viernes, 29 de junio de 2012

Aprendiendo a creer


Jesús, el Señor, y Jesús, el amigo del Señor.
Los dos, unidos en un abrazo crucificado.
El Reino como horizonte.
En ese icono se centra la mirada.   
Jesús, el Señor, sosteniendo el cuerpo roto, entrañable, del misionero.
Alrededor, gente que sabe llorar, sí, y creer, sí.
Alrededor, amigos y amigas de todo continente.
Alrededor, manos que tocan con cariño el cuerpo herido.   
Se oye el ruido: ¿Por qué seguir molestando al Maestro?
¡Ya está! ¡Es el final!
¿Cómo que por qué? ¿Qué final?
¡Esta es la hora!
Aquí comienza la esperanza.
¡Sucumbíos!
¿Y qué pasa cuando la fe no cura?
¡Nada está perdido!
Es entonces cuando la fe adquiere más sentido.
¡Sucumbíos!La mies es mucha.  Hay mucha tarea por delante.
El arroyo se hace mar.
Más vivo que nunca, más libre, más presente.
Sale del silencio a preguntar a los que miran:
¿Qué les pasa? Además de la cara, ¿cuál es su problema?
Jesús es el Señor, y el otro Jesús, el discípulo, le sigue.
Quien mira, aprende a creer.
Deja fuera la desesperanza.
Y se funde con los dos Jesús en el abrazo.