En el máximo de la confrontación con las autoridades religiosas y políticas, vuelve a escuchar: eres mi Hijo amado. No hay nada que no esté bien, todo se ha cumplido en Él. Está preparado. Y todo, porque ha ido tomando parte de la dureza de la vida de la gente y ha respondido a ella con misericordia entrañable, ha creído que lo que Dios quiere es una mesa común en la humanidad y ha actuado coherentemente con esa fe comiendo con publicanos, pecadores o fariseos. Esta acción compasiva le llevará a la muerte.
Ahora nosotr@s, llamad@s al discipulado misionero en Sucumbíos: la llamada a seguir tomando parte de los duros trabajos del evangelio está ahí y se manifiesta cotidiana. Jesús viene a nuestro lado, ha sido el primero. En cualquier parte del mundo, en cualquier circunstancia en la que nos encontremos ese ”tomar parte” tiene el germen de una humanidad nueva.